CRÍTICA
Mario Vargas Llosa: El héroe discreto
domingo 29 de septiembre de 2013, 18:45h
Mario Vargas Llosa: El héroe discreto. Alfaguara. Madrid, 2013. 392 páginas. 19,50 €. Libro electrónico: 9,99 €
El héroe discreto no nos habla, en realidad, de un único protagonista heroico, sino de varios de ellos, dos, tres personajes que ejercen ese tipo de heroicidad que estriba en guiarse a sí mismo con la entereza -y la habilidad- necesarias para vencer la adversidad que se fragua en la oscura vida familiar y que con frecuencia doblega a cientos de existencias anónimas. Mario Vargas Llosa retorna así de forma vigorosa y deslumbrante a la novela tras la obtención del Premio Nobel de Literatura. Las dos acciones alternativas que se entrecruzan en el relato progresan enérgicamente exponiendo diversos modos de resistencia contra el mal producido por lo que G. K. Chesterton denominase “esa incuestionable impureza del ser humano.” Contra ella, sus múltiples héroes discretos entablan un emocionante duelo en la sombra del anonimato y con su instinto moral realizan una impagable contribución a la salud colectiva.
El primero de ellos, Felícito Yanaqué, afronta con una humilde pero tenaz valentía todas las sorprendentes peripecias provocadas por la extorsión criminal que sufre como propietario de la empresa Transportes Narihualá. Yanaqué posee un aspecto insignificante, un físico decrépito, una ascendencia indígena con antepasados menesterosos, una madre que le abandonó en la niñez y un padre que sufragó su elemental formación sacrificándose en trabajos de una rudeza despiadada. Los valores de la perseverancia y el coraje frente a la adversidad no los ha adquirido Felícito Yanaqué mediante un aprendizaje intelectual o una reflexión teórica. Cuando los avatares del chantaje le conducen al gabinete del abogado Hildebrando Castro Pozo, éste concluye la visita con esta reflexión: “¿Sabe una cosa? Eso que quiere hacer confirma con creces lo que siempre he pensado de usted. Que es usted un hombre ético, don Felícito. Ético hasta las uñas de los pies. Uno de los pocos que he conocido, la verdad.” Yanaqué sale del despacho intrigado y prometiéndose a sí mismo buscar pronto en el diccionario lo que significa “hombre ético”. Lo ético no es en él una elaboración sino un impulso vital heredado de su padre y que se sintetiza en una actitud rotunda y clara: “Un hombre no se debe dejar pisotear por nadie en esta vida. Se trata de eso, no más, comadrita.” Los principios éticos encerrados en esta convicción son las auténticas armas que le permiten enfrentarse al peligroso desafío de los embozados sicarios que pretenden extorsionarle.
La intriga criminal, magistralmente desplegada en el transcurso del relato, encarna solo la anécdota visible de un trasfondo más amplio y profundo de una voluntad de resistencia que se nutre del mestizaje y la trasculturación. Mario Vargas Llosa disemina abundantes pistas para quien desee explorar, fuera de la novela, esa formidable peripecia histórica. El apellido de Felícito, “Yanaqué”, está vinculado a la etnia precolombina de los “Tallán”. El nombre de su empresa: “Narihuala” pertenece al principal vestigio de templo-fortaleza de esos mismos Tallán. Las rutas de sus autobuses se dirigen a los que fueran los más conocidos poblados de este grupo étnico. Los lugares donde nació o creció: Yapatera, Chulucanas y el distrito de la Gallinacera en la ciudad de Piura, constituyen áreas características de asentamientos y difusión de esos grupos raciales indígenas previos a la conquista hispana. Desde su aparente insignificancia, Felícito Yanaqué personifica esa energía de supervivencia que traspasa siglos, dominaciones, culturas antagónicas, grupos de toda índole. Quien conozca el pensamiento de Vargas Llosa sabe que ese tesón simbolizado en El héroe discreto por Yanaqué está muy lejos de cualquier ideología indigenista, brillantemente refutada por el autor en su ensayo La utopía arcaica. De hecho, Yanaqué es un ejemplo de desautorización del indigenismo en sus dos vertientes, el de la pureza étnica y el del mito de la propiedad colectiva.
Desde el primer punto de vista, la tribu Tallán se configuró a través de la fusión indiscriminada de distintas etnias al norte de Perú provenientes del mar o de las alturas andinas, amalgamados en los adversos arenales próximos a Piura. Los Tallán fueron sometidos a la cruel tiranía inca y colaboraron con los colonizadores hispanos contra sus opresores precolombinos para supeditarse a un dominio no menos preponderante. Desde sus orígenes son un ejemplo indígena de falta de una esencia étnica cuya voluntad de vida le hace avanzar sin necesidad de proteger unos ancestros tribales. En El héroe discreto, Vargas Llosa introduce un símbolo poderoso de esa liberación del arcaísmo. Las cartas de extorsión que recibe Yanaqué están firmadas con el dibujo de una araña con solo cinco patas. La araña, en sí misma, representa la trama laberíntica urdida para atrapar a la presa. Pero también sabemos que en la cosmogonía quechua de los incas, el universo está tejido por la entidad primordial Pacha, que podía adquirir la condición de araña cósmica que trenza los hilos del mundo.
Los chamanes incas o adivinos denominados pachakuk, predecían, pues, el destino de una persona a través de arañas “pacha” en un ritual donde se hacía caminar al arácnido por una manta. Si perdía una de sus patas, se trataba de una funesta señal de un augurio destructivo. Esto viene a simbolizar la arañita de cinco patas de los anónimos que recibe Felícito Yanaqué, el mal presagio sustentado en creencias mágico-religiosas atávicas. Su coraje y esfuerzo personales es el que supera esa cosmogonía, le libera de ella, imponiendo su vida por encima de mitologías indígenas y esencias raciales andinas.
Su trabajo también contradice el indigenismo socialista sostenido, por ejemplo, por Mariátegui o por Sendero Luminoso, según el cual el colectivismo agrícola inca venía a coincidir con las doctrinas comunistas de Marx o del maoísmo chino. Pero Felícito Yanaqué adquiere su autonomía y dignidad levantando con sus propias manos una empresa familiar, a la que debe su fortuna y su liberación de atavismos irracionales, rebatiendo así las supuestas virtudes del colectivismo indigenista. La empresa capitalista no es un instrumento de explotación sino la herramienta con la que Felícito accede a su propia honorabilidad.
De hecho, a través del personaje de Felícito Yanaqué, el Premio Nobel da un importante paso adelante sobre sus anteriores tesis opuestas al indigenismo. En La utopía arcaica analiza cómo a partir de la década de 1970, las expropiaciones de la tierra, su organización colectivistas en cooperativas y empresas estatales, generó un inaceptable empobrecimiento campesino que, junto a la violencia guerrillera, obligó a huir a indios, cholos, zombos, mixtos, pardos, en un aluvión hacia las ciudades de la costa que rompió las antiguas castas y las fusionó caóticamente destruyendo lo que quedaba de las sociedades andinas tradicionales y creando las condiciones de un empresariado informal pero pujante que no ha hecho más que arraigar con el transcurso del tiempo. Era la cholificación de Perú y el nacimiento de lo que se ha denominado una “cultura chicha”, cada vez más próspera económicamente. Se trataba de la puntilla al indigenismo y también a los antagónicos sueños de hispanización absoluta, un híbrido imprevisible dotado de un inmenso brío vital. Pero también, en la opinión de Vargas Llosa de hace casi dos décadas, un capitalismo popular que fomentaba las lacras del desprecio a las instituciones, la pendejada y el cinismo moral. Sin embargo, ahora que el fenómeno comienza a sedimentarse en pleno siglo XXI, Mario Vargas Llosa refleja mediante El héroe discreto un importante cambio de criterio. Bajo aquella “cultura chicha”, descubre que también late un impulso ético inquebrantable aun más sólido y vigoroso que la propia criminalidad con la que convive, un nuevo motivo de esperanza encarnado en ese personaje destinado a marcar época apellidado: Yanaqué.
Para los lectores asiduos de Vargas Llosa será un motivo de especial placer contemplar cómo reaparece la ciudad de Piura tan magistralmente evocada en La casa verde y morosamente descrita en Historia secreta de una novela, al pie de los Andes, en el extremo norte de Perú, entre los arenales que separan la cordillera del litoral marítimo. La ciudad de Félicito Yanaqué, con sus antiguos arrabales con casas construidas con frágiles cabañas de barro y caña brava, se ha transformado en El héroe discreto en una ciudad moderna y próspera, menos pintoresca pero igual de vigorosa, donde se pueden rastrear los borrosos trazos del pasado con el deleite de una exploración detectivesca.
Frente a la historia de Felícito Yanaqué, en capítulos alternos, se desenvuelve una segunda trama en las altas esferas sociales de Lima avanzando al unísono con la anterior, con una línea argumental que genera idéntica expectación. De nuevo aquí los valores éticos de la firmeza de los principios y la lealtad libran un turbio combate con la impureza del ser humano. En ambos relatos, el novelista hispanoperuano se apropia de patrones característicos de los melodramas latinoamericanos con el fin de purgarlos de sentimentalismo y trascenderlos. No por la vía de la parodia, sino a través de la absorción de las fuerzas elementales en juego, que en última instancia se remiten en todos los casos a una similar y trágica rebelión luciferina del hijo contra el padre donde resuena el eco moderno de los Karamazov de Dostoiewski.
Las dos acciones avanzan con la ingravidez de un relato salvado de cualquier lastre descriptivo. Vargas Llosa ha depurado aún más si cabe aquellas técnicas rastreadas desde su juventud a través de las novelas de caballerías hasta las de Flaubert, modernizadas por William Faulkner. Desde las dos historias que el autor norteamericano hace avanzar paralelamente en Las palmeras salvajes, complementándose sin entrecruzarse, hasta la técnica de las cajas chinas empleada en ¡Absalón, Absalón!, donde diversos argumentos emergen mediante conversaciones dentro de conversaciones, vistas siempre desde temperamentos e intereses de personajes distintos. Nada tiene un carácter absoluto ni doctrinario, sino que se despliega ante el lector a partir de perspectivas diferentes que se van cruzando y complementando. No son recursos nuevos en Vargas Llosa, pero el autor los ha cincelado aún más si cabe hasta jugar grácilmente con ellos con la mágica destreza de un ilusionista que logra hacernos olvidar la existencia de cualquiera de esas técnicas, como si hubieran desaparecido para dejar solo ante nuestra mirada los duros conflictos humanos. La conocida magia de la fantasía de Vargas Llosa recobra aquí otra vez sus cotas más altas, concediéndole a estas páginas el don de una subyugante vida propia.
Es la máxima certeza de Mario Vargas Llosa, que El héroe discreto viene a remachar. Los odios, los antagonismos cervales, los trágicos duelos edípicos, solo se pueden expiar gracias a la imaginación, como demuestra aquí el personaje de Fonchito. La fantasía no es un riesgo sino una solución, los hombres no enloquecen porque fantasean, imaginan, sueñan.
Por Rafael Fuentes