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RESEÑA

Eva Weaver: Todo lo que cabe en los bolsillos

domingo 23 de junio de 2013, 13:00h
Eva Weaver: Todo lo que cabe en los bolsillos. Traducción de Cristina Martín. Espasa. Barcelona, 2013. 352 páginas. 19,90 €. Libro electrónico: 13,99 €
Ya señaló Juan Ramón Jiménez aquello de que el primero que dijo lo de los dientes como perlas era un genio y el último un cretino. No vamos a usar la vehemencia juanramoniana, porque crear algo original se ha vuelto terriblemente caro, en un mundo en el que se crea tanto y tan deprisa. Sin embargo, tampoco podemos evitar preguntarnos hasta qué punto puede ser necesaria otra novela de superación personal ambientada en las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial. Claro que esta Todo lo que cabe en los bolsillos está, en buena medida, protagonizada por un niño, así que, para no pecar de generalistas, vamos a preguntarnos hasta qué punto es necesaria otra novela de superación personal ambientada en las catástrofes de la Segunda Guerra Mundial y protagonizada por un niño. Este niño es Mika, quien, con las marionetas heredades de su abuelo, intenta hacer olvidar a otros niños la triste realidad del gueto de Varsovia. Unas marionetas que recorrerán un singular camino.

Dicho esto, y para ser justos, tenemos que decir que Todo lo que cabe en los bolsillos no es, ni mucho menos, el peor ejemplar de su especie. Aunque arreciarán las comparaciones con El niño del pijama de rayas (de hecho, la inevitable comparación aparece en la contraportada del libro) esta Todo lo que cabe en los bolsillos es indudablemente superior y bate a su precursora en todos los frentes salvo uno: la capacidad de sorprender de la idea inicial.

Todo lo que cabe en los bolsillos no es una gran obra literaria, ni tiene una estructura original, pero la narración se mueve con ritmo y las escenas se suceden sin extrañeza. Tampoco tiene escenas remarcables, pero, a cambio, no se empantana en momentos insufribles. No se desprende del maniqueísmo, pero se esfuerza (con un éxito nada espectacular) en darles alguna complejidad a sus personajes. Y nos transmite con eficacia la idea del poder de la fantasía, incluso en las situaciones más adversas, y aunque sea contando solo con unas humildes marionetas.

Como la autora, que debuta con esta novela en la narrativa, no maneja la prosa de un Flaubert o un Conrad ahorra a sus lectores el mal trago de recordarles constantemente sus limitaciones y evita recurrir a metáforas dulzonas o correosas. Por sorprendente que parezca, este es el peor vicio de los novelistas: la incapacidad de ahorrarnos sus comentarios banales o su retórica ripiosa. Weaver no cae ahí y, mal que bien, deja que la acción avance con naturalidad; sin lujos ni alardes, pero también sin muchos tropiezos. Hay algún pecadillo, pero casi siempre venial.

Por Miguel Carreira


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