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El pepinazo del poder

José Antonio Ruiz
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jantonruytelefonicanet/9/9/20
viernes 03 de junio de 2011, 21:17h
Llámame Alfredo (…). Michel Foucault cometió un grave error de apreciación cuando dijo que «el poder se encuentra en todos los sitios porque no proviene de ninguno». Se nota que no conocía a Rubalcaba, musa de Brueghel, cuyo grado de sobrevaloración de su propio “yo” lleva camino de desbancar al mismísimo Lucifer (otro “sobrado” de Biblia) del podio de la Soberbia: «Con dos debates en televisión dejo al PP sin mayoría absoluta. A Rajoy, la cámara de TV no le quiere».

Lo mismo hasta tiene razón este emperador pluriempleado a tiempo parcial con más disfraces que Mortadelo. Lo que no se puede ser es tan perdonavidas ni farolero. Sin duda que Los chulos, “obra maestra” del genial Mariano Ozores, hubiera quedado mucho más redonda si a la pareja Pajares-Esteso se hubiese sumado el inconmensurable talento para la comedia delirante de enredo del Godoy de Solares, vacilón como la anchoa del Cantábrico, que en Los bingueros -¡ni te cuento!- lo habría bordado.

Con todo y con eso, me da la espina que la Codicia del poder es quizá el más imperdonable de Los siete pecados capitales, la tentación más difícil de resistir y el vicio del que resulta más enrevesado desengancharse. Y no porque lo dejara escrito en El Fin y los Medios el tal Huxley (que no se sabe si se convirtió al anarquismo antes o después de inventar la pólvora), sino porque en algunos sujetos que sueñan con emular a César, a Napoleón, a Luis XIV, o ya puesto el hábito, a Richelieu, la ambición («el ansia», para el académico del pueblo José Mota) alcanza tales cotas de paranoia que se convierte en una enfermedad incurable.

Siempre he pensado que no puede ser feliz una persona como el abajo firmante que se hace tantas preguntas porque ha nacido con la tara de ser fabulador de historias y la desgracia irreparable de compartir el oficio de periodista con gente tan indeseable como la senadora pepina de Hamburgo que ha montado el pollo de los pepinos. Cornelia se llama la muy bocazas, como «la muchacha», que diría Bisbal, que dio calabazas a Ptolomeo, candidata a Hija Predilecta de El Ejido.

Claro que no sé quién le ha hecho más daño al sector hortofrutícola español, si la chorla en cuestión, o la consejera andaluza de Agricultura -que no es precisamente lo que se dice una chica Cosmopolitan-, al posar para la foto en un invernadero de Almería tratando de tragarse un pepino entero de un bocado, a pesar de dar la impresión de estar saciada del phallós cucurbitáceo tras haberse zampado de una sentada (es un suponer) toda la producción de la temporada. Los del PP, más finos, hicieron lo propio, posando en una foto coral. Pero antes se la pelaron y cortaron en rodajas.

Ahora que no me está leyendo nadie, confieso haber perdido el apetito, la libido y la fe en la erótica del poder después de recrearme en la instantánea de la diosa Ceres reencarnada, fornida como las hijas de Leucipo, que me retrotrae a los cuadros de Rubens y a la pintura oronda de Botero, por no remontarme a los tiempos de la Venus de Willendorf.

Nada que ver con el calendario Pirelli ni con el top de la revista FHM que tanto juego ha dado esta semana de cintura para abajo, y que en lugar de premiar el cerebro inexplorado de la mujer (uno de los grandes enigmas de la Humanidad), ha apostado de nuevo por la cosecha de melones, ante el silencio inexplicable de mi querida ministra de nombre Leire y de apellido Pajín, Reina de Corazones en este país de las maravillas pero sin embargo de chichinabo que hoy está todavía peor que ayer tras la palpada poligonera de genitales que se han intercambiado patronal y sindicatos.

Cuando cunde el desánimo, siempre es un consuelo compararse con la vida de desasosiego –que eso sí que no es vida- que debe llevar un politicastro que, en lugar de interrogantes existenciales tiene respuestas para todo, y tragaderas suficientes para concentrar sus energías y sus entendederas en intrigas palaciegas, tratando de encontrar, por lo civil o por lo militar, el modo de seguir medrando por un puesto en las listas a costa del voto basura de algún cenutrio de fácil convencer.

Si el Macbeth shakesperiano es el drama que mejor retrata la ambición política desmedida, la tragedia socialista apunta suficientes maneras como para plantearse un segundo tomo de El poder y la gloria de Graham Green, pues vamos a asistir a más maquinaciones que en Las bodas de Fígaro.

A Rubalcaba -¡llamadme Alfredo!- la tarjeta de visita se le ha quedado pequeña para hacer constar todas las ocupaciones y condecoraciones que tiene. El día que no sea nada, me lo veo conspirando contra sí mismo, ejercitándose, como Fernando Alonso, pero en un simulador de expedientes equis, para no acabar delirando en los confines de las tinieblas como los chiflados de Queneau, o en un manicomio como Jack Nicholson, embutido en una camisa de fuerza en Alguien voló sobre el nido del cuco.

Me sé de unos cuantos que van derechos a la condenación eterna si como dejó dicho Tomás de Aquino un vicio capital es aquel causante de un deseo tan irresistible como para que la carne débil esté dispuesta a sucumbir a una vida de pecado con tal de dar satisfacción irrefrenable al cuerpo.

Sin necesidad de tanta floritura moralizante, como Quino, el dibujante, soy de los que opinan que «el mal del mundo es la ambición de poder», pues de todas las formas posibles de adicción, no hay droga más dura que el apego al trono, cuyo efecto multiplica por mil todas las contraindicaciones imaginables y efectos secundarios de la benzodiacepina más potente que pueda salir de un laboratorio como el de la Universidad donde el figura hizo sus primeros experimentos sociológicos.

¡Ah! Y entre Leonard Cohen y Sabrina -¡qué quieren que les diga!-, prefiero a Joaquín, que por algo es nuestro Neruda golfo que como García Márquez no habla de oído sino que canta a la vida que ha vivido, aunque de un tiempo a esta parte se haya vuelto una persona formal y siga pensando que Castro es un bendito y no un cabrón. Otros que yo me sé, siempre tan políticamente correctos, de esos que nunca se equivocan -¡qué asco!-, tarde o temprano acabarán enganchados al Omeprazol para sobrellevar sus problemas de acidez estomacal de tanto reprimir, a golpe de riñones y de hipocresía, sus verdaderos pensamientos, aislados en la terrible soledad del ensimismamiento, con la sola compañía inquietante de sus propios fantasmas, que esos sí que acojonan y dan miedo.

No quisiera despedirme si apostillar que abierto quedo a que me llaméis como queráis, hasta inclusive Pepe como me llamaba mi madre cuando era niño aunque no haya dejado de serlo a pesar de tener ya una edad para empezar a pensar en recogerse, sentar la cabeza y dictar testamento. Pero por Dios, no me llaméis Pepino porque no soy tan buen encajador como Zapatero y me ofendo.

Muerto sólo está, como dice Sabina en su poemario musical, el que renuncia a buscar, en unos labios abiertos, besos de esos que, te los dan, y resucitan a un muerto. Pero Rubalcaba, tú sigue a lo tuyo, que según parece es lo que te pone, Alfredo.

José Antonio Ruiz

Periodista

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