Apuntes bilbaínos
jueves 31 de marzo de 2011, 15:24h
Es verdad que cuando las inundaciones de Bilbao del año 83, mi primera preocupación ante las graves noticias de la riada fue para esta biblioteca de la calle Bidebarrieta, en la que ahora me encuentro y donde presentamos el número que Cuadernos de Alzate ha dedicado al pensamiento político de posguerra, transcribiendo las ponencias del curso de verano en San Sebastián de este año, que preparamos Joseba Arregi y yo. Se traspasa el hermoso portalón del edificio, con dos hojas primorosamente talladas, se sube la escalera con su balaustrada de mármol al piso superior y se llega a un bello salón espacioso y lleno de confortables sillones. Accedo a la mesa desde donde dirigiremos la palabra a la audiencia que ha encontrado en esta primaveral tarde tiempo para acudir al acto. Juanjo Laborda ha referido algún dato del autor del edificio, sede de la sociedad El Sitio, que había militado como voluntario liberal cuando el asedio carlista de la invicta villa, Severino de Achúcarro. Mientra oigo su excelente parlamento reparo en la figura de alguien de perfil aguileño y mirada concentrada que parece seguir el acto y que se encuentra como encaramado en una especie de palco sobre la sala, cerca del precioso cielo abovedado, con sus lámparas y magníficas pinturas, y que resulta ser Miguel de Unamuno. Puede discutirse el estilo del conjunto que algunos calificarán, quizás, de barroco ecléctico. No desecharía una inspiración neogótica que he encontrado a veces en el interior de algún palacio o vieja casa catalana.
Yo frecuenté los fondos de la biblioteca cuando preparaba mi tesis doctoral sobre el primer nacionalismo vasco, especialmente para documentar las condiciones de vida en el Bilbao de la industrialización. Consulté memorias e informes que habían preparado competentes funcionarios del Ayuntamiento: series estadísticas sobre las condiciones sanitarias y la morbilidad en los diferentes distritos de la capital y propuestas sobre la atención a los vecinos en condiciones más precarias. Este Bilbao de la emigración fue el contexto en el que prendió el naciente socialismo español, y aquí se editó un semanario en el que no faltó la frecuente colaboración de Miguel de Unamuno La lucha de clases , pero siempre con una impronta moderada y gradualista en donde se reflejó el liberalismo de la villa. En este ambiente, que tan bien describieron los higienistas, demógrafos y urbanistas del Ayuntamiento, era en el que se movía “la gente del escritorio” bilbaína. Esta franja de público que se sabía producto del esfuerzo industrialista, pero que lo asumía de mala gana, afirmó en buena parte su idiosincrasia social abrazando el nacionalismo que a finales del diecinueve predicaba Sabino Arana.
Pasando la ría se encuentra, en otro bello edificio, la Biblioteca de la Diputación, que yo utilizaba en la exploración de materiales sobre el estudio del particularismo institucional vasco, o sea el fuerismo, y sobre las fuentes literarias del renacimiento cultural de fin de siglo XIX y comienzos del siglo XX. Las instituciones provinciales vascas patrocinaron estudios sobre el pasado foral y en las mismas sirvieron bastantes foralistas como funcionarios (don Carmelo de Echegaray tuvo esta condición en la Diputación de Guipúzcoa, pero otro tanto se podría decir de don Fidel Sagarmínaga y así) . Además en los parlamentos municipales y provinciales de la época alcanzaron representación y desempeñaron una importante actividad política dirigentes nacionalistas y socialistas, comenzando por Sabino Arana y diversos prohombres del socialismo. Las diputaciones llevaron a cabo dos importantes funciones, imprescindibles en todo estado descentralizado y no obstante asistencial. De una parte, las instituciones provinciales de la época desarrollan una notable actividad creando hospitales y dirigiendo diversos servicios de atención médica y social. Por otro lado, protagonizaron una interesante actividad de coordinación y fomento de los municipios vascos, hecha por lo demás posible en virtud de las ventajas fiscales del Concierto, disponiendo entonces de unos medios que no estaban al alcance de dichos entes locales en el resto de España. Este protagonismo foral dulcificó, hasta cierto punto al menos, la rigurosidad del despegue industrializador vasco, precedió el protagonismo social de las instituciones públicas que se demandaría muchos años después al Estado social, y explica además el acendrado aprecio del autogobierno provincialista de parte de nosotros que algunas veces sorprende en otras latitudes.
Catedrático
Juan José Solozabal es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid.
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