RESEÑA
Benjamin Black: Venganza
domingo 21 de abril de 2013, 13:00h
Benjamin Black: Venganza. Traducción de Nuria Barrios. Alfaguara. Madrid, 2012. 295 páginas. 19,50 €. Libro electrónico 9,99 €
La “esquizofrenia” del escritor irlandés John Banville (Wexford, 1945) continúa siendo enormemente fructífera. Casi de manera paralela ha publicado Antigua luz, con su nombre, y Venganza, bajo la firma de Benjamin Black, seudónimo que utiliza para sus novelas del género negro, aunque sin ningún tipo de ocultamiento de que se trata de la misma persona. Tanto es así que este próximo martes 23 de abril, en el marco de La Noche de los Libros, Banville pronunciará una conferencia en la Real Casa de Correos de Madrid (puerta del Sol, 7. 19 h.) titulada precisamente: “Yo vs yo mismo. John Banville habla de Benjamin Black y viceversa”.
Banville comenzó su carrera literaria en 1970 con un libro de relatos, ha trabajado como editor de The Irish Times y colabora asiduamente en The New York Review of Books. Entre sus novelas se encuentran La carta de Newton, Mefisto y El libro de las pruebas, finalista del Premio Booker en 1989, prestigioso galardón que obtendría posteriormente, en 2005, con El mar. Justo un año después nació Benjamin Black con El secreto de Christine, a la que siguieron otros cinco títulos más, y ya está en capilla uno más: Holy Orders . Las relaciones entre Banville y Black resultan curiosas. Por ejemplo, Banville escribe a mano, y sus novelas son en primera persona, mientras que Black lo hace directamente en el ordenador y utiliza la tercera persona. Black vino a la vida, según ha confesado su creador, a raíz de que Banville tenía una historia para un guión televisivo, que no llegó a realizar, e inspirado por el prolífico escritor belga George Simenon, pero, aclara siempre, no por el Simenon de las novelas protagonizadas por el comisario Maigret, que no es santo de su devoción.
Banville y Black. ¿Monta tanto tanto monta? Banville es reconocido como un estilista, que trabaja el lenguaje con paciencia de orfebre, y George Steiner le saluda como “el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante”, y Black como urdidor de absorbentes e intrincadas tramas, que sitúa a la perfección en el Dublin de los años cincuenta. Así, el propio Banville, no sin la ironía de la que hace gala cuando se refiere a sus dos yos literarios, señala: “A media tarde, cuando estoy algo cansado, el tal Black se acerca a Banville y empieza a darle con el boli, venga, venga, rapidito, aligera. Otras veces es Banville quien se acerca y dice: mira, Black, esta parece una frase interesante, vamos a jugar un poquito con ella”.
En realidad, si leen una novela de Banville y otra de Black comprobarán que no son tan disímiles. Lo cual, naturalmente, es lógico. En las novelas policiacas de Banville/Black, como es de rigor, hay uno o varios crímenes y debe descubrirse al culpable. Y en las no policíacas puede haber un asesinato –como en la espléndida El libro de las pruebas-, aunque desde el principio se conozca a su autor. Porque a Banville/Black le interesa la indagación en los oscuros territorios donde prevalece lo irracional y se hacen fuertes los sentimientos no precisamente nobles del ser humano.
Sentimientos como el de la venganza –aderezado con otros no menos turbios-, que subyace en esta última entrega de Benjamin Black. Quienes ya conozcan a Black y sean asiduos –la novela policíaca suele ser adictiva-, leerán con fruición este nuevo caso, en el que están todas las señas de identidad de la serie, y aquellos que se acerquen a él por vez primera encontrarán a un autor lleno de eficacia e interés. En Venganza, el extraño suicidio de Victor Delahaye –en buscada presencia del hijo de su socio Jack Clancy-, abre una historia de secretos, ambiciones e intereses espurios, donde se ha esfumado lo que Delahaye reclama antes de pegarse un tiro: “-Ya no se valora la lealtad. La lealtad. El honor. Lo que antes se llamaba decencia. Todo eso ha desaparecido”. Una historia que se enreda aún más con una segunda muerte en igualmente extrañas circunstancias, y que está poblada por personajes como Mona Delahaye, la joven, atractiva, seductora e “inconsolable” viuda del suicida, sus dos hijos, los inquietantes gemelos Jonas y James, fruto de su primer matrimonio, o su hermana, la amargada solterona Maggie Delahaye que sufre “estrabismo emocional”.
Ante las singulares muertes, el inspector Hackett comienza una investigación, acompañado por el doctor Quirke, creado por Black para la serie policiaca y que, aunque no es un detective, entra por derecho propio en la lista de los que son paradigmáticas figuras del género negro. Quirke, de profesión patólogo, arrastra un doloroso pasado que trata de ahogar, con poco éxito, en el alcohol y esporádicas aventuras amorosas. Su espacio de trabajo es la morgue, lugar al que van a parar todos los hombres. Pero, en el camino, cuánta miseria moral, que Quirke conoce muy bien y pone ante nuestros ojos, aunque sin desdeñar la grandeza humana. Lástima que, como también Quirke sabe, sea tan escasa.
Por Carmen R. Santos