Malestar con los partidos políticos
Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
viernes 16 de octubre de 2009, 14:56h
El malestar con los partidos políticos se extiende al conjunto de las instituciones políticas. Es una situación que se da en la mayoría de las democracias occidentales. Como vio agudamente Isaiah Berlin, los partidos políticos, sus ideologías, surgieron todas en el siglo diecinueve, y se desarrollaron en ese (horrible) siglo XX, que va desde 1914 (la Primera Guerra Mundial), hasta 1989 (la Caída del Muro de Berlín). El envejecimiento de los partidos ha sido súbito, afecta a todo el arco político, y no sólo a los partidos de la izquierda, sino a los conservadores, democristianos y liberales de la Europa continental. El Reino Unido siempre ha tenido una evolución distinta, más parecida a la de Estados Unidos. El partido político del siglo XXI está aún germinando. No sabemos todavía cómo será.
El malestar actual tiene que ver con la inadaptación de los partidos a las sociedades europeas posteriores a 1989. El derrumbe del comunismo soviético arrastró también a la mayoría de las ideologías y de las tradiciones políticas. La impresión de que son instrumentos de conquista electoral del poder, sin una ideología que justifique la radicalidad de su lucha con los adversarios -¿enemigos?- políticos, explicaría el alejamiento de las actuales generaciones, cuya convivencia social es menos conflictiva que la vida política. Lo paradójico está, además, en que cuanto más parecidos son los programas, más despiadada es la batalla por gobernar. El ansia por el poder ha convertido a los partidos en empresas especializadas en conseguirlo. Esto ha venido a significar que la política ha quedado reducida a su mínima expresión, a veces, a mera justificación en el marketing electoral. El militante es sustituido por los consultores para definir el programa, y los independientes son preferidos a la hora de gobernar. Hace medio siglo, el sector más ortodoxo de los partidos socialdemócratas desdeñaba –con nefastas consecuencias, pero eso es otra historia- el “juego electoral”, pues éste obligaba a transigir con los ideales.
En España, como fueron instrumentos eficaces para construir (con éxito asombroso) el Estado democrático actual, los partidos políticos están en mejores condiciones para adaptarse a los tiempos. Todavía tienen prestigio y arraigo suficientes para que no ocurra como en Italia, donde el sistema de partidos se disolvió enteramente, a pesar de que estaban entre los más poderosos y sólidos de Europa. Empezar es siempre penoso y arriesgado, y la experiencia italiana de nuestros días, ofrece una triste prueba de las consecuencias de un cambio integral. La tradición es eficaz para renovar sin traumas unos instrumentos sociales tan decisivos, y tan delicados, como los partidos políticos. El ejemplo norteamericano sigue siendo ejemplar. El partido demócrata, el del presidente Obama, era votado por los blancos esclavistas del Sur, por lo que se enfrentó con el partido republicano de Abraham Lincoln, favorable al abolicionismo. Cómo evolucionaron los demócratas con Roosevelt, Kennedy, Johnson, etc., hasta hoy, es un fascinante capítulo que ahora no interesa. Contiene enseñanzas que muestran lo decisivo que ha sido siempre el debate libre en el seno de los partidos políticos. En nuestros días los partidos no son estados dentro del Estado. Hoy es más libre una persona en el Estado que dentro de un partido político. La suya es una renuncia voluntaria. Ahora bien, la obediencia a los mandatos del partido, no justifica determinados comportamientos, ni exime de responsabilidades morales o penales. Algo de eso hemos oído, con estremecimiento, esta semana en Valencia. El comunismo cayó por eso. El “leninismo de los partidos”, sean conservadores o progresistas, es lo que profundiza el divorcio de la sociedad con la política democrática.
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
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