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Los jóvenes y la conciencia de país

José Manuel Cuenca Toribio
lunes 16 de noviembre de 2009, 18:45h
La floración de testimonios si no estrambóticos sí, desde luego, sorprendentes en una reciente encuesta juvenil en torno al conocimiento y significado de la Fiesta Nacional del 12 de octubre constituye un espolique de consideraciones no demasiado placenteras acerca del futuro de nuestra nación. En la muestra cuantitativamente considerable abundaban las voces de total ignorancia sobre el descubrimiento colombino, en estrecho hermanamiento con las que usufructuaban una noticia muy limitada o anchamente parcial en punto al acontecimiento que múltiples generaciones de nuestros antepasados visualizaron como la mayor aportación española a la civilización mundial. Y anecdótico e insignificante resultaba ser numéricamente el porcentaje de los entrevistados que situaban con exactitud el día de la Fiesta Nacional así como la trascendencia interna y externa de la fecha.

Frente a tal panorama, la reflexión quizá más adecuada debería situarse más en el horizonte de la comprensión que en el del escándalo o indignación. El estado de la educación española desde hace varias décadas en todo tipo de enseñanzas humanísticas – de las no, ¿también…?- permite presumir los mayores dislates y vacíos, incluso en parcelas sustantivas de la formación académica. A poco que se zarandee el viejo árbol lulliano, los frutos esparcidos por el suelo son del tamaño de los recogidos a propósito de la hazaña colombina. La racionalidad se impone en el ámbito de los resultados por muy dolorosa que se descubra. A la sociedad y a sus legítimos representantes políticos les corresponde calibrarlos y arbitrar las medidas pertinentes para salir –“trabajo, sudor y lágrimas”- de la hondonera e instalar a las generaciones juveniles en un horizonte alejado de la frustración individual y colectiva. Coyunturas tal vez más críticas se superaron en nuestro pasado, pero siempre a través del camino real de la tensión creadora, pues los atajos en materia tan crucial sólo conducen al enroque esterilizador. Los atisbos que, esperanzadamente, se columbran por un pacto de Estado en materia educativa, instilan en el ánimo de la comunidad docente unas gotas de ensueño y aliento.

Entretanto se confirman dichos augurios, en el tema no menos importante a que se aludía al comienzo del presente artículo, la preservación de una mínima conciencia de país, acaso convenga ahora reproducir el pensamiento, en cuestión tan esencial, de la figura más eminente de la filología española contemporánea, Menéndez Pidal -¿por qué no se le concedió el Nobel?-. El Cid, como es bien sabido era su héroe, pero sus palabras cuadran igual a Colón, a Cervantes, a Jovellanos o Verdeguer, quienes encarnaron, con otros y de manera eximia, el sentimiento nacional en sus respectivas épocas. En 1929, escribió D. Ramón en el epílogo de su monumental obra sobre el primero: “Siempre la vida histórica del héroe puede ser ejemplo que nos haga concebir la nuestra como regida por un deber de actividad máxima, de justicia constante, de mesurada energía; siempre requerirá de nosotros esa heroicidad obscura, anónima y diaria, única base firme del engrandecimiento de los pueblos y sin la cual el heroísmo esplendente no tiene base; siempre nos mostrará los más seguros rumbos de la ambición personal hacia los ideales colectivos del grupo humano a que estamos ligados y dentro del cual nuestra breve vida recibe un valor de eternidad”.
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