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Flagrante vulneración de derechos en Venezuela

domingo 19 de septiembre de 2010, 09:50h
Todos los ordenamientos jurídicos contemplan la figura de la expropiación por parte del Estado de bienes particulares, arbitrando para ello el oportuno procedimiento que permita al propietario resarcirse de la pérdida de dicho bien. En Venezuela, sin embargo, las cosas son diferentes. Bien lo saben todos aquellos que tienen la desdicha de poseer tierras -muchos de ellos españoles- ocupadas ilegalmente por milicias chavistas, o requisadas manu militari sin derecho a compensación alguna. Al infortunio de verse privados de algo que legalmente es suyo se une la desazón de saber que tienen muy pocas posibilidades de obtener algo a cambio, y ninguna de que les restituyan lo usurpado.

Es sólo una muestra más del deterioro institucional que padece Venezuela desde que Chávez se hizo con el poder. Si ya de por si no respetan los derechos fundamentales de la persona, el de propiedad no iba a ser una excepción. Así, ser hoy chavista en Venezuela equivale a tener una patente de corso para apropiarse de lo que sea, a sabiendas de que el pillaje en cuestión quedará impune. Además, el medio de comunicación que se atreva a informar de semejantes atropellos corre el peligro de echar el cierre, por no hablar del riesgo personal de sus empleados.

Apenas nadie en el continente dice una sola palabra que pueda incomodar a Chávez. Los petrodólares son muy jugosos como para renunciar a ellos. Pero siendo indigno ese silencio, lo es aún más si, como es el caso de la diplomacia española, ve cómo muchos de sus conciudadanos son víctimas de abusos por parte de las autoridades venezolanas sin que nadie en el palacio de Santa Cruz mueva un dedo por ellos. Es conocida la simpatía que siente el ministro Moratinos por “estadistas” de la talla de Hugo Chávez o los hermanos Castro -Raúl es amigo personal suyo-, pero eso no debería privarle de la objetividad necesaria a la hora de defender los derechos de españoles expoliados por las autoridades venezolanas. Porque tanta reprobación merece quien comete fechorías como quien simpatiza con quien las comete y da la callada por respuesta.
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