Durán, Cataluña y Cuba
lunes 08 de octubre de 2012, 20:09h
Los nacionalistas periféricos españoles (con perdón) –vascos y catalanes- no han parado en treinta años de buscar modelos extranjeros para justificar sus aspiraciones independentistas, sus “quimeras”, como las ha denominado el propio Rey Juan Carlos. Los nacionalistas vascos han tenido una especial proclividad por Irlanda, cuya insurrección contra Gran Bretaña fue “el mito de la tercera generación aranista”, como ha explicado Jon Juaristi en su espléndido libro El bucle melancólico. Todavía antes, algunos de ellos quedaron fascinados por el ejemplo de Noruega que en 1905 logra su independencia de Suecia. Cuando, tras la caída del bloque comunista se produce lo que algunos han llamado “la segunda primavera de los pueblos” (por cierto que hay dos “primeras” primaveras, la que se produce después de la revolución de 1848 y la que es consecuencia de la desintegración de los imperios tras la Primera Guerra Mundial) los nacionalistas españoles se despepitaron buscando ¡y encontrando! modelos para dar y tomar: los países bálticos, especialmente Lituania, Eslovaquia, Eslovenia, Ucrania… Algunos llegaron a proponer como modelo a Bosnia donde veían a unos “malos”, los serbios, que inmediatamente identificaron con los españoles/castellanos, mientras que ellos eran los “buenos” agredidos, croatas o bosniaco-musulmanes. Pujol tuvo siempre una especial querencia por Québec, aunque cuando el Tribunal Supremo de Canadá determinó que condiciones –casi imposibles- serían exigibles para la independencia de aquella provincia, el separatismo catalán se dirigió a otros horizontes.
Escocia, cuyo partido nacionalista quiere organizar un referéndum de independencia, ha cobrado últimamente relevancia como posible modelo a imitar, pero no es un caso claro porque Cameron quiere poner la fecha y la pregunta. Y las encuestas muestran, además, que una buena parte de los actuales votantes nacionalistas no están dispuestos a arriesgarse al salto en el vacío que sería la independencia, a pesar del petróleo del mar del Norte. Los nacionalistas piadosos de aquí, que seguro que los hay, incluidos los clérigos de alta mitra, rezan a diario, supongo, para que Escocia se independice. ¡Qué gozada de modelo, aunque ni Cataluña ni el País Vasco tengan petróleo a mano! Y hasta es posible que recen también para que surja el oro negro en las islas Medas o en el Golfo de Vizcaya. También está de actualidad entre los nacionalistas el ejemplo de Kosovo, ¡que ya son ganas! porque esa antigua provincia no solo tiene no pocos rasgos de Estado mafioso sino que es el prototipo de entidad inviable que solo sobrevive gracias al benéfico paraguas de la ayuda de los Estados Unidos y de la UE.
Nos enteramos ahora que Durán Lleida ha escrito que con la independencia catalana podría suceder lo que ocurrió con Cuba en el 98. “A finales del siglo XIX pasó también con las colonias. España no fue capaz de entender la realidad y las perdió”. No acierta Durán con su referencia aunque claro que hay relaciones entre Cuba y los nacionalistas de por aquí. Cuando los Estados Unidos nos arrebataron Cuba, Sabino Arana dirigió un telegrama de felicitación al presidente americano MacKinley que, por supuesto, tuvo el buen gusto de no contestar. La deslealtad, que es uno de los rasgos identitarios del separatismo, no cae bien ni en sus eventuales beneficiarios. Es muy viejo aquello de que “Roma no paga traidores”.
Los argumentos de Durán no se sostienen y referirse a Cuba en ese contexto es como coger el rábano por las hojas. Además de desconocer la realidad. En primer lugar, Cataluña no ha sido nunca colonia por mucho que se desgañiten los más radicales separatistas y Catalonia was always and is currently Spain por mucho que digan otra cosa pancartas pintadas por mamacallos. Como ya hemos dicho aquí Cataluña fue Hispania durante catorce siglos antes de se la bautizara como Cataluña, sin dejar de ser hispana. En segundo lugar, Cuba no fue de hecho independiente, ya que en virtud de la enmienda Platt –que solo fue derogada en 1934- los Estados Unidos se reservaban el derecho a intervenir. Cuba se “liberó” de España para caer bajo el control americano. Las aspiraciones de los Estados Unidos de apropiarse de Cuba eran muy antiguas y tuvieron una de sus más notables manifestaciones en el llamado “informe de Ostende”, de 1854, en el que entre otras cosas se decía: “Ciertamente la Unión jamás podrá disfrutar de reposo, ni conquistar una seguridad verdadera, mientras Cuba no esté comprendida en sus límites”.
No fue el empuje del independentismo cubano, ni la cerrazón del Gobierno español, ni la falta de diálogo, ni no saber entender la realidad, como escribe Durán, los que provocan la guerra de 1898 y la consiguiente perdida de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Es verdad que el Parlamento español rechazó en 1893 un generoso proyecto de autonomía para Cuba y Puerto Rico patrocinado por Antonio Maura. Pero aunque ese proyecto hubiera salido adelante la suerte cubana estaba echada. Como señalan todos los análisis, a finales del siglo XIX Cuba estaba muy americanizada. La burguesía azucarera enviaba a sus hijos a estudiar a los Estados Unidos, no a España, y la isla se había convertido en una dependencia económica de la gran potencia del norte. Las exportaciones cubanas a los Estados Unidos pasaron del 42 por ciento del total en 1859 al 87 por ciento en 1897. Las inversiones americanas habían se habían doblado (de 50 a 100 millones de dólares) en el mismo periodo. Una relación económica de dependencia, similar a la de Cataluña respecto del conjunto de España. Como escribe un autor americano, Herring, “la junta [independentista] situada preferentemente en Florida y Nueva York y dirigida por exiliados cubanos, algunos ya nacionalizados como ciudadanos de los Estados Unidos, hacía lobby incansablemente a favor de “Cuba libre”, vendía bonos de guerra para financiar a los rebeldes e introducía de contrabando en la isla armamento”. El resultado final –Cuba en la órbita americana- se veía venir, aunque Martí llegó a advertir: “Cambiar de amo no es ser libre”.
¿Será que los separatistas catalanes quieren convertir a Cataluña en una Cuba pirenaica, como la vieja Hereri Batasuna aspiraba a hacer del País Vasco una Albania? A primera vista no parece creíble pero no olvidemos los estrechos lazos que se dan entre nacionalismo y totalitarismo, algunos de los cuales son ya palpables en Cataluña, por ejemplo en el ámbito de la libertad de expresión y de prensa. La pasada semana la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa aprobó una resolución sobre la libertad de los medios en Europa en la que Cataluña no encaja, porque su sistema de medios se parece más al de un régimen autoritario que a uno democrático. El dirigismo, la colusión de los gobernantes con los propietarios, las presiones constantes, la espiral del silencio que frena a expresarse a los que no están de acuerdo con las tesis oficiales nacionalistas…etc. Todo ello muestra, una vez más, como el nacionalismo desemboca casi siempre en algo que nada tiene que ver con la democracia. ¿Se quiere parecer la Cataluña independiente a ese otro rasgo de Cuba que hizo de la isla el burdel del Caribe? Empezar ya han empezado, pues parece ser que tienen en la Junquera el mayor negocio de ese tipo de toda Europa.
En el mismo blog, Durán, tras afirmar que “hace 80 años largos que Unió defiende el derecho de autodeterminación” afirma que “no equivale necesariamente a la independencia”. ¿A quién quiere engañar? En primer lugar no hay ni una sola disposición internacional que ampare el derecho de autodeterminación para un territorio incluido en un Estado democrático. Y no tengo más remedio que terminar con una cita de Lenin que escribía así en 1914: “Sería erróneo entender por derecho de autodeterminación todo lo que no sea el derecho a una existencia estatal separada”. Por supuesto, una vez que alcanzó el poder se olvidó de ese axioma y solo aceptaba la autodeterminación del proletariado, bien controlado por su “vanguardia”, los bolcheviques, que olvidaron toda pretensión secesionista. Por cierto, en eso de “la solera democrática”, que dice Durán que nos falta, ¿es que Cataluña está en disposición de darnos lecciones?
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Catedrático de la UCM
ALEJANDRO MUÑOZ-ALONSO es senador del Partido Popular
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