Señor Ministro, Señor Presidente: ¡Jubílenos!
viernes 27 de abril de 2012, 21:44h
En tres puntos cifraba Ortega y Gasset las funciones de la Universidad: ciencia, técnica y cultura. La enseñanza de las materias profesionales, el progreso de la tecnología y el legado del saber entendido como ciencia humanista. Ciencias, letras y arte manual de oficios aplicados a la empresa, medicina, industria y comercio. El logos de la naturaleza, su fundamento humano, espiritual, y la síntesis práctica de manos y razón en sinergia de sentidos afanados con la materia para mejorar la vida humana. Ciencia y técnica se han fundido en la tecnociencia con alta velocidad. La computación digital y el descubrimiento del genoma humano abren otra era histórica. La cultura se ha expandido, a su vez, con el progreso democrático, el ocio y el turismo.
En España se impuso tarde la reconversión industrial. Las crisis económicas de 1973 y 1979 dejaron al descubierto las carencias del país, convertidas, no obstante, en atractivo de verano para olas de turismo europeo. La entrada en la Unión Europea exigía un lavado de rostro y remoción de estructuras. El advenimiento soñado de la democracia era un hecho. Europa ayudó con miles de millones de pesetas primero y euros más tarde. Se hizo la reconversión industrial en astilleros, siderurgia, telares, tecnología básica y pesada. Con todo, el paro subió al 20% en 1985 a pesar del movimiento en carreteras, raíles, la creación de autovías, nuevos y más veloces trenes, hasta la producción de alta velocidad con el viaje desde Madrid a Sevilla en 1992, fecha de la Exposición Universal en esta ciudad simbólica.
Reconvertimos la industria. Inauguramos democracia. Inventamos un lujo político con las Comunidades Autónomas. Nos unimos a Europa esperanzados. Esgrimimos España ante otros países y más allá del Atlántico con la Transición política y el desarrollo económico. Llegan inmigrantes adonde antes salían emigrados. Conseguimos el dorado y apacible don del bienestar. No obstante, se iba creando un vacío existencial, una indiferencia pública solo estimulada por el deporte, especialmente el fútbol, la imagen mediática y un sentido banalizado de lenguaje que consiguió marca propia: la “movida”. Un campo cultural que asocia, en sectores proguesistas, terraza, vino, tapas, y en los jóvenes, botellón, pasotismo, con un factor común a ambos de sexo, porro y fines de semana que duran desde el viernes por la tarde hasta el lunes casi entero, con la resaca.
Entre 1983, 1990 y 2006 se afronta la reforma educativa. Primero, la universitaria (RLU); luego, la secundaria, con la ya famosa LOGSE y la LOE, respectivamente. La Universidad se hace autónoma. Se crean más centros, cada Comunidad con el suyo y otros más, según ingresan matrículas. Contribuye a ello la remoción de institutos y centros concertados, que amplían el aforo con el agrupamiento escolar, profesional y la reconversión de otras materias laborales. Los políticos bocinaban las cifras de becas e inauguraciones.
Diecinueve años después de la LRU, a doce de la LOGSE y a cuatro de la LOE, el presidente alemán Helmut Khol le pide al homólogo español José María Aznar en el Consejo Europeo de 2002, celebrado en Sevilla, que reduzca el número de universidades. No nos correspondía ni por número de habitantes, ni por desarrollo cultural y menos aún por el científico. Nuestro presidente supo sortear el escollo con capa y copa torera en plena expansión de competencias autonómicas y huelgas estudiantiles.
¿Qué había sucedido a los casi treinta años de la inauguración democrática? ¿Cuál es la situación a los treinta y siete? El vacío generado en España por su propio desarrollo. La tasa de paro más alta todavía, mordiendo además en dos generaciones de jóvenes. Abandono escolar. La deuda externa e interna, supina. No ganamos para pagar intereses. Y lo más grave, España se aleja poco a poco de Iberoamérica. La entrada en Europa cercena siglos de Historia por carencia de estímulo y horizonte que convierta el pasado en presente con ilusión de futuro. La sombra de 1898 se cierne de nuevo sobre esta piel con forma de pistola, calibre corto. Los intereses no nos dejan ver el horizonte. Nos encartan. La innovación política se ahueca. El espacio vacío de construcciones antes celebradas y hoy en desuso refleja el de los cerebros.
La Universidad ha sido y sigue siendo un fracaso. Vive de la apariencia, del disimulo y petulancia. Genera títulos. Primero quebró el vínculo con el Bachillerato. Seguidamente redujo las pruebas de selectividad para aumentar matrículas y estudiantes. Rebajó, y con triquiñuelas, de falso rigor académico, las oposiciones y concursos de profesorado. Abrió de par en par las puertas a los sindicatos, que ellos entornan cuando y como quieren. Promueve con guiones falaces una investigación adocenada que es más picardía de despachos, ocasión burocrática y gestión de recursos que de temas y mentes científicas. Vive de espaldas a la creación de verdad creadora. Confunde la movilidad de cuerpos con la de neuronas y los congresos con turismo científico. Gratifica además este movimiento con informes, promoción de niveles e impresos para nuevos candidatos. Las tesis son refritos de lecturas o encuestas con balances estadísticos y bibliográficos. Se rasca el papel y no entinta el flujo del tiempo concentrado. Las excepciones, que las hay, se cuentan con los dedos.
En tres sectores se divide la función universitaria: investigación, docencia y gestión. Como aquella está entreverada de administración, círculos y orientaciones de escuela, grupos endogámicos que reciclan intereses en torno a editoriales y revistas, y amiguismo vario, resultan obras y proyectos con orejeras, válidos en su entorno, sin más interés que haber satisfecho un cumplido. La docencia replica programas removiendo temas y páginas, capítulos animados por las nuevas técnicas. Y la gestión es el gran recurso. En casos, para promoverse a puestos de representación social, como son rectorados, sus vicarías, facultades y departamentos. Cada cargo genera viajes, algunos con coche oficial, estancias, reuniones múltiples, la mayoría sobrantes, visitas a colegas del rango en otras universidades, convenios con entidades financieras, políticas, organizativas, industriales. Forman una correa de transmisión que repite, en papeles diferenciados, instrucciones, normas, estatutos y acuerdos de los gobiernos o ministro vigentes.
Gestión y docencia se anudan y reducen a un apéndice la investigación. El buen profesor gestiona cultura, historiografía. Adquiere en ello una importancia enorme el buen y rápido uso de técnicas digitales. La imagen actual de un docente con nota diez es la habilidad, destreza y competencia en ordenadores; uno o dos desplazamientos por año a otros centros de acogida intelectual; la publicación de algún artículo traducido al inglés en ediciones de “impacto” -verdadero negocio de agencias y traductores-, a más puntería, ¡pum¡, mejor nivel de éxito; la organización de algún congreso; y la confección de actas, si puede ser con escritura propia del prólogo o introducción, donde se resume el contenido de las demás contribuciones añadiendo un breve comentario sobre el alcance e importancia de lo consensuado. Con tales datos puede rellenar los impresos de la ANECA para promocionarse. Así se fabrican hoy profesores contratados, titulares y catedráticos.
La ANECA merece punto y aparte. Se encarga de la acreditación de esos papeles y le dice a uno si es apto o no para ser profesor y en qué nivel. Recuerdo el día, ya distante, en que alguien bien trajeado vino a mi despacho a proponerme entrar en unos cursillos orientados a formar informantes de esta agencia entonces en ciernes. Dije que no, evidentemente. Cualquier mérito de gestión, docencia e investigación cifrada en el “impacto” -¡pumm!- es bueno. Escriba lo que escriba uno, da igual. Lo importante, la velocidad y retrueno de la frase, su proyectil, el blanco del impacto: ¡punmm…! Nadie lee los contenidos, entre otras cosas porque no hay tiempo. También por falta de competencia. Se revisa el expediente por casillas y observando las entradas más importantes. De lo otro, lo serio, basta con fotocopiar el índice, créditos y una página del trabajo intelectual realizado. Merece el figurar entre nombres conocidos. Lo increíble del asunto es que algunos candidatos resultan excelentes. Los hay, a pesar de todo, y con muchas dificultades, trampas programáticas de por medio.
La ANECA agrupa, por turnos, a los mercenarios de la docencia universitaria. Si sumamos los profesores idóneos de los años ochenta, evaluados por colegas de la propia universidad; los reconvertidos de otros centros, como las Escuelas Universitarias; los endogámicos posteriores, también partenogénicos, apenas quedan autónomos que puedan evaluar con independencia los requisitos de una acreditación exigente. Todos cojean del mismo pie, empezando por los rectores, votados “inter pares”.
Durante bastantes años me dediqué a observar estos procesos. Comprobé cómo se apañan plazas para el BOE. La LRU lo permite. Es legal. Hubo convocatorias que, publicadas, y conocido el nombre de los candidatos, reformularon el perfil de la plaza para ajustarlo mejor al postulante de la propia casa. En otra ocasión, miembros del tribunal, o el mismo rector, le aconsejaban a uno, cuando había oposiciones, que no se presentara, pues el puesto ya tenía apellido. Evitaban el engorro. Vez hubo en que, celebrado el primer ejercicio, y a falta del segundo, ya se celebró la obtención de plaza con el candidato en un restaurante, porque un miembro del tribunal tenía que ausentarse. Y todo esto en nombre de la autonomía universitaria.
Y si nos centramos en las Humanidades, ¿qué obra, teoría, escuela, nombre ha trascendido desde Menéndez Pidal, Ortega, Unamuno, Sánchez Albornoz, Américo Castro, y estos dos desde el exilio…? Ni un filósofo, gramático, historiador, geógrafo, pedagogo, crítico… A la Universidad española le resulta imposible engendrar cerebros creadores. Hay en ella estudiantes y docentes que no lo serían de institutos serios Bachillerato. Europa hizo hace bastante tiempo la reconversión universitaria dejando claro quiénes pueden ser sus estudiantes y cuáles los profesores. En España se pretende ahora la excelencia para cubrir con la palabra el crudo vacío de sus instituciones académicas. La reforma Bolonia, impuesta sin más recurso que ese encubrimiento, hace excelente cuanto teníamos, que era poco, muy poco.
Señor Ministro de Educación, Ciencia, Cultura y Deportes, señor Presidente del Estado español, ¡jubílenos a todos! ¡Que entre aire fresco, el emigrado a centros internacionales de prestigio! No había sitio aquí para ellos. No lo hay hoy todavía. Tengan consideración, sin embargo, de quienes no hicimos otra cosa que trabajar lo mejor que podíamos, en la privada, institutos, universidades, publicando sin pausa, sufriendo las oposiciones clásicas, duras, de hace años -¿por qué a unos tanta exigencia y, a otros, tan poca?-, y evitando día a día, con paciencia, las zancadillas profesionales. Jubílenos, en tal caso, con justicia. ¡Justicia a tanta tomadura de pelo!
Filósofo, Catedrático de Lingüística y escritor.
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