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Policía agresiva

Laila Escartín Hamarinen
jueves 29 de octubre de 2009, 21:38h

Este lunes fui injusta y tiránicamente maltratada por un agente de la policía municipal. No sólo me sentí vulnerada, sino también profundamente alarmada por cómo en un país que se autodenomina democrático un agente de policía, que tiene en sus manos cierto poder sobre el ciudadano, pueda ser tan agresivo y violento con un ciudadano que no ha cometido ningún crimen, y que de hecho fue culpado de una infracción de tráfico que ni siquiera había cometido. La infracción por la que el agente me acusaba la había cometido mi acompañante extranjero que no sabe español y por el cual tuve que hablar.

Como ciudadano yo no debo infringir las normas de tráfico, comprendido. El deber del agente de policía es vigilar a los ciudadanos y llamarles la atención y castigarlos cuando las infringen. Pero precisamente porque vivimos en un estado democrático –no dictatorial ni de terror – el agente de policía debe realizar su tarea con cortesía, buenas maneras y sin el menor asomo de agresividad o violencia, en caso contrario está haciendo abuso del poder que el estado ha depositado en sus manos.

Si no me hubiese quedado tan pasmada y avergonzada por el mal comportamiento del agente de policía, hubiese tenido la sensatez de pedirle su nombre y su número de placa para presentar una queja a su superior por maltrato psicológico a un ciudadano inocente. Por muy policía que sea, no tiene ningún derecho a hablar con violencia, agresividad y desprecio al ciudadano que ha cometido una infracción de tráfico, ¡ni que acabase de apuñalar a un peatón!

Desde esta columna imparcial, animo a todos los ciudadanos a no someterse a la tiranía irracional y antidemocrática de ciertos agentes de policía, y a presentar quejas a los superiores de los agentes para ponerlos en vereda.

Una vez, hice amistad con un comisario de policía criminólogo, que había dejado la profesión porque un día se dio cuenta de que estaba motivado por la misma agresividad y violencia que motivaba a los criminales a realizar sus crímenes; se sentía agotado y desalentado de la agresividad que inundaba su vida. Hay que andarse con pies de plomo, y pienso que nuestro deber de ciudadanos es ayudar a la policía a mantenerse dentro de unos parámetros de cortesía, calma y buen hacer para que puedan servir al pueblo y al estado como corresponde. Somos el espejo en el que la policía se refleja y puede verse actuar, si por miedo o comodidad callamos y agachamos la cabeza cuando nos maltratan, no les estamos haciendo un favor, porque les estamos ayudando a tomar un camino que puede llevar a cosas feas y a comportamientos corruptos, como sucede en los países del tercer mundo donde campan a sus anchas la tiranía, el terror y la total falta de respeto a los derechos democráticos de los ciudadanos. Yo al menos no colaboraré activamente en que España, además de las desgracias que ya están sucediendo, se convierta en un país en el que tenemos tener miedo a la policía, porque ésta nos trata con violencia a la primera de cambio.
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