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Gallardón quiere poner un techo sobre todas las cabezas

miércoles 13 de abril de 2011, 21:11h
Son aproximadamente 2.000 personas las que se calcula que viven en las calles de la capital. No en una acera o en un rincón distinto cada noche, ni siquiera cada semana, cada mes o cada temporada. Antes de “establecerse” con sus escasos bártulos en ese metro cuadrado que ocupan ahora, lo más probable es que hayan probado otros, pero cuando, por fin, descubrieron su nuevo hogar al cobijo de un techo voladizo, de un soportal o de un rellano, empezaron una existencia que seguramente ni ellos mismos habían imaginado. Y allí se han quedado durante años, castigados al principio por la dureza del clima, la falta de higiene y los nuevos compañeros de fatigas. Luego, su cuerpo se fue haciendo a todo y su mente acabó por olvidar que alguna vez cerraron puertas, abrieron grifos, pulsaron interruptores y se tumbaron en un colchón, antes de cerrar los ojos.

En el centro histórico de Madrid “residen” muchos de ellos y el alcalde de la ciudad acaba de anunciar que pedirá la promulgación de una ley para que no dependa de los sin techo, seguir sin tenerlo. Si hay recursos para atenderlos, ha señalado Alberto Ruiz Gallardón, lo lógico es que se utilicen y que no sigan ocupando un espacio que es de todos. Y la polémica sólo ha tardado un par de horas en saltar a los foros, debates y demás mentideros. Lógico, porque el asunto no es sencillo y varía claramente la opinión, siempre igual, según el color de la chaqueta que nos ponemos, a pesar de que el propio alcalde se cura en salud, advirtiendo que la medida la piden alcaldes de cualquier color político.

Pero si hay un tema que, desde luego, nada debería tener que ver con colores de ningún tipo, ese es el de los mendigos que cada noche duermen al raso, porque la realidad exenta de demagogias depende más de si a quien le preguntas sobre el tema es de esos ciudadanos que por las mañanas se encuentra, al salir de su portal, con una comunidad de “sin techo” que utiliza la pared para apoyar la espalda, el arbolito de enfrente para hacer sus necesidades más urgentes y el hueco de la alcantarilla para guardar sus pertenencias durante el día. Y es que, sin duda, el asunto es complicado, porque muchos “sin techo” huyen despavoridos si piensan que les van a obligar a arrebujarse entre las sábanas de un albergue. Lo dicen ellos mismos, algunos vencidos ya por el alcohol cada vez más barato y cada vez con más grados que corre por sus venas, en peligrosa sustitución de comidas calientes y de somieres bajo techo.

“No quiero que nadie me diga a que hora tengo que apagar la luz o cuándo hay que despertarse”, me cuenta uno de los habituales de la Plaza de San Miguel, la cual sólo abandona cuando al cielo le da por llover fuerte y toca guarecerse en los soportales de la vecina Plaza Mayor. Lleva varios años en el mismo sitio, aunque cambia de fachada buscando el sol en invierno y huyendo de él en verano, y asegura que la bebida llegó después. En su caso, el vino y la cerveza no tuvieron la culpa de que acabara en la calle, fue su enfermedad mental la que primero le hizo perder el trabajo y, poco después, enemistarse con su familia, la cual intentaba sin éxito que siguiera un tratamiento que, según él, le anulaba. Y como no quería pastillas, ni controles, ni consejos, un día, sin pensarlo, ya no regresó. “Ahora soy libre”, dice. Y ya sólo se acerca a los suyos cuando la calle aprieta. Pero el techo sobre su cabeza dura poco y regresa a la plaza con sus colegas, con quienes a veces ríe y otras, las más, se pelea. “Pero no nos metemos con nadie, sólo queremos que nos dejen vivir a nuestro aire”.

Alicia Huerta

Escritora

ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora

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