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Viejos ateneos

José Manuel Cuenca Toribio
lunes 20 de diciembre de 2010, 15:23h
Creación genuina y descollante de la cultura liberal, los Atenos se baten en retirada en una España en la que, a pesar de reviviscencias y conmemoraciones doceañistas, el espíritu y talante que los hombres de Cádiz trajeron a nuestra convivencia desaparecen a ojos vistas, por mor del reverdecimiento de cainismos y taifismos.

Con todo, más de un lector quizá muestre su desaprobación de inmediato con tal pintura. A partir de la restauración democrática, la institución ateneística semejó conocer una venturosa etapa de recuperación con la siembra por buena parte de la geografía nacional de nuevos Ateneos. Empero, las muchas virtudes que enriquecieron dicho renacimiento no lograron ocultar la escasa capacidad de atracción que sobre las jóvenes generaciones ejercían tanto los antiguos como los recientes establecimientos. Las excepciones que, por fortuna, caben y deben hacerse, probablemente no invalidan la exactitud del cuadro general.

Refugio siempre de libertades, invariablemente palanca de esperanza y en todo momento cauce de acendrada ciudadanía, la sociedad civil encontró –y si, se quiere, encuentra…- en ellos su mejor expresión. La cultura y el arte, la educación y la política los tuvieron como hogares propicios para sus más variadas manifestaciones. La dialéctica doctrinal y la creatividad intelectual presidieron en no pocas ocasiones su existencia, de gran e indiscutible rentabilidad para todo el cuerpo social. Hitos esenciales de nuestra historia contemporánea los tuvieron como sujeto o escenario principal, según resulta ocioso recordar en vísperas del centenario de la muerte de Joaquín Costa, cuyo pensamiento y vida se tejieron en ancha medida con urdimbre ateneística, al igual que muchos de los versos de la generación del 27, la prosa de Azaña o de ambos Cossío –José María y Francisco-, la música de Pau Casals y la pintura de Pancho Cossío, Gustavo Bacarisas, entre centenares de ejemplos más…Sin su copiosa y cualificada aportación, la andadura de la España de los dos últimos siglos hubiera sido sin duda menos dinámica y rica.

Al propio tiempo, ciertos arquetipos de todo ese periodo o, al menos, de gran parte de su trayectoria, florecieron en sus bibliotecas y salas. La inversión realizada por sus socios en las primeras fue, incuestionablemente, una de las más acertadas realizadas en España. En numerosos currículos de los profesionales liberales más destacados del ayer próximo, los servicios prestados por los libros y revistas conservados en sus anaqueles son enfáticamente ponderados y agradecidos. A su sombra y calor, se nutrieron igualmente muchos espíritus que, privados por mil causas de una formación reglada y académica, saciaron su sed de saber, dando lugar en múltiples casos a un autodidactismo de la mejor ley y más tremente sensibilidad. Aún hoy, el uniforme y un mucho átono paisaje humano de la España de la postmodernidad y globalización ofrece en gentes de tal prosapia algunos de sus tipos más nobles, de insobornable independencia crítica y alertado patriotismo. Afortunadamente, la incorporación de las mujeres al censo ateneístico ha hecho que la galería de dichos inigualables personajes se acreciente con la representación femenina en igual –o superior…- número y calidad.

Viejos Ateneos, banderas en otros tiempos de apertura e ilustración cívica, ojalá que, para la buena memoria de una España que apostó decididamente por el progreso y la concordia en clave de regeneración cultural, no acabéis por extinguiros en un ambiente bien distinto al que germinasteis. Todavía la sociedad española os necesita para su moderación e idealidad
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