Crítica de cine. Kingsman: El círculo de oro: espías de sastre y bourbon

Tras el refrescante éxito que trajo consigo la primera parte en 2015, la franquicia de los espías mejor vestidos del cine estrena este viernes su segunda parte con Kingsman: El círculo dorado.

En un movimiento difícil de ver, Mathew Vaughn dirige la primera secuela de su carrera –tras haber pasado, con éxito, por Kick-Ass y X-Men: Primera generación-. Sin dejar de lado la inspiración comiquera de dichos títulos, Vaughn retoma en El círculo dorado la dosis de acción hiperbólica, humor gamberro y ambientación al estilo del Bond más desfasado que quedaron como sello de estilo en la primera parte.

Aquí el joven Eggsy (Taron Egerton), ya hecho a su condición de superespía, ha de hacer frente a otra amenaza de escala mundial, en esta ocasión a cargo de la mayor traficante de drogas del mundo. Poppy –interpretada por una Julianne Moore que emana diversión con su interpretación- es el inocente nombre de la megalomaníaca nostálgica de los años ‘50 americanos que vive recluida en unas ruinas camboyanas reconstruidas bajo el influjo de American Graffiti o Grease.

Para lograr el éxito de su misión, los Kingsman, diezmados por un ataque de Poppy, recurren a su contrapartida estadounidense: los Statesman. Así, el estilo “british” hace tándem con sus primos de Kentucky. Bourbon, sombreros de vaquero y lazos se suman a los perfectos trajes a medida de Savile Row.

De este lado tenemos las incorporaciones de Halle Berry, Jeff Bridges, Chaning Tatum y Pedro Pascal a un estelar reparto en el que también figuran Mark Strong y un Colin Firth cuyo personaje es recuperado de la muerte con una justificación un tanto cogida por los pelos. Sin embargo, la mayoría de nombres de esta lista parece reservada para una futura secuela dada la participación incidental de algunos de ellos.

Aun siendo un producto diseñado para un entretenimiento máximo –cosa que cumple en sus 141 minutos de duración-, la película no desaprovecha el trasfondo de la acción para introducir de manera velada un debate sobre la legalización de las drogas y sus posibles consecuencias.

A pesar de todo ello, Mathew Vaughn apenas asume riesgos en esta continuación y se sirve de todo lo que funcionó en la primera parte para reciclarlo en una secuela que deja la sensación de haber estado ya ahí.