La grandeza del espíritu nacional británico
Martín-Miguel Rubio Esteban
viernes 16 de diciembre de 2011, 21:22h
La conquista de Tiro costó más a Alejandro Magno que conquistar Asia, llegar hasta la India y hacer pedazos el inmenso Imperio Aqueménida. Tiro, pequeña ciudad mediterránea en relación con las fuerzas desplegadas por el gran Alejandro para conquistarla, combatió con tal dignidad nacional que aún es hoy vivo ejemplo de amor a la patria y a su independencia, condición indispensable para el desarrollo de una sociedad libre y digna, y dueña de su propio destino. Con una tecnología inusitada para la época, la República de los tirios, presidida por el “rey electo” Acemilco, organizó una compañía de buceadores, para cortar los cables de las anclas de los barcos que asediaban el puerto, y así dejarlos al pairo a fin de que se chocasen entre ellos y pudiesen romperse las amuras. La Armada de Alejandro tuvo que ciar. También quemaron las altas torres que asediaban la ciudad con una fuerte artillería de fuego basada en ingenios pneumáticos. Incluso ya tomado el muro de la ciudad por Alejandro, se reagruparon en el templo de Agenor, padre de Cadmo que había fundado Tiro y Sidón, para reorganizar allí el combate contra los invasores macedonios. Nueve meses costó a Alejandro Magno la toma de Tiro y en ella murieron grandes generales suyos, como Admeto. Fue la libertad de que gozaban los tirios el único gran obstáculo de Alejandro en su carrera militar y en sus ansias de dominio. El resto de lo que conquistó fue fácil, porque estaba compuesto por pueblos de esclavos y de indignidad humana milenaria.
Pues bien, diríase hoy que Tiro es la Gran Bretaña de David Cameron, nuevo Calgacus que se enfrenta solo al eje francoalemán. Si sola resistió a Napoleón, si sola resistió a Hitler, hoy sola garantiza su independencia económica frente al nuevo imperio alemán, en que Francia va de comparsa, como hetaîros hipaspista de esta nueva Alejandra que es Merkel. David Cameron, fiel a los principios dimplomáticos del gran Palmerston, ha sabido salvar con intransigencia la fortaleza inglesa de la City frente a los controles e inspectores del naciente Vierte Reich. Y mientras los demás como hipomeiônes y amigos de nuestros amos aplaudimos una nueva cesión de soberanía ad maiorem gloriam Germanici Imperii, los británicos libres vitorean la contumacia de su nuevo Calgacus, que los mantiene independientes frente a todos. Zapataero no fue Cameron en mayo de 2010. Se sabe arrodillar untuoso y sonriente como una odalisca antes las nuevas divinidades terribles y agiotistas de Europa. España tampoco es el Reino Unido, claro. De hecho, elegimos a Zapateros claudicantes y obedientes como perrillos falderos. Si Inglaterra sintiese amenazada su soberanía ante la UE, se saldría por completo de la UE. Su libertad cuatro veces centenaria, y de enorme utilidad para el mundo, le ha enseñado a desconfiar del Continente, asediado en demasiadas ocasiones por la niebla y su damnosa hereditas. Pueblo profundamente conservador, mantiene la monarquía no por el bien que conlleve ella misma sino por la utilidad nacional que genera.
El carácter liberal del pueblo británico, enemigo de toda tiranía y estridencia, se configura y cuaja en la época de Alfred el Grande ( 849-899 ), el más grande de los reyes anglosajones, cuando estableció la primera legislación civil, eliminó a los jueces corruptos y aprobó derechos materiales, a cargo del erario público para los pobres y necesitados. Formado durante tres siglos el carácter británico en la herencia espiritual y moral del gran Rey Alfredo, los ingleses no soportaron las indignidades públicas que representaba el odiado rey Juan I, “Lackland”, y le obligaron a firmar con su propio sello real la Carta Magna ( “Great Charter” ), el primer catálogo de derechos humanos del mundo organizado en 63 cláusulas, en el que se obligaba al Rey a obedecer la ley, en cuya cláusula 39 se garantizaba el derecho de todo hombre a tener un juicio justo, y en la cláusula 40 el derecho a un juicio rápido. Tampoco soportó ese carácter de dignidad civil el intento de absolutismo de Carlos I con sus Cavaliers, asumiendo los “Roundheads” de Oliver Cromwell ( un gran inglés antes de que se convirtiese en el Lord Protector ) la encarnación pública de aquel espíritu liberal y prudente de Alfredo el Grande.
Finalmente, los dos grandes configuradores del modo de ser político de los ingleses fueron el extravagante ( flamboyant ) Benjamin Disraeli y el adusto ( dour ) William Gladstone. Ambos cultivaron los “cosy moral values”, ese agradable sentido moral que se acomoda al tamaño de lo humano, sin estridencia alguna. De ambos es hoy hijo espiritual David Cameron.
Doctor en Filología Clásica
MARTÍN-MIGUEL RUBIO es escritor y catedrático de Latín
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