¿Debemos evitar solos la violencia afgana?
Juan José Laborda
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1718lamartingmailcom/12/12/18
viernes 29 de enero de 2010, 15:39h
Parece claro que la conferencia de Londres sobre Afganistán será el inicio de un cambio en las relaciones internacionales con países sumidos en la violencia de diversas clases. Muchos de los dirigentes asiáticos, europeos o americanos han coincidido aplicando el concepto “giro copernicano” a los nuevos planes. El presidente afgano, Hamid Karzai, uno de sus más convencidos proponentes, cree que se puede intentar un acuerdo con los talibanes para poner fin a la guerra larvada que está ahogando a la sociedad y al Estado afganos.
Lo que se quiere cambiar es algo que viene de lejos. Consistía en la idea de que era necesario liquidar a “los malos”, y además, era también posible. Tal teoría procedía de la manera como se terminó con el nazismo y el fascismo en la Segunda Guerra Mundial. Burdamente se podía aplicar el refrán: “muerto el perro, se acabó la rabia”. Pero esa teoría –que tenía mucho de doctrina moral universal- no sirvió desde los años 60, cuando los ejemplos de Vietnam para los americanos, y Afganistán para los soviéticos, demostraban que derrotar a dos pequeños Estados era muchísimo más difícil que vencer a la Alemania de Hitler. La diferencia entre esos casos más recientes y el alemán estribaba en la existencia, o no, de mentalidad de guerra en sus sociedades. En otras palabras, la sociedad americana ganó a Hitler porque su energía patriótica condujo a sus ejércitos a la conquista de Alemania y de Japón, sin importarle, como primera consideración, el número de sus bajas. Y las guerras de Vietnam o de Afganistán fueron impopulares en sus sociedades, y pocos estuvieron dispuestos a morir en esos países. Incluso pocos estuvieron inclinados a prescindir de ciertos lujos por apretarse el cinturón para pagar el esfuerzo bélico.
Después de 65 años del final de la Guerra Mundial, las sociedades actuales son pacifistas. Puede que esa actitud tenga algo de comodidad fácil e irresponsable, pero lo evidente es que no parecen existir intereses o ideales que sostengan y justifiquen los esfuerzos militares. Una prueba clara: la desaparición paulatina del servicio militar en los países en los que los ciudadanos deciden la política estatal con sus votos.
De manera que en Afganistán no es posible acabar con “los malos” por la fuerza de las armas. Hamid Karzai, Gordon Brown, Robert Gates (el ministro de Defensa norteamericano), Stanley McChrystal(el general de las Fuerzas OTAN en Afganistán), o David Petraeus (el jefe de las Fuerzas USA en la zona), y muchos otros dirigentes involucrados en ese país, se disponen ahora a crear las condiciones para hablar con los talibanes, “los malos de la película” hasta hace poco.
Gordon Brown, al anunciar ese radical cambio en la orientación, declaró que estaba dispuesto a hablar del futuro de Afganistán con los enemigos, y que éstos “deben renunciar a la violencia”, y que estén dispuestos a “decir que participan en el proceso democrático”. El primer ministro británico ha añadido, para exteriorizar que la propuesta no es un escapismo, una frase solemne: “os derrotaremos no sólo en el campo de batalla sino en los corazones de la gente”. Es parecida a esta otra de Joseph R. Strayer, el autor de “Los orígenes medievales del Estado Moderno”: “Un Estado existe sobre todo en el corazón y en la mente de su pueblo; si éste no cree que esté allí, ningún ejercicio lógico lo traerá a la vida”.
Esta es la cuestión. ¿Y si los talibanes no aceptan participar en ese “proceso democrático”, o lo que es más plausible, no “renuncian al poder de sus armas”? ¿Mantendremos entonces el despliegue militar indefinido? Un cierto idealismo puede entender que esa última opción es la correcta en términos morales.
Opino que es una opción paternalista. Tengo la impresión de que las democracias occidentales, como si fueran unos hermanos viejos y ricos, creen que deben corregir a los países jóvenes y pobres, aunque éstos no lo quieran. No sé si deben. Pero lo que es evidente en esta época pacifista, es que no pueden. ¿Podemos evitar que se destrocen en horrendas guerras civiles? Podemos. Pero es imprescindible que lo pidan, acepten las consecuencias de esa petición, y pongan todo lo necesario para que nuestro apoyo sirva para lograr “el consenso Estatal”, es decir, lo opuesto a la violencia.
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
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