Aquellos políticos lejanísimos
jueves 16 de septiembre de 2010, 18:38h
La gran paradoja de las democracias occidentales consiste en que los gobernantes han decidido tratar a los gobernados (antes ciudadanos) como seres inmaduros, a los que hay que proteger por cuanto, así lo entienden, son incapaces de decidir por sí mismos. El celo paternalista –en la expresión de David Monteagudo, autor de “Fin”, una de esas novelas inteligentes que enganchan- conduce a estos celosos guardianes a demonizar a quienes no piensan ni actúan como ellos. Imponen el pensamiento único del que nadie debe desmandarse. Se proclaman pastores de ovejas clonadas llamadas sólo a obedecer y someterse sin protesta a agachar la cabeza y ser trasquiladas.
Cada cierto tiempo los gobernantes engreídos, amparados en abundantes y farragosos textos legales, tienen a bien citar solemnemente a los gobernados (antes ciudadanos) a que depositen un papelito expresando sus preferencias sobre el quién, no sobre el cómo, ni sobre el qué, ni sobre de qué forma y con qué compañía. Sólo y exclusivamente sobre el quién previamente seleccionado por la organización. A partir de ese momento el quién investido se convierte en dueño y todo lo que toca pierde su consistencia original. Como escribe Sandor Marai todo lo que el mentiroso compulsivo de Lajos “tocaba se descomponía y cambiaba, como los metales nobles en el crisol de los magos de antaño. Lajos era capaz de volver falsas incluso a las personas, no solamente las piedras o los metales”. Sus promesas fatuas, como la del personaje húngaro, se disuelven en el armario del olvido. Torean con una muleta repleta de palabras engañosas en las que ni siquiera ellos mismos creen. Únicamente ansían tener, poseer el poder para ejercerlo a su antojo. Nada les compromete realmente pues todo es disponible según los intereses de cada momento. El “quien” domina avasalladoramente, impone su criterio aún en contra del sentir mayoritario expresado en los papelitos que son interpretados manipulativamente.
Así hasta la siguiente. De una a otra convocatoria hay tiempo para olvidarse. Vuelta a la carga, vuelta a machacar con los mensajes trucados de siempre y esperar que vuelvan a picar. Mientras tanto, cada uno en su sitio: gobernantes en el atrio, gobernados, tres escalones abajo, en bancos tórridos. De pronto, cayó en manos de uno de éstos que están en el mundo porque hay sitio, la novela póstuma del jurista sardo Salvatore Satta y extrajo estas líneas: “La política era el gobierno en vigor, firmado por aquellas lejanísimas y fabulosas personas que se llamaban ministros, y que, gozaban de tales méritos que escapaban a cualquier juicio”.
La llamada democracia representativa está herida pues cada vez es más difícil comprender que el papelito es un cheque en blanco por cuatro años para que los gobernados hagan con él lo que les venga en gana. La soberanía no se puede ejercer únicamente cada cuatro años, sino todos los días.
Catedrático y Abogado
ENRIQUE ARNALDO es Catedrático de Derecho Constitucional y Abogado. Ha sido Vocal del Consejo General del Poder Judicial
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