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Terrorismo social

Laila Escartín Hamarinen
jueves 07 de enero de 2010, 21:37h
Tomando un vinito la otra noche en el bohemio y encantador bistrot Maximiliam, mantuve una conversación con un escritor de cuyo nombre no sé si quiero acordarme, y que no mencionaré por discreción, y que una vez finalizada me dejó perpleja y enfadada; recordando más tarde los sucesos, tomé una decisión que en un futuro me ahorrará malos tragos cuando salga de mi casa para hacer vida social.

Yo no sé ustedes, pero yo salgo a ver a seres humanos para pasar un rato agradable en intercambio constructivo de experiencias e ideas. Mi intención no es salir a pelear, aunque sólo sea a nivel oral y verbal; si sé de antemano que terminaré involucrada en una discusión desagradable –que puede desembocar en insultos por parte de mi interlocutor (como sucedió la otra noche con el anónimo escritor) –, prefiero quedarme en casa disfrutando de un buen libro, de buena música o de un baño relajante o una película estimulante. Los seres humanos no tan íntimos me interesan para compartir momentos alegres e inspiradores, no tengo ninguna necesidad ni ningún deseo de salir por la noche para terminar siendo el saco de boxeo de una persona agresiva que descarga su malestar personal en terceros (yo) que nada tienen que ver con su vida.

La fatídica noche, conversábamos de literatura, ya que mi interlocutor y yo compartimos una novela publicada y circulando en el mercado. Este ser humano mostró muy poca tolerancia hacia opiniones que diferían de las suyas, pero la cosa se puso realmente desagradable cuando atacó mi persona, al decir que cierto escritor al que acababa de alabar yo efusivamente era escritor de ‘literatura para gilipollas’. Me deprime encontrarme con comportamientos como éste. Se supone que este señor escritor es una persona culta y educada, pero su comentario dista mucho de ser culto y educado. El escritor en cuestión mostró una total falta de delicadeza, de tacto y de dignidad, sobre todo teniendo en cuenta que apenas nos conocemos, y yo jamás he cometido un acto que pueda justificar un odio tal que le inspire a llamarme gilipollas. De hecho era la primera vez en mi vida que conversaba con este individuo, y en ningún momento me mostré descortés en la expresión de mis opiniones como para merecer un insulto de tal calibre.

Esto es terrorismo social. Este individuo posiblemente sea un ser infeliz con graves problemas personales, pero eso no le da la libertad de salir de bares a insultar a la gente. En España me topo constantemente con este tipo de agresividad y falta de respeto hacia las opiniones y la integridad psíquica de los otros; el español medio siempre está metiendo las narices en asuntos de los demás e invadiendo su privacidad. No es correcto decirle a una persona, que no es amigo íntimo, cómo debe vivir su vida, educar a sus hijos o copular con su pareja, sobre todo si nadie le ha pedido su opinión. Al español medio le flipa opinar sobre los demás, y a la cara, y no lo hace con delicadeza ni tacto, sino lo hace como si fuera el Señor Padre sentando cátedra desde los cielos irreprochables.

Esto, señores y señoras, es una grave falta de respeto. Y yo he tomado como resolución de año nuevo no tolerarlo ni un día más. La próxima vez que tenga la mala suerte de encontrarme con el escritor agresivo, si me suelta un insulto o algo parecido a un insulto, me levantaré de mi sitio, y con una gran sonrisa en los labios y sin pronunciar palabra, me iré a otra mesa; le daré la espalda, y no le permitiré agredirme verbalmente. Si el tipo no es un caso perdido, comprenderá –quizás – que uno no puede ir por la vida con los puños alzados y dando ostias por doquier.


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