Zapatero, en situación agónica
José Antonio Sentís
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directorgeneralelimparciales/15/15/27
miércoles 11 de marzo de 2009, 22:06h
El líder socialista que disfrutamos o padecemos como presidente del Gobierno tiene instinto político. Eso es indudable. Igualmente indubitado es que carece de capacidad de gestión. En la parafernalia de los gestos es un genio. En la fábrica es un desastre.
Todas sus virtudes funcionan cuando el viento sopla en sus velas, o cuando hace aguas la embarcación del adversario; cuando tiene caja para los dispendios, cuando encuentra aliados low cost o cuando el adversario se convierte en caricatura.
Pero todos sus defectos, los del líder socialista, afloran cuando alguien dice que no le quiere. O cuando se queda sin caja para engrasar voluntades. O cuando dejan de creerle sus mentiras compulsivas, quizá (seamos benévolos) no siempre malintencionadas, sino producto de un interés por la empatía que le lleva a decir a cada interlocutor lo que éste quiere oír.
Zapatero está grogui. En situación políticamente agónica. Porque se ha convertido en un apestado político. Nadie quiere ya, ni bajo recompensa, rozarse con el estigmatizado por la crisis. Y menos después de comprobar que cualquier alianza con el PSOE destruye sistemáticamente al aliado, como han descubierto sucesivamente los comunistas de Izquierda Unida (en trance de desaparición por dedicarse a hacer el trabajo sucio del PSOE); o Esquerra Republicana de Cataluña, por creer el éxito social de su instalación en los coches oficiales eran garantía de éxito político; o el Bloque Nacionalista Gallego, por pensar que podía gobernar en la sombra a base de insensateces bajo el paraguas del zapaterismo.
Y, finalmente, el PNV, por creer que su respaldo a los peores Presupuestos de la Democracia, los de Solbes y Zapatero, le iban a neutralizar un adversario socialista correoso como pocos, porque tiene como pocos instinto de poder.
Los partidos minoritarios, incluidos los nacionalistas, han aprendido que era en las rogativas masivas contra la peste donde se transmitía la peste.
Que le han hecho el coro a un depredador que no estaba interesado en su conquista, sino en ofender al rival. Y que al final va a aceptar el apoyo de ese rival que desprecia porque lo suyo no era amor, sino sexo.
Durante cinco años se ha forjado un manual de culto a la personalidad de Zapatero. Por eso son tan insignificantes sus ministros (si quitamos al estratega Rubalcaba). Por eso ha llegado a difuminar tanto a la antaño elogiada De la Vega, ahora embajadora al estilo de Unicef por tierras africanas. Por eso ha mantenido al equipo económico más desastroso de los tiempos modernos. Por eso ha tenido a Bermejo hasta el borde de la catástrofe, y a Magdalena Álvarez después de ella (la catástrofe, digo).
Ahora, Zapatero está solo, según el diseño previsto para un triunfo prolongado. Pero también está solo, por tanto, para una partitura de fracaso.
Sólo le queda una esperanza, que no es nada pequeña:
España es una sociedad de hooligans políticos. Vota a los suyos, aunque los suyos sean un desastre, como sigue a su equipo sin desmayo aunque juegue de pena.
Zapatero puede ser un fracasado, pero es el fracasado de muchos millones de españoles, que tampoco disfrutan viendo el desastre de su apuesta política, porque aquí también el voto es como una apuesta, en la que uno quiere ganar, más que aspirar a que el victorioso acierte en su gestión.
Y no es únicamente la oportunidad de Zapatero. Las elecciones gallegas lo han dejado muy claro. No son los actuales líderes españoles los que salvan a sus desconcertados votantes gracias a su credibilidad y carisma: son los votantes de opciones ideológicas los que salvan a sus desconcertados líderes.
A Rajoy, después de un semestre horribilis, le han salvado los votantes del PP, mucho más firmes que la alta dirección popular. Y a Zapatero, pueden ser los votantes los que le salven, después de una horribilis gestión económica y una artera acción política.
Por eso están las espadas en alto: porque, si España no fuera ese país de fans ideológicos en su mayor parte, o si dominara lo racional sobre lo emotivo, que no es el caso, la catástrofe económica que vive esta Nación, y la perversión de las maniobras sobre su propia existencia como Estado y como Sociedad, hubieran mandado a Zapatero hace mucho a la isla de Elba.
El problema es que esa isla no es tan grande como para que quepan en ella cuantos políticos (incluyendo jueces políticos, periodistas políticos, sindicalistas o empresarios políticos) lo merecen.
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Director general de EL IMPARCIAL.
JOSÉ A. SENTÍS es director Adjunto de EL IMPARCIAL
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