Osama, Obama, la caza y los videojuegos
martes 10 de mayo de 2011, 12:14h
Según Jenofonte, la caza es la mejor escuela de la guerra. Para Ortega y Gasset, la caza era un rito embriagador, con reminiscencias orgiásticas y eróticas, como apunta en “La caza solitaria”. Afirma: “Si se compara con las otras diversiones --los espectáculos o los juegos deportivos-- salta a la vista la superior calidad que posee la afición a la caza.” Habla también del placer inherente a cazar y a sentirse cazado, ese baile de papeles que se aprende desde la infancia en juegos como el escondite. Delibes habla también de estos temas en “El libro de la caza menor”. Delibes nunca se explayó en sus placeres, pero transmitió la mística que los rodeaba con pocas palabras y menos gestos. Fernández Santos afirmó: “Me gustan los animales y los que más respeto son los que cazo”.
En su película “La caza”, Saura trata este asunto de otra manera. En cierta manera, es un “patchwork” becketiano trágico, compuesto de paisaje desolador, calor agobiante, erotismo explosivo contenido, y fantasmas de odio que revolotean por un cielo asolador. En esta película introduce el tema de la caza del hombre por el hombre. Dos personajes comentan: “José: En lo de la caza, tiene razón Luis: al conejo se le da pocas oportunidades para defenderse. Cuantas más defensas tenga el enemigo, más bonita es la caza, se lucha de poder a poder. Luis: Por eso alguien dijo que “La mejor caza es la caza del hombre”.
” El tema del “chasseur chassé”, ese extraño fenómeno del hombre a la caza de su semejante, como lo defició Guerreau, no es nuevo. En el año 1932, se estrenó la película “The most dangerous game” de Ernest Beaumont Schoedsack y Irving Pichel, basada en un cuento breve de Richard Connell. En ella, el conde Zaroff, aristócrata ruso que vive en una isla de su propiedad con su criado Ivan caza al cazador Bob Rainsford y a su fantástica pareja Eva. Al final, los perros del cazador cazan a zaroff y salvan a las presas. El crimen disfrazado de error del cazador aparece en “La règle du jeu” de Renoir, cuando el guarda dispara a Jurieu al confundirlo con Octave, el amante de la mujer de su amo. Del tema de la caza de la mujer, habla Louis Condominas en “La chasse et autres essais” cuando describe la caza ritual de mujeres jóvenes en las montañas de Vietnam como rito de cortejo estacional. El tema de la caza “invertida”, como la llama Guy Word, se ha prodigado en el cine: en la película “Escenas de caza en la Baja Baviera” de 1969, los lugareños cazan durante la época de la siega a los marginales y homosexuales del lugar. Chabrol, en “L’invitation à la chasse” trata el tema de la caza del hombre en 1974 desde un ángulo perverso. La película japonesa “Battle Royal” del año 2000 de Kinji Fukasaku, basada en una interesante novela de Kenta Fukasaku, sitúa la caza del hombre en un isla. Le da un sentido grupal de autoexterminio y selección forzada.
En la literatura en español, hay dos buenos ejemplos de la caza del hombre por el hombre: el primero es el relato de Julio Cortázar “La noche boca arriba”, un intrincado relato que juega magistralmente con el tiempo y el espacio, y en el que un accidentado se convierte en presa sacrificial en sus sueños; el segundo, la cinematográfica en su estructura novela de Julio Llamazares “Luna de lobos” que relata la experiencia de unos maquis perseguidos en las montañas del noroeste peninsular. La caza, en definitiva, es placer, atención, concentración, juego, conmiseración y piedad basada en la identificación entre cazador y cazado, entre perseguidor y presa. La muerte de Osama Ben Laden, lo queramos o no, toca muchos de estos temas.
De lo ocurrido estos días pasados, creo que lo más intrigante es la foto distribuida por la propia Casa Blanca en la que aparece el presidente Obama junto con su secretaria de Estado Hillary Clinton (además de su vicepresidente Joe Biden) observando en una pantalla las acciones de los “seals” que entraron en la casa de Ben Laden para eliminarlo. Es chocante y significativo que no se distribuyera ninguna imagen de la víctima (a diferencia de lo que ocurrió recientemente en otras muertes de líderes políticos), pero sí de las reacciones de sus perseguidores.
En la foto, el presidente Obama tiene cara de preocupación, mientras que Hillary se lleva la mano a la boca en un gesto de asombro. Nosotros, los espectadores, no vemos lo que están viendo, sino su reflejo en sus caras y gestos. Lo que el gobierno de los Estados Unidos nos da no es una imagen de la acción, sino un plano de la reacción a la acción. Lo que hemos visto es al presidente y a su gabinete jugando a un videojuego. Nos han descrito el juego con palabras, y nos han dado sus caras mientras jugaban.
Los planos de reacción forman parte integral del cine norteamericano desde hace años. Su uso es, seguramente, una de las mayores diferencias con el cine europeo. En este, salvo excepciones como Eisenstein en el Potemkin y Buñuel (siempre desde sus inicios muy atento a los planos de reacción), la atención de la cámara se dirige más hacia la acción, aunque sea verbal. El cine americano vio el gran valor del plano de reacción, reconoció la elipsis que crea sobre la acción y el valor añadido para la imaginación del espectador que visualiza lo que no puede ver. El plano de reacción se complementa en la televisión con las risas enlatadas, y en las películas de terror con los gritos de los espectadores o de los protagonistas en fuera de campo. Amenábar explotó muy bien este último recurso en “Tesis”.
La muerte de Osama Ben Laden (o como quieran escribirlo) ha sido una muerte en plano reactivo. Hemos visto la reacción de sus principales perseguidores y la reacción de los norteamericanos con luminosos en Times Square y reuniones espontáneas en la zona cero. Y nos hemos metido en la mirada del cazador en el momento de cazar a su presa. La presa daba igual; lo importante en esta ecuación era el ojo del cazador. ¿Había erotismo? (Indudablemente, entre Osama y Obama hay concomitancias, de polo opuesto, por edad, origen, ambición y formación.) ¿Había piedad? ¿Placer? ¿Comprensión siquiera? ¿Rabia? ¿Odio? ¿Satisfacción?.
En la era de los videojuegos, el jugador se convierte fácilmente en objeto de estudio. El cazador en cazado. La torre que cae en una cara que reacciona ante una muerte. El cazado, ahora cazador, juega a un juego en un despacho y observa en una pantalla el resultado de su juego. Los músculos de su cara se contraen y expanden. Nosotros vemos su cara a miles de kilómetros de distancia e imaginamos lo que ocurre en una pantalla que no vemos. Borges tenía que haber escrito algo sobre esto. Conociéndolo, quizá lo haya hecho.