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El nacionalismo español ("periférico") y sus historiadores

José Manuel Cuenca Toribio
viernes 26 de octubre de 2012, 20:21h
Plumas ilustres se ocupan estos días, con copia de argumentos y saberes, de los mil temas entrañados en la cuestión de los nacionalismos. Hasta el momento, sin embargo, se echa muy en falta la comparecencia de relevantes historiadores comprometidos en sus estudios e inclinaciones por la mencionada temática. Entre ellos, algunos de los más entusiastas y conocedores del pensamiento de Eric Hobsbawm, una de cuyas investigaciones más recurrentes, como es sabido, radicó justamente en el análisis de la “invención” de la tradición, fórmula a su vez la más usada por los doctrinarios de los nacionalismos para justificar sus expeditivas tesis (-en nuestro país se arraciman los ejemplos, de modo particular, en Euskadi, conforme respecto a la etapa alto-medieval demuestran los buidos y documentados trabajos del catedrático bilbaíno Armando Besga Marroquí-). Al efecto, será oportuno recordar que modernistas y contemporaneístas de oriundez o residencia vascas no militaron hasta la fecha en las filas de los seguidores de Sabino Arana –las únicas excepciones actuales son relevantes por la exigua talla de su producción bibliográfica-, al contrario de lo acontecido en Galiza o Cataluña.

En esta última, se ubicua una de las figuras más cimeras, por su enciclopédica erudición y acribiosa metodología, entre los servidores de Clío de la segunda mitad de la centuria pasada y de los años transcurridos hasta el presente, que tuvo por sus principales maestros a Vicens Vives, Pierre Vilar y Hobsbawm, unidos esencialmente por su común afán de debelar los mitos fundacionales del nacionalismo catalán y escocés. Es éste el momento (que sepa el precario conocimiento del articulista) en que aún no se ha pronunciado sobre la deriva moderna del catalanismo radical y radicalizado. Bien se entiende, empero, que su participación en la polémica sería del mayor interés en todos los aspectos por el magisterio y audiencia indiscutibles que le otorgan la gran legión de sus discípulos y admiradores.

Su respetable –y, desde luego, respetado por el cronista- silencio, se muestra, empero, ocasionado a reflexionar una vez más acerca del siempre reverdecido extremo de la responsabilidad de los intelectuales. Materia sumamente remecida, según es harto conocido de clercs y lletraferits, y sometida en exceso al dictado de modas e intereses ideológicos y políticos. Probablemente, no haya otra más importante que la de realizar su obra con pulcritud y rigor extremos, en medio del oleaje del mundo y actualidad, pero preservándola a toda costa de presentismos y anacronismos.

Con alguna natural y comprensible claudicación, Jaume Vicens Vives fue un arquitrabado ejemplo de ello. A pocos meses de haber transcurrido el primer centenario de su nacimiento gerundense, acaso fuera pertinente y provechoso que su alta guía continuara alumbrando en su tierra natal y en toda la patria española por él tan acertadamente entendida y concienciada de modo plural.
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