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Mohamed Merah, el inquilino del nº 13

miércoles 21 de marzo de 2012, 21:10h
Se autoproclama “guerrero de Dios” y sus asesinatos a sangre fría han tenido en vilo a las autoridades francesas y en estado de pánico, a la sociedad gala en general. El hasta ahora conocido como “el asesino del casco” o “el asesino de la moto” tiene por fin nombre y apellido. Un rostro. El que ya le había puesto una niña que vive en la misma calle de Toulouse que Merah. Su padre lo confesaba a los periodistas con los que se cruzaba durante la larga espera a las puertas de la guarida del criminal. Y, claro, lo contaba aún sorprendido, también orgulloso, porque no es difícil imaginar la cantidad de veces que durante estos dos últimos días habrá mandado callar a la precoz y aficionada detective cuando aseguraba, completamente convencida, que el inquilino del número 13 de la Rue du Sergent Vigne se parecía mucho a las descripciones facilitadas por los testigos de la masacre en la escuela y, además, tenía la misma moto que buscaba la policía. “Es él, papá, es él”.

En plena campaña electoral y por mucho que los políticos galos hayan asegurado que los terribles asesinatos cometidos por Merah no pueden ser utilizados en modo alguno como arma para rascar votos, lo cierto es que cualquier comentario sirve ahora para ponerse medallas o para atizar al contrario allí donde más le duele. Y, en este sentido, pocas cosas pueden doler más al partido en el gobierno que insinuar que la policía ya seguía los pasos del asesino desde hace tiempo y que era el principal sospechoso de los salvajes disparos que acabaron hace días con la vida de tres paracaidistas de origen árabe. ¿Se podían entonces haber evitado las muertes de los tres niños y el rabino en la escuela judía de Toulouse? Desde el gobierno se contesta que Francia no es un estado policial. Y lo sensato es creer que debería de quedar fuera de toda duda que si la policía o los servicios secretos hubieran podido prever la matanza que Merah llevó a cabo en un colegio, a nadie le hubiera temblado la mano a la hora de poner a tan destructor elemento fuera de la circulación. Con más o menos pruebas. Por desgracia, las series televisivas que presentan policías o superhéroes capaces de detener a los delincuentes antes de que cometan el abyecto crimen siguen siendo ficción.

Es obvio que Mohamed Merah llevaba años cursando con sobresalientes la carrera de delincuente y que sus militancias radicales no podían traer nada bueno, pero ¿cómo saber el momento exacto en el que la teoría se habría de convertir en acción y las consecuencias de ese paso al otro lado? El joven francés de origen argelino estaba fichado por los servicios secretos a causa de su pertenencia a un grupo salafista llamado “Caballeros del orgullo”, recientemente disuelto en Francia, y también porque había viajado a Afganistán y a Pakistán, donde se cree que pudo recibir entrenamiento terrorista. Sin embargo, la chispa final que acabó por encender la carga explosiva de odio y brutalidad que albergaba en su cabeza es una incógnita y por mucho que ahora él explique -como parece que ha hecho al mediador de la policía- que asesinó a los paracaidistas por colaborar con un ejército que ocupa Afganistán y a los niños judíos para vengar la muerte de niños palestinos, no hay razón que valga para la sinrazón. Buscarla, recuerda al dicho popular que dice que “desde que se inventó la excusa, todo el mundo tiene razón”. Aunque jamás pueda tenerla.

No hay forma de saber cuándo matará quien amenaza con hacerlo, ni siquiera si al final lo hará. Y ese sigue siendo, por ejemplo, el diabólico mecanismo con el que funcionan también la mayoría de los casos de malos tratos en el entorno familiar. ¿Se debería detener a todo aquel que amenaza? ¿Y a quien viaja al otro lado del mundo para seguir cursillos de “guerra santa”? ¿No se hablaría entonces de detenciones por motivos racistas? ¿Por prejuicios? Lo cierto es que parece más fácil “acertar” cuando se trata de un grupo. La premeditación necesaria para poner en marcha un plan criminal a ejecutar por varias personas, las inevitables comunicaciones entre ellas y sus movimientos en forma de célula o comando, dejan pistas. Y, sobre todo, sacan a la luz una concreta intención criminal que la policía debe ocuparse de frustrar. En el caso de un asesino que actúa solo, el asunto se complica bastante más. Su impenetrable y enfermo cerebro es el ordenador en el que almacena los archivos de sus posibles acciones o de las víctimas que ha colocado en la diana de su obsesión. Y sólo él lo sabe. También, al final, acabará por dejar un rastro, aunque ya sea tarde para algunas de sus víctimas. En el caso de Merah, la IP del ordenador de su hermano, a través del cual contactó con su primera víctima, o su visita a un concesionario para pedir que le desconectaran el sistema de localización de su potente Scooter fueron las piezas que acabaron por conducir hasta él, le pusieron cara y nombre y evitaron más muertes. Según él mismo ha dicho, ya las tenía preparadas en su mente. Por fortuna, se han salvado. Ahora, lo único que le queda al recuerdo de quienes no pudieron salvase de este fanático del dolor de los demás es que de verdad nadie saque el más mínimo provecho electoral.

Alicia Huerta

Escritora

ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora

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