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Madrid, un estercolero los lunes

miércoles 09 de abril de 2008, 21:59h
Da mucha pena amanecer con las calles del centro de Madrid después de un largo y ajetreado fin de semana. Las mañanas de los lunes toca caminar con bastante cautela para no andar pisando los desperdicios de toda clase que, entre los adoquines, recuerdan las animadas noches que se han vivido desde el viernes. Ya a primera hora del lunes, se ve a los barrenderos que trastean con sus utensilios para que aquello vuelva a parecer una ciudad presentable, la ciudad de moda que cada vez recibe más visitantes. Pero, aunque nos quejamos de que la capital está sucia, no creo que papeles, cajetillas, bolsas, latas y demás inmundicia aparezcan por generación espontánea. Y es que te puedes encontrar de todo y en los rincones más insospechados. Y digo de todo, aunque, por educación y buen gusto, no me permito ser más concreta.

Mi intención no es decir que los españoles y, en especial los madrileños, seamos unos guarros. Ni quiero ni puedo, porque a ninguno nos gusta que nos llamen esas cosas, pero hacer un poco de Pepito Grillo sí que me apetece. Por el bien de todos, claro. Y es que de verdad que no podemos quejarnos de falta de limpieza por parte del Ayuntamiento, mientras nosotros seguimos ensuciando sin medida. Algo que siempre llama la atención a los que nos visitan desde otros países, incluso de los que consideramos tan cercanos a nuestra cultura como, por ejemplo, Italia, es precisamente la suciedad. Los turistas se quedan de piedra cuando les llevas a los típicos bares de tapas a degustar curiosos unos callos, y se encuentran, aún más sorprendidos que por el sabor de tan ilustre plato, con una servilleta de papel o un palillo en la mano y ningún lugar dónde depositarlos. Y cuando, encima, vas y les dices, aparentando una naturalidad que en realidad no sientes, que se puede tirar al suelo, que no se preocupen, que luego se barre y que, además, es la costumbre, te observan como si acabaras de arrancarte la camisa de fuerza con los dientes y miran a uno y otro lado preguntándose dónde se esconde la inocentada al forastero.

Como siempre, las cosas no vienen de ahora y, por supuesto, nos hemos civilizado mucho y ya no ocurre como en tiempos de Carlos III cuando todas las semanas entraban alguaciles a las casas y examinaban su estado, imponiendo multas a los dueños más desaseados. Increíble imaginarse ahora lo que relatan algunos cronistas de la época acerca de la insalubridad de las calles de la capital, cuando la gente caminaba lo más apartada posible de las fachadas de las casas para no correr el riesgo de escuchar un “agua va”, sin tiempo para evitar el contenido del cubo e incluso del orinal que se vaciaba desde lo alto. Sí, estamos muy lejos de todo aquello, pero aún debemos poner bastante de nuestra parte para que las calles de Madrid no parezcan un estercolero después de la batalla del fin de semana.

Alicia Huerta

Escritora

ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora

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