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Las malas personas

David Ortega Gutiérrez
martes 16 de noviembre de 2010, 20:34h
No es ninguna novedad recordar que el mal existe, pero lo importante es cómo reaccionamos frente a él. Muchas veces la vida nos pone en esta siempre difícil disyuntiva. En estos últimos días, los sucesos terribles sucedidos en el Sahara occidental, que administrativamente aún depende de España (ONU, 2002), nos ha puesto a los españoles ante un nuevo reto. Que el ejército marroquí está asesinando a personas indefensas es un hecho, a pesar de que su Gobierno, aparte de ordenar la matanza, busque un absurdo y dictatorial silencio mediático imposible en el siglo XXI.

La legalidad internacional está con los saharauis, que tienen reconocido su derecho a la autodeterminación. De los derechos humanos, qué decir, es evidente que han saltado por los aires. Ante esté genocidio -matar por sistema a un grupo de personas por pertenecer a un pueblo determinado aludiendo razones políticas, de raza o de religión- ¿cómo debemos actuar?

Marruecos es el ejecutor y máximo responsable directo, los saharauis las víctimas y la comunidad internacional, por su pasividad, responsables en su grado correspondiente. España, con una muy especial cualificación, pues el Sahara occidental depende de él. La tragedia para todas las gentes de bien, esto es, con principios basados en la defensa de los derechos de las personas, es que las llamadas naciones democráticas están mirando para otro lado. España, con su Presidente del Gobierno a la cabeza, para vergüenza de todos los españoles, pone los intereses, parece ser que económicos y de seguridad, por encima de los Derechos Humanos. Gravísimo error, nada hay más inseguro que un vecino trasgresor de la justicia, es como ceder al chantaje del matón del barrio para que no te moleste. De poner la economía por delante de la dignidad, simplemente señalar que es el gran problema de fondo de nuestro tiempo, que sin duda vamos a pagar y ya estamos en importante medida pagando. Ahí se encuadra el papel de Estados Unidos y Francia, igualmente vergonzante, especialmente en dos naciones que antaño fueron la base creadora de los derechos humanos. Sucintamente estos son los hechos. Añadiendo el mayoritario apoyo del pueblo español al saharaui expresado en diferentes manifestaciones.

Al final ante el mal hay que actuar, la tibieza o mirar a otro lado no es la respuesta. Evidentemente enfrentarse al mal genera muchos problemas, pero siempre a la larga es peor no hacerle frente. La base común -de raíz- de toda la cuestión suele encontrarse en una mezcla de egoísmo y cobardía. Una gran parte de las actuaciones de las malas personas o de los malos dirigentes -no es muy diferente la cuestión individual que la cuestión de Estado a nivel ético, ya nos lo mostró Platón en su República- tiene esos dos focos. Frente a ellos, los individuos deben optar por la generosidad y el valor, estas dos actitudes son esenciales en la vida, son el motor. La inteligencia aporta la eficacia.

El mal es un tema que siempre me ha inquietado. Lo mejor que he leído es El mal o El drama de la libertad de Rüdiger Safranski. Hace un brillante repaso y reflexión de la historia del mal y nos recuerda algo que ya encontramos en Platón (no hay hombres malos sino ignorantes): “El problema está en que el conocimiento todavía no se halla a la altura de la libertad”. Es evidente que hoy Marruecos no sabe qué es la vida humana, qué son los derechos fundamentales y que es un ejercicio maduro de la libertad. Al final se actúa para crear y también para destruir. Marruecos ha optado para la peor de las opciones. Cada cual tendrá que ver de qué lado se pone. De la creación o de la destrucción, de los impulsos creativos o de los impulsos posesivos o destructivos que decía B. Russell. En las personas pasa igual que en algunos Estados. Hay personas que te enriquecen, te aportan, te hacen creer y la vida más agradable. También existen las contrarias, las que siempre se miran a sí mismas, dando constantemente problemas, son puro empobrecimiento. Por principio siempre procuro alejarme de estas personas, salvo cuando la ocasión precisa plantarse ante ellas, por cuestión básicamente de respeto a uno mismo, que es por donde empieza el respeto a los demás.

David Ortega Gutiérrez

Catedrático de Derecho de la URJC

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