No me toques el pito
jueves 13 de junio de 2013, 20:51h
Convendrán conmigo que la crisis económica, que nos va consumiendo, ha sacado a flote lo peor de los seres humanos que nos rodean. Lo digo porque noto a gran parte de eso que llamamos “la gente” absolutamente encrespada. La tensión está tan a flor de piel que, por ejemplo, al volante se nota un excesivo nerviosismo, haciendo pagar a los demás conductores las iras por tanta frustración. A pesar de que se han reducido drásticamente los embotellamientos, el recurso al claxon es cada vez más abundante. A la mínima de cambio te tocan el pito, como si esto fuera la India en la que cada vehículo, cualquiera que sea el número de ruedas que tenga, llevan una placa que reza “Blow horn”. Aquí y ahora, sin la menor excusa, sea porque tardas medio segundo más en arrancar después de que el semáforo se ponga en verde, sea porque anuncias el giro algo más tarde de lo que tu perseguidor espera, sea porque paras hasta que se desocupe el espacio por un coche aparcado para poder tú estacionar en el mismo, sea por cualquier mindundez… te tocan el pito.
Una vez que el susodicho aprieta con saña el claxon lo normal es que gesticule irascible haciendo aspavientos con los brazos para remarcar el reproche, y es imaginable –pues las ventanillas están cerradas y no se escucha con nitidez- que el movimiento de los labios encierra exclamaciones irreproducibles e insultos de toda calaña.
Se aconseja prudentemente hacer oídos sordos porque a los energúmenos es preferible aislarlos en su celda, que se sientan realizados a base de ruido y nueces. Es preferible no caer en sus provocaciones, mirarles con cara de desprecio es la mejor medicina. Les enerva que no se busque el cuerpo a cuerpo, que se les castigue con el látigo de la indiferencia. Si te pones a su nivel, que es mucho suponer- corre peligro tu integridad. Es mejor pasar de largo y que se tome una tila.
P.S.: Por cierto mi amigo el soriano ha decidido parar en seco su diario tras empezar el tratamiento de radio. Me dice que ahora es monótono pues queda reducido a que “todos los días quedo en el Paseo de la Castellana con dos jóvenes señoritas en un sótano. Ellas me esperan a media luz. A la orden de “Eduardo pasa…”, entro semidesnudo en su dominio y tras despojarme de toda la ropa, ellas se encargan del resto. Desmenuzar en un correo la situación, con sus posturas, camas, camillas, artilugios, espejos, sonidos y rayos llevaría, inconscientemente, a mis lascivos amigos a la envidia y a sus esposas al desencanto. Así que como decía el manco “al buen callar llaman Eduardo”. De momento sólo podemos congratularnos de que las cosas van bien.
Catedrático y Abogado
ENRIQUE ARNALDO es Catedrático de Derecho Constitucional y Abogado. Ha sido Vocal del Consejo General del Poder Judicial
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