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La gallardía

José Manuel Cuenca Toribio
martes 10 de marzo de 2009, 00:29h
En los días actuales este rasgo de los grandes caracteres y de los espíritus nobles tiene –reconozcámoslo- escasa audiencia y menos atractivo. Se la identifica con tiempos de caballería y torneos, cuando todo era elitista y privilegiado sin que nadie escuchara la voz de los oprimidos, sus quejas y lamentos.

La verdad es que no hay tal. Bien que en el estilo caballeresco de vida –analizado con dosis de inteligencia y finura admirables por uno de nuestros intelectuales más desaprovechados, Alfonso García Valdecasas- la gallardía mostraba un realce indudable, nunca se consideró como patrimonio de clase o educación. En España, la literatura popular y la historia de las mentalidades ponen al descubierto una ancha veta de gestos airosos, de actitudes fieles a la propia convicción, adoptadas al margen de nuestra cualidad. La postura frente a un tema o actividad se lleva a cabo sin cálculo ni oportunismo algunos, aunque, naturalmente, dentro de la racionalidad y la compostura. La importancia del talante gallardo descansa en el presente, en la instantaneidad misma de la cuestión frente a la cual se sitúa; todo lo demás resulta secundario, si no irrelevante. Manifiestamente la gallardía parece acomodarse a pautas y hábitos más espontáneos que los que caracterizan a la sociedad contemporánea. Estos últimos persiguen con ahínco mutado a veces en obsesión, la seguridad por encima de todo, lo que conduce a menudo a un conformismo muelle.

En una vida pública tan democratizada como la inglesa la gallardía se ha cotizado siempre a elevado precio, sirviéndose de ella en ocasiones para medir la estatura de un político. La popularidad de Churchill derivó en buena parte de una gallardía revelada especialmente en su adhesión sin reservas a Eduardo VIII en su penosa peripecia matrimonial. Ni siquiera una contienda tan despiadada como la de 1939-45 sofocó esta nota de su atrabiliaria personalidad, siendo famoso su canto a las virtudes castrenses del legendario jefe del Afrikakorps. Por el contrario, la vida política francesa es pobre en ejemplos de tal índole, delatando la pasión y dureza que desde antaño han presidido una convivencia muy sectarizada. El mismo Mitterrand, al que nadie negará cualidades de gran gobernante, denominado por uno de sus biógrafos como “el funámbulo constante”, que fue inalterablemente mezquino con propios y extraños, esto es, con camaradas radicales y socialistas, con gaullistas y centristas. La gloria propia no se obtiene de ennegrecer el esfuerzo y talento de los demás. Cánovas, tan poseído con justicia de sus dones, reconoció en algunos momentos los aciertos de su adversario, y al igual hizo Canalejas, sin que ello redundase en una rebaja de su fama.

Sería bueno para una marcha más desembarazada y enriquecedora de nuestra patria que la gallardía fuera un gesto normal, imitado por una juventud con frecuencia halagada o… instrumentalizada. Toda existencia colectiva requiere para avanzar moralmente de capacidad admirativa cara a las posiciones contracorrientes y al inconformismo de noble raíz, asumido por exigencia íntima y alejado, por tanto, de la autocomplacencia o el “espectáculo”.
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