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A las termitas les gusta Goya

David Felipe Arranz
lunes 14 de febrero de 2011, 21:32h
El arte sacro, único en España e incontestable generador de riqueza turística, posee un origen mucho más espiritual que el de multiplicar por 24 cada euro invertido en cultura –como es el caso de la región castellano-leonesa según un informe reciente–, pues fue concebido en su momento para la devoción. Lejanos ya los tiempos de los Austrias, nuestros fondos culturales siguen generando riqueza… muy a pesar de la clase política.

La cuarta fundación de Santa Teresa fue la de Valladolid, en 1568, después de trasladar a las hermanas del primer convento en el camino viejo de Simancas, en el pago Río de Olmos. Las carmelitas atrajeron así a otras órdenes a la capital, como el caso de las bernardas cistercienses que vivían en Palencia y que se mudaron en 1596 a la ciudad a orillas del Pisuerga; en concreto, a un convento que construyó para ellas Felipe II, el que hoy se conoce como Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana. El edificio sufrió su primer deterioro hasta que Carlos III –patrono del convento–, tras escuchar a las monjas, dio respuesta a sus problemas: en 1780 envió a su arquitecto Francisco Sabatini a reconocer el edificio. Tras comprobar su deterioro, Carlos III encargó su reforma al italiano Francisco Balzanio y a Francisco Álvarez Benavides. Los tesoros artísticos que albergaba no admitían otra actuación que la que llevó a cabo el monarca ilustrado.

En la actualidad, catorce monjas cistercienses que viven exclusivamente de la caridad custodian un legado cultural excepcional recogido en un museo que ha vuelto a verse amenazado por la dejación institucional: una de las colecciones más importantes de objetos sagrados de Europa con 8.400 piezas, el Cristo yacente de Gregorio Fernández, La Dolorosa de Pedro de Mena, una serie de cuadros de pintura italiana del Barroco, una espectacular colección de más de cuarenta Niños Jesús de madera policromada, dos Ecce homo pintados por Pedro de Mena y Alonso Cano, el Cristo crucificado de Mateo Cerezo, etc; y, en especial, los tres lienzos de Ramón Bayeu y los otros tres, sitos en el lado de la Epístola, pintados por el genio juvenil de Francisco de Goya fechados en 1787: El tránsito de San José, San Bernardo curando a un tullido y Santa Ludgarda son una muestra exclusiva en Castilla y León (la única, de hecho) de la innovación que el maestro de Fuendetodos puso en marcha, nada menos que la alternativa al estilo de belleza ideal de Rafael de Urbino, y que llevó a su mayor expresión en los “Desastres de la guerra”. El platonismo pictórico fue sustituido por el subconsciente, la guerra, la desesperación, la denuncia social..., pues el precursor Goya –como Sade y Goethe– se anticipó como nadie a los movimientos culturales y artísticos del siglo XX.

La termita es un insecto que no entiende del valor artístico de una pieza: si tras el primer mordisco le gusta el sabor, avanza y engulle con voracidad el objeto cultural, ya sea obra de un genio o de un tarugo. Cierto que exigir a un animal inferior que se detenga a evaluar el patrimonio cultural hispánico es cosa de locos; pero al parecer resulta aún más baldío que las instituciones, la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León y el Ministerio de Cultura paren mientes en comprender su responsabilidad ante la amenaza de humedades y termes que se han extendido en el Convento de Santa Ana de Valladolid, amenazando desde hace años los tesoros museísticos. En verano de 2007, una turista alemana hundió el tacón en el suelo y la madera, deteriorada, cedió, provocándole una lesión a la visitante y una denuncia. En ese momento, las religiosas empezaron una cruzada desesperada para salvaguardar sus fondos, recurriendo a la ayuda y la subvención de las autoridades políticas. Esta larga súplica fue escuchada primero por la Concejalía de cultura del Ayuntamiento, que instaló los sistemas de seguridad –no había ninguno– y la pasada Navidad, cuando la estructura está completamente afectada y los Goya se bañan hoy en una humedad del 85% –el agua se desliza por las piedras–, por la Junta de Castilla y León.

Preguntada a la Consejería por el que esto escribe, la respuesta del departamento de prensa es la que sigue: “desde la Consejería de Cultura y Turismo se han iniciado las actuaciones necesarias para tratar el problema de humedades y de termitas en el Monasterio de San Joaquín y Santa Ana de Valladolid. Concretamente se está procediendo a reparar el alero y se ha comenzado a realizar un tratamiento de cebos para las termitas, el cual se mantendrá los próximos cinco años. La Consejería de Cultura y Turismo sí que está interviniendo y actuando en este bien cultural, aunque la Ley de Patrimonio Cultural de Castilla y León establece que son los propietarios de los bienes (y en este caso concreto la Junta de Castilla y León no es el titular) quienes tienen la obligación de realizar las actuaciones necesarias para conservarlos, protegerlos y custodiarlos para asegurar su integridad y evitar su pérdida, destrucción o deterioro”.

El testimonio de las hermanas del Císter es el de las llamadas telefónicas sin contestar y cartas dirigidas a la consejera María Jesús Salgueiro que durante un lustro no obtuvieron ninguna respuesta hasta esta última acción in extremis. Ciertamente, como dice la respuesta, la Junta no es el “titular” del bien cultural, pero es obligación profesional y ética de su consejería cuidar y velar por la preservación de ese bien, porque si corre peligro, no es negociable ni entiende de trámites. Al delegado territorial de Patrimonio de la Junta de Castila y León tampoco parece haberle quitado el sueño el cercano mordisco de la termita a los Cristos y Dolorosas, que, total, porque derramen una lágrima más tampoco pasa nada... Si este problema tampoco es competencia del Ministerio de Cultura, como al parecer contestaron al Convento, ¿por qué obligan desde el Estado cada dos años a que rellenen las monjas el cuestionario de estadística de las visitas? Eso, señora ministra, tampoco es de su incumbencia.

Éstos son los hechos: juzguen vds. la responsabilidad de cada protagonista de esta lamentable historia –una más– de la preocupación institucional por nuestros bienes culturales. Esperar durante años, de brazos cruzados, a que catorce ancianas que subsisten de las donaciones de los vecinos acometan un presupuesto de reforma de esas dimensiones porque así lo dice una ley patrimonial comunitaria da la medida del cinismo de nuestros políticos. Nosotros, mientras, alabamos el gusto de las insaciables termitas: seguramente desde los escaños de las Cortes de Castilla y León los insectos defenderían mucho mejor a Goya… aunque fuera con un interés exclusivamente gastronómico.

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