El problema saharahui en un contexto de revuelta
martes 12 de abril de 2011, 12:41h
El pasado 20 de noviembre de 2010 coincidieron 2 fechas: el trigésimo quinto aniversario de la muerte del general Francisco Franco y el de la llamada ‘Marcha Verde’, una invasión pretendidamente encubierta, pero a fin de cuentas descarada que –en esa coyuntura política española– emprendió en África el rey de Marruecos, sobre suelo español en vía de independencia.
Aprovechándose de la agonía del Caudillo y la parálisis administrativa que conllevó, se produjo tal invasión con el fin de apoderarse del Sahara español (equivalente en extensión a la mitad de España, lo cual no es poco). Las huestes marroquíes irrumpieron sin más en esa zona del norte de África, poniendo bruscamente fin al proceso independentista que de manera gradual y aun a regañadientes del gobierno español, venía gestándose bajo la tutela de Naciones Unidas, procediendo a anexar el Sahara español a la monarquía alauita. España retrocedió sin más, abandonando el territorio.
Sin duda que tal invasión acaeció en contra de los propios intereses saharauis, que de inmediato reemprendieron su lucha por la libertad de su pueblo y de su país y allí siguen, resistiendo estoicamente.
El conflicto saharahui y la lucha del Frente Polisario –situados fuera de la agenda mundial–, reivindica los derechos de aquel pueblo abandonado a su suerte, que busca constituirse en un país libre, redunda en ser un tema asaz interesante al tenor de las revueltas del mundo árabe, precisamente porque allí parece que no se vislumbran cambios, a menos que a Marruecos se le complicaran su situación interna y el manejo de los intereses con sus potencias aliadas: los Estados Unidos y Francia.
Situada la república saharahui en el norte de África, sobre un suelo rico en fosfatos y en aguas prodigiosas de gran riqueza, pues cuentan con enormes cardúmenes al confluir en ellas las corrientes del Atlántico norte y sur, es un sitio muy apetitoso como para que Marruecos y Mauritania suelten su presa. Mauritania es cómplice de la ocupación marroquí y beneficiaria directa de ella al apañarse la región sur del antiguo Sahara español, como se le designó a esa región hasta 1975.
Marruecos arguye que ese territorio le pertenece desde tiempo inmemorial, pese a que nunca fue de su propiedad ni supuso que le correspondiera por el simple hecho de serle contiguo. Marruecos sabe que es un despojo hasta ahora impune y es una ocupación arbitraria la que efectúa sobre el territorio saharahui y la lucha por su independencia cobra ya visos de verdadero apostolado, luego de 35 años.
Recordemos que los saharauis definen a su país con una frase sugerente: “es el único país árabe de habla española”. Eso lo convierte en un interlocutor preponderante y de significativa importancia con toda Iberoamérica, un puente con el mundo árabe que nos es tan ajeno en muchos sentidos, mas no por ello indiferente o prescindible. En ese contexto, el pueblo saharahui es y resulta siempre ser estratégico y representa un recurso de interlocución de capital importancia entre ambas regiones. Puede ser un mercado interesante para la región iberoamericana, un mercado equiparable al de Guinea Ecuatorial, debido a su estratégica posición y significación.
Los saharauis han dado muestras fehacientes de una enorme capacidad de organización y de resistencia frente a la ocupación extranjera y han exigido el respeto a su soberanía y a las disposiciones de Naciones Unidas en pro de su causa, las cuales ha quebrantado Marruecos o retardado en su aplicación, reiteradamente.
México al igual que muchas naciones, reconoce la beligerancia de los saharauis y su derecho a la autodeterminación, pues entiende que estando aquel territorio dentro de la zona de influencia francesa en África, no despierta del interés de París el facilitar constituirlo como independiente y contar allí con un país con lazos hispánicos –así sean endebles– ni darle cierta preponderancia a España. Aquí es donde podría ejercerse la fuerza de una Iberoamérica unida.
Ello junto con la alianza existente entre Marruecos y los Estados Unidos, explica la indiferencia franco-estadounidense sobre el particular; y abona en que las grandes potencias no hayan actuado en pro de los saharauis que, en pocas palabras, se han quedado solos, desde el punto de vista de que los apoyos reales o morales llegan del otrora llamado Tercer Mundo, no de países de primer orden, cuya capacidad decisoria y de acción para emprender verdaderos proceso libertarios a favor de los saharauis, han quedado en nada y cuya ayuda e interés –en caso de tenerlos [son de momento, inexistentes]– podrían coadyuvar en sus esfuerzos independentistas.
El clamor por la libertad del pueblo saharahui puede ser otro punto que empañe las relaciones entre Madrid y Rabat (como si faltaran temas para que ello ocurra), pero bien que podría ser un planteamiento distinto de la agenda diplomática en común para toda Iberoamérica –por ejemplo, formulándola en las Cumbres regionales– al mismo tiempo que no pueden acallarse las aspiraciones saharauis legítimas ni debe perderse la ocasión de recordarlo, que es propicia y necesaria a cual más. No olvidemos su lucha y su derecho a lograr un lugar entre las naciones del mundo.
En este contexto conviene ponderar que las revueltas del mundo árabe invitan a dirigir la mirada a este pueblo y a su lucha. ¿Tantos deseos de cambios y de avance también alcanzarán a los saharauis y servirán para atraer voluntades a su favor? Los crecientes rumores de descontento en Marruecos, así lo sugieren. En medio de tanta zozobra, el tema saharahui puede cobrar una dimensión inusitada, pudiéndosele ofrecer nuevas puertas de salida al coadyuvar nuevos actores que se involucren de manera decidida en su lucha.