Jorge Rengifo, a quien sus parientes llamaban Fonfo o Rengifonfo, es un personaje tanto de la vida real como de la novela. Y en el caso de Jorge Edwards lo utiliza en ambas formas de escritura. Así, aparece mencionado y recordado en
Los círculos morados (Lumen, 2012) , primera entrega de las memorias del Premio Cervantes de 1999. Ahora, en
El descubrimiento de la pintura, es el personaje principal de la última novela del prolífico escritor chileno.
Edwards es un hombre con una capacidad inmensa para ocupar los acontecimientos de su vida y los personajes que ha conocido en sus célebres novelas, como ocurre en el caso de Neruda y su
Adiós poeta… o en
Persona non grata, que narra su breve pero apasionante estadía en Cuba de 1970. En la línea de las recuerdos familiares destaca especialmente
El inútil de la familia, referido a su pariente Joaquín Edwards Bello, que se había dedicado ni más ni menos que a escribir, suficiente razón para ser considerado “un inútil”. Memoria y ficción se entrelazan, se confunden y se disfrutan alternativamente, como las historias atractivas con la buena literatura.
Fonfo es de la misma saga. Un hombre que cada semana participaba en las tertulias musicales de los Edwards, mientras procuraba pintar en su incipiente vocación artística. En realidad, trabajaba en la Sociedad Comercial Saavedra Balfour, pero tenía la cabeza y el corazón puestos en el arte, aunque no destacara especialmente y aunque muchos conocidos lo despreciaran o se burlaran de él. Después de todo el físico no lo acompañaba, tenía una apariencia gastada; además había sido expulsado del Ejército, aparentemente por preguntón (sobre sexo homosexual, que le significó además algún trompazo y las maledicencias y comentarios posteriores).
Entremedio, Rengifo conoció a una jueza viuda sin hijos, con buena situación económica, llamada Caridad Casares Fernández, con quien se casó. No era tan tonto, expresaron los conocidos. Era la gracia “con que había salido Fonfo en el otoño de su tan mediocre existencia”, como afirma lapidariamente el narrador. Los esposos partieron a vivir a Europa, pero vuelven a Chile tiempo después. Entonces le cuenta a Edwards que había conocido el Museo del Prado, que había estado en el Louvre, en la Galería Pitti y en la Alte Pinakothek de Múnich. Se había sentido abrumado.
“Los Velázquez, los Zurbarán, los Ticiano, me agarran del cuello, me asaltan, me dejan sin respiración”, por lo que aun reconociendo que su propia pintura es importante, “o
es, al menos”, duda si podrá seguir pintando. Rengifonfo había cambiado tras su experiencia europea. El resultado, dramático, impensable, final, es que poco después Fonfo murió, “de cansancio, de agotamiento profundo”. ¿De qué murió? “De haber dejado de pintar”, por dejar de creer en su propia pintura.
Marita, su mujer, reconocía sus dificultades para pintar y poco después recordó que Fonfo le había dicho: “Sabes, Marita, parece que se me olvidó pintar”, para agregar, triste, casi decadente, “O, a lo mejor, nunca supe”. Muy pronto murió la propia Marita y Edwards hizo algunos descubrimientos sobre el pintor fallido, que, en realidad, había realizado estudios y alguna pintura de valor.
Quizá lo más valioso es que Edwards -ya lo cuenta en
Los círculos morados- tuvo afecto y recuerdos hacia Fonfo quien, condenado a ser un hombre común y corriente logró salir de esa normalidad para constituirse en un personaje literario que, tal vez, representa a otros tantos que quedaron con su arte a mitad de camino, o bien se convirtieron en figuras relevantes de la pintura o la escritura y que han sido reconocidos ampliamente en sus creaciones.
Por Alejandro San Francisco