RESEÑA
Jorge Edwards: Los círculos morados. Memorias I.
domingo 17 de marzo de 2013, 13:20h
Jorge Edwards: Los círculos morados. Memorias I. Lumen. Barcelona, 2013. 379 páginas. 20,90 €
La escritura del yo atrae a los lectores que quieren ir más allá de la obra y conocer a quien se oculta detrás de los personajes de las ficciones. La necesidad de establecer un vínculo entre la vida del autor y su literatura da lugar a muchas preguntas. Por lo general, las memorias y los géneros autobiográficos no colman nuestras expectativas. Estos discursos, a menudo, incurren en auto celebraciones, que mantienen en la oscuridad aspectos negativos o dolorosos de la vida del autor. Las realidades en la que éste se involucra se nos presentan maquilladas, cuando no encasilladas en ingenuos maniqueísmos. No es el caso de estas memorias donde el autor da cuenta de la infancia con sus contradicciones y mensajes confusos. La niñez de Edwards parece estar marcada por los mandatos familiares que lo empujan a cumplir con el deber y sobrellevar decorosamente su condición de niño bien. El medio es bárbaro y allí dominan la crueldad infantil y adolescente.
Pero, el autor demuestra que puede ser peor, si se ve envuelto en una atmósfera turbia. A manera de confesión standhaliana, pone en evidencia la hipocresía en determinadas instituciones educativas en nuestra cultura. Lo que ocurre en los claustros roza las fronteras del delito y, a veces, las traspasa: los abusos a menores de que fue objeto el autor y que desvela con valentía y elegante distancia.
Superada la etapa adolescente, lo más importante aquí son los años de formación intelectual, a los que se hace referencia en el título: los círculos morados que deja el vino y afloran en la resaca. La vida bohemia, confiesa Edwards, lo arroja a la noche, a las largas conversaciones con los amigos, al desarreglo de los sentidos, al calor de la cerveza o del vino barato. Son trascendentales los encuentros con obras y autores, tanto como el descubrimiento de los rincones de la ciudad. Joyce, Proust, Gide, Kafka, Heidegger, Borges, Rulfo, etc; la casa de la calle Lira, así como la idea de que la ficción se construye a partir de las experiencias. En ese contexto es decisivo el contacto con Pablo Neruda, fundador de una nueva poética que transformará el panorama de la literatura no solo chilena, sino continental. Pero también el encuentro con un personaje tan peculiar como Alejandro Jodorowsky, entre místico y esotérico, ligado a espacios misteriosos que cambian la perspectiva del joven Edwards.
Seguido de estas experiencias se abordan otros aspectos importantes en la vida de un intelectual, como la formación política que empieza en la temprana juventud, cuando el padre Alberto Hurtado Cruchaga despierta en sus áulicos la consciencia de la injusta realidad de Chile, país marcado por grandes diferencias sociales y por desequilibrios que hieren la sensibilidad. Ese espíritu social que se impone, advierte el autor, conduce al gobierno de Allende y a la Unidad Popular y explica lo ocurrido en años posteriores. Gracias a esa figura se descubren autores de gran influencia para la generación de Edward como Sartre y Camus. En definitiva, repasar la vida de Edwards es recordar la historia del siglo XX, los paradigmas pulverizados, la ilusión y el desencanto de su generación, que alimenta gran parte de su literatura. A la vez, la historia de Edwards es la de sus libros.
¿Pero de qué puede hablar un escritor cuando se refiere a sí mismo, si no es a su proceso de escritura? Cada etapa de la vida, por tanto, conduce a un libro y, a la postre, los amigos y conocidos pasan a la ficción enmascarados. Unos se reconocen en los libros y se molestan por ello; otros no se reconocen y se molestan por no formar parte de ella. Muy cervantino me parece este juego en el que realidad y ficción se funden en una amalgama que adopta la forma de un libro, pero que sigue manteniendo esos lazos entre mundos imaginados o soñados, vividos y recordados, porque la autobiografía es otra de las maneras de la ficción. Como advierte Silvia Molloy, las autobiografías en Hispanoamérica no son fáciles, en cuanto el género obliga al autor a ser precavido, consciente de su vulnerabilidad y de un posible rechazo del lector, del que se libra Edwards, si tomamos como ejemplo mi caso.
Por Consuelo Triviño Anzola