Andrés Trapiello: Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939). Destino. Madrid, 2010. 640 páginas. 38 €
Andrés Trapiello nos entrega, por tercera vez, un libro admirable:
Las armas y las letras, de cervantino título, nacido en 1994, renacido en 2002 y
refundido en 2010. La obra tiene, pues, tres prólogos, doce capítulos, un final, un índice biográfico, las personas del drama, una cronología general de la Guerra Civil española (que comienza, como debe ser, el 17 de julio y no el 18), un índice onomástico y los créditos de las imágenes (señalar aquí que el libro está profusamente ilustrado y que las fotografías son de enorme interés).
Afirma Trapiello en el prólogo que “la literatura no estuvo casi nunca a la altura del momento histórico, porque casi nada o nadie lo estuvieron tampoco”. Una literatura de combate no suele ser una literatura de calidad. Lo que se busca es algo bien distinto del discurso literario.
Los doce capítulos están precedidos por un resumen o declaración de intenciones, y por un par de citas literarias. El primero nos habla de los antecedentes, Ortega, Giménez Caballero,
La Gaceta Literaria y otras revistas, y el posicionamiento del 98. El segundo está dedicado a Salamanca, en la que no podían faltar Unamuno y Millán Astray (que formaba sus tropas y pedía “diez voluntarios para morir esta noche”). Receptáculo de amores y odios, don Miguel se convirtió tardíamente en icono falangista, esa Falange que edita su obra
Sobre la europeización “para el bolsillo de camisa azul”. A ambos les acompañan Giménez Caballero y Foxá. El tercero, el Madrid de
El mono azul, con Machado, Juan Ramón, Alberti y el fugado y luego asilado Sánchez Mazas. En el cuarto pasean Pedro Luís de Gálvez, el famoso “saltatumbas” que no mató a nadie y salvó a muchos (y si no, que se lo digan a Carrere), junto con Cansinos Assens. París es el centro de reunión de los escritores huidos de España y tema del quinto capítulo. El siguiente está dedicado a
Hora de España. En el polo opuesto de Madrid y Barcelona estuvo Pamplona, ciudad clave de falangistas, carlistas y
demás ralea. Figuran importantes revistas como
Vértice,
Jerarquía,
La Ametralladora y la colección "La Novela del Sábado", cuyo primer número fue la reedición de
Diario de una bandera del mismísimo Franco.
Pemán, Ridruejo, Laín, Torrente y Manuel Machado, junto con Burgos y la editorial Reconquista y, en el polo opuesto, el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, junto a los brigadistas, Bergamín, Neruda y Vallejo son tema de los capítulos noveno y décimo. Los dos últimos están dedicados a aquellos escritores no citados en capítulos precedentes: Sender, Jarnés, Barea, y hasta el mismísimo Benavente y su obra
Santa Rusia, con Lenin rodeado de niños cogiditos de la mano, y luego Barcelona, ciudad de tránsito hacia el exilio. El final está dedicado a la figura de Azaña y sus memorias falsificadas a cargo de Joaquín Arrarás. Las personas del drama son una utilísima guía literaria y política, como también la cronología de la contienda.
Una única cosa echo en falta: la literatura anarquista. Felipe Alaiz, Benigno Bejarano (citado únicamente por su obra
España tumba del fascismo), y sobre todo la familia Urales-Montseny (Federico y Federica) y las publicaciones de
Tierra y Libertad y
La Revista Blanca, y entre ellas "La Novela Ideal". Pero como es seguro que obra tan excelente se ha de revisar y publicar más veces, es seguro que Trapiello acabará incorporándolos.
Por Alberto Sánchez Álvarez-Insúa