Migajas sentenciosas de Quevedo
martes 21 de febrero de 2012, 21:37h
Vivimos tiempos difíciles en los que uno parece perder el asidero que hasta hace muy poco le servía de aguja de marear; los jueces son juzgados por otros jueces, los banqueros son rescatados por los gobernantes, el yerno de Su Majestad parece que ha metido la mano en la caja de todas las instituciones existentes y al alcance de sus dedos, los ERE falsos han repartido más de 700 millones entre amigos y familiares de la Junta de Andalucía, el banco del Reino rescata a directivos financieros en el vergonzante expolio de las cajas de ahorros –los rostros de los ex directivos “indemnizados” con sumas que van desde los 20 millones al medio millón de euros son el vivo retrato de la codicia y la falta de escrúpulos, de la habilidad política–… Y el actual Gobierno exprime sin compasión a las clases medias, creando un Estado confiscatorio, sin tropezar siquiera a las SICAV y otros fondos de inversión para ricos.
El entorno político y social en el que vivió Quevedo hace justo ahora cuatrocientos años no era muy distinto. Los oportunistas validos e intrigantes secretarios de los Austrias buscaron frecuentemente el amparo del poder, instituyendo un siniestro régimen de corrupción si precedentes, para enriquecerse en el menor tiempo posible burlando a la ley. Entre ellos resultaron ser especialmente corruptos el duque de Lerma –junto a sus adláteres Pedro de Franquesa y Rodrigo Calderón–, más tarde, cuando Quevedo ya no se encontraba en este mundo, el consejero Fernando de Valenzuela –el pernicioso y temido “Duende de Palacio”– y el padre Juan Everardo Nithard, deletéreo confesor de la reina Mariana de Austria. Sin embargo, la bestia negra negra de don Francisco fue el temido y ambicioso conde-duque de Olivares, causante ulterior de su muerte tras casi cuatro años encerrado en el horror de un lóbrego y frío calabozo, en el convento de San Marcos de León, durante los cuales sufrió, en sus propias palabras “rigurosísima prisión” y padeció la enfermedad de tres heridas que, “por falta de cirujano, no sin piedad, me han visto cauterizar con mis manos”.
Quevedo, como estoico ejemplar –si bien jamás se consideró uno de ellos, sino un fiel seguidor de su doctrina “para consuelo de sus trabajos”– escribió una Defensa de Epicuro, tradujo el Commonitorio de Focílides, el Manual de Epicteto y cerca de un centenar de epístolas de Séneca, muchas de ellas con agudas observaciones anotadas en los márgenes. Fruto de ese estudio son las Sentencias, en conjunto más de 1.300 apuntes o notas para desarrollo de temas y pensamientos, comentos y glosas que, en sus manos, se convierten en verdaderas gemas sueltas que ayudan al ciudadano en momentos de dificultad como el que estamos pasado.
Las perlas de sabiduría de Francisco de Quevedo que más vienen al caso del desorden político actual y del cohecho sistematizado por unos gobernantes “elegidos” a través de un injusto sistema bipartidista, rezan, por ejemplo, así: “Conciertos humanos…, las más de las veces no tienen más que el nombre”. El concierto de voluntades de los poderosos tiene poco de humano para Quevedo, que piensa que “no hay artífice, por grande que sea, a quien no le ayude a errar o a acertar el oficial, bueno o no”, pues “tales consejeros a un príncipe es carga cerrada para los hombres”. La conciencia de Quevedo sobre la importancia del buen gobierno de la nación llegaba a acusar indirectamente a su Rey de buscar el beneficio a través de su cargo, pues “grandeza de los príncipes es hacer merced en recibir beneficio… pero mayor hacerla sin recibirlo”,
Dice Quevedo con respecto a los gobernantes que “ya se contentaría este siglo con que pagasen y no diesen”; es decir, con que pagasen a sus acreedores –apuntando así el gravísimo problema de la deuda– y no fueran tan liberales en el regalo y dispendio de las arcas públicas. Y aun con respecto a la opinión pública, don Francisco contesta a la máxima de la casta política que afirma que “Los disfavores secretos, aunque hieren como los públicos, no lastiman en la estimación de las gentes” y presto, contesta el vate madrileño que, lejos de eso, según fueren los disfavores y la causa por la que fuesen, que “los reyes pueden quitar la salud con disfavores: ojo, según fuere el sujeto en quien caen”, en clara ocasión a los políticos cogidos en latrocinio y tráfico de influencias que lejos de derrumbarte, se refuerzan y perseveran en su actitud, algo que vemos con excesiva cotidianidad y contemplamos en España con insólita benevolencia.
La lucha de las facciones y candidatos de un partido también son recogidas por Quevedo en una de las migajas más acertadas, en simpática comparación con el mundo animal: “Príncipes menores no quieren cerca de los grandes, como ni los peces a las ballenas”. Observemos la actualidad a través de los quevedos del insigne cojo y mejor poeta. Abramos el periódico por cualquier página y releamos con don Francisco que la jurisdicción actúa de forma implacable sobre los débiles porque “los grandes digieren veneno como vianda ordinaria”. Algunos hipan empachados de vitriolo en el Congreso.