El Túnel de la Risa no da risa
miércoles 02 de abril de 2008, 21:28h
En plena Semana Santa, muchos de los usuarios del Metro de Madrid tuvieron que ingeniárselas para llegar al kilómetro cero sin contar con los trenes. La madrugada del miércoles había aparecido un enorme socavón y mientras políticos, supongo que con más ganas de vacaciones que de bronca, discutían tímidamente acerca de la responsabilidad del tremendo agujero, los turistas y los autóctonos caminaban desde estaciones cercanas o bajaban de autobuses, cargados con las correspondientes maletas de ida o de vuelta. Parece claro que la culpa del incidente era de las obras que Fomento inició hace cuatro años en plena Puerta del Sol, aunque, por supuesto, desde el Ministerio se acusó al Gobierno de la Comunidad de exagerar y de crear alarma social por lo que denominó “pequeños huecos detectados”.
En esta especie de atentado, algo más que metafórico, contra el mismísimo centro del corazón de la capital, las obras para la construcción del llamado túnel de la risa y su correspondiente estación de cercanías parecen no tener final y, desde luego, a los vecinos y a los comerciantes de la zona les da de todo menos la risa. Es mucho el tiempo, demasiado, que llevan soportando los ruidos y las molestias de unos trabajos que dificultan el acceso a la zona más transitada de Madrid. Y eso que la guasa nunca les ha faltado a los madrileños. De hecho, la denominación de Túnel de la risa, que transcurre en la actualidad entre Atocha y Chamartín, procede de los años treinta, cuando andaba de moda una atracción de feria así llamada y que consistía en un cilindro de unos dos metros de diámetro y cuatro de longitud, convenientemente acolchado, que giraba como el tambor de una lavadora con la gente dentro. Cuando el ministro Indalecio Prieto comenzó a construir en 1933 el túnel Atocha-Chamartín, la oposición al gobierno socialista de la época lo rebautizó igual que la famosa atracción de feria. Ya lo ven, la historia se repite siempre y los enfrentamientos políticos, con más razón.
De lo que no hay duda es que el subsuelo de la capital está últimamente de lo más concurrido. Hemos aprendido a convivir estos años con el complejo de topo de Gallardón en la M-30 y ya estamos sobresaturados de agujeros, zanjas y polvo. Con la lentitud de las obras de Fomento y los inesperados agujeros, llueve sobre mojado. Qué digo mojado, empapado. Pero todo sea por el progreso. La de Madrid es, después de las de Nueva York y Londres, la tercera red de metro del mundo y con la ampliación y modernización de los últimos años, al ferrocarril metropolitano inaugurado por Alfonso XIII en 1919 ya no le conoce ni su padre. Para los nostálgicos que no tengan previsto viajar pronto a Londres, donde la palabra reforma en obras públicas parece que les suena a alta traición nacional, les recuerdo que ya está abierta como Museo la estación fantasma de Chamberí. Sí, esa que llevaba abandonada desde 1966 y que los más morbosos intentábamos ver con la cara pegada al cristal mientras el tren volaba de Iglesia a Bilbao, porque ya lo saben, el Metro de Madrid, vuela.
Escritora
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
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