CRÍTICA
Demetrio Castro: Robespierre. La virtud del monstruo
domingo 27 de abril de 2014, 13:03h
Demetrio Castro: Robespierre. La virtud del monstruo. Tecnos. Madrid, 2014. 512 páginas. 25 €. Libro electrónico: 13,99 €
Robespierre. La virtud del monstruo, de Demetrio Castro, es una biografía académica sobre una de las figuras más discutida de la Historia. Según quién y teniendo en cuenta la bibliografía publicada sobre el personaje, la visión de Robiesperre se mueve entre polos extremos: el idealista intransigente, líder revolucionario que derrumbó el Ancien Régime, librando a Francia de una monarquía corrupta y ajena a los problemas de sus ciudadanos; o, el sádico demonio, sangriento y vengativo que adulteró a las masas y pervirtió la revolución convirtiéndola en Terror. Aceptar ciegamente una de las dos posturas sería simplista y maniqueo, ya que resulta más apropiado, en la medida de lo posible, adoptar una actitud más equilibrada, reflexionando sobre su vida sin condicionamientos ideológicos o entusiasmos prefabricados. El libro del profesor Castro tiene el mérito de realizar objetivamente la biografía de tan controvertido personaje, de lograr un equilibro más allá de los extremismos, poniendo el acento en el contexto en el que se formó Robespierre, en sus discursos y en su acción política. En sus páginas, el autor invita el lector a no olvidar el contexto, los años previos a la Revolución Francesa y con sutileza y pericia relata la historia de Robespierre con una atenta reconstrucción de su trayectoria.
El libro incide de manera especial en la psicología del personaje, subrayando aspectos de su carácter que se manifiestan en su juventud para luego acrecentarse con el paso de los años: orgullo, altanería, arrogancia, vanidad, rencor, envidia, cinismo e incluso crueldad. Estos rasgos marcarán el porvenir de Robespierre, condicionando su acción y plasmando sus ideas. No obstante, su figura se aproxima en varios aspectos a la de muchos revolucionarios franceses de la época, compartiendo procedencia social, la búsqueda de éxito personal y profesional, la formación clásica y la educación en colegios jesuitas, así como una breve -y accidentada- vida política.
El libro pone de manifiesto la evolución del pensamiento de Robespierre, una cierta “flexibilidad” ética que le permitía cambiar sus ideas y principios de forma oportunista. Frecuentemente, El Incorruptible se mostraba más pragmático que coherente, más cínico que riguroso, más ambicioso que virtuoso. En varios episodios de su subida al poder demostró ser un hábil calculador, dispuesto a cambiar de opinión si la ocasión lo merecía. Y el trabajo presenta varios ejemplos de ello (como la condena de Luis XVI), logrando demostrar así que algunas de sus acciones estuvieron determinadas por beneficios de estrategia política inmediata.
Mención aparte merece la retórica, uno de los argumentos que se suelen destacar para describir a Robespierre. El abogado francés se mostró muy cuidadoso en este tema. Las pausas, la entonación, el énfasis, le servían para persuadir, motivar y movilizar al pueblo. Por eso, solía dotar al lenguaje de una gran carga emocional, hablaba en primera persona como si él fuera el cautivo, la víctima o el blanco. En sus discursos, recurría a términos que pudieran implicar a las masas, utilizando expresiones que hacían referencia a un peligro extremo, a una crisis excepcional y trágica. Su retórica denotaba la formación clásica, con tendencia a dar un sentido mesiánico a sus palabras. Por otra parte, recurría a un léxico y conceptos que circulaban en los discursos revolucionarios. Gran relevancia tuvieron también su gestualidad y su teatralidad, los alardes dramáticos.
Resulta muy interesante su visión de la prensa: Robespierre se muestra desconfiado incluso cuando ésta es fiel y “controlada”. En un cierto modo, su relación con los periódicos resulta paradigmática de las contradicciones del personaje: por un lado, los atacaba considerándolos un medio deplorable porque influían en la opinión pública y, por otro, consideraba necesario hacerse con un diario propio para poder influir sobre la opinión pública.
Los datos sobre el número de víctimas de la política terrorista resultan escalofriantes, por eso no parece impropio hablar de exterminio o genocidio. El promedio de decapitaciones por guillotina resulta espantoso. Se dio vida a una autentica cultura de la represión y a un clima sangriento, marcado por la sistemática eliminación del enemigo a fin de establecer una estructura supuestamente estable.
La impresión es que el Terror fue la razón del éxito de la Revolución, pero al mismo tiempo la causa de su fracaso. Sin el Terror no habría la revolución, pero debido al Terror la revolución terminó, provocando una reacción y la consiguiente creación de un Directorio. La violencia fue fundamental para su victoria, el Terror como arma para preservar la patria, pero ahí está la paradoja: en el triunfo de la revolución están los gérmenes de su fracaso. Una revolución que tuvo el mérito de mover la estructura existente e imprimir un cambio a la anquilosada sociedad francesa, pero que acabó en violencia.
Además de la humanización del “héroe revolucionario”, el libro no se limita a centrarse en las figuras emblemáticas de la época, sino que también da vida a personalidades menores, actores poco memorables, secundarios de los que resalta su importante papel. Destacan las páginas sobre las diferencias con Danton, en las que estas se subrayan, pese a compartir objetivos e iniciativas. Dos figuras distintas tanto en el carácter como en su actuación: incluso será muy opuesta la valoración historiográfica de los dos.
Mención aparte merecen las pinturas elegidas en el libro así como las recomendadas: permiten acceder a la época a través del arte y confirman la gran erudición de su autor, catedrático de Historia del Pensamiento Político, tal y como se puede apreciar en las páginas del libro.
Probablemente la parte más entretenida es la relativa a la caída de Robespierre: la forma de narrarlo "obliga" a una lectura sin pausa, que no se puede interrumpir, pese a conocer el desenlace final, animados por un fuerte interés y deseo de saber cómo fueron los últimos momentos del protagonista. Su caída parece provocada por un cúmulo de errores -algunos de cálculo-, su mala salud, una cierta sensación de omnipotencia, la crispación de un clima violento. En extrema síntesis, parece que su caída política haya sido consecuencia de la inestabilidad que él mismo había generado, de la inflexibilidad promovida para eliminar a enemigos y discrepantes. Y no cabe duda de que le temían incluso una vez muerto. El nombre de Robespierre terminó por relacionarse más con sus excesos que con la Revolución.
El libro tiene el gran mérito de ir más allá de la imagen romántica o demonizada del personaje, arrojando una nueva luz sobre su figura. Por eso, más que colmar un vacío historiográfico, remedia la falta de objetividad de otros textos, llenando las numerosas sombras que aún envolvían al personaje.
Por Andrea Donofrio