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El TEATRO EN EL IMPARCIAL

[i]Nuestra cocina[/i], de José Luis Alonso de Santos: el antropófago Master Chef

lunes 30 de junio de 2014, 14:12h
El Festival SURGE se cerró con un broche de oro gracias a la puesta en escena, en la Sala Réplika, de “Nuestra cocina”, recreación de José Luis Alonso de Santos de “La cocina”, de Arnold Wesker. La dirección de Jaroslaw Bielski, director polaco afincado en España, introductor en nuestro país de técnicas novedosas y revitalizador de obras maestras de autores españoles desdeñados aquí -nunca olvidar su montaje de “El otro”, de Unamuno-, ha sido determinante para su excelente funcionamiento en las tablas. A partir de este verano le auguramos a “Nuestra cocina” una exitosa presencia en la Sala Réplika y una posterior recomendable gira.


Nuestra cocina, de José Luis Alonso de Santos
Director de escena: Jaroslaw Bielski
Intérpretes: Javier Abad, Nacho Sirell, María Aráiz, Allende Blanco, Xelo Cubero, Rodrigo de Mate, Juan Erro, Marina Fábregas, Nagore Germes, Enrique Mallén, María Mur, Antonio R. Barrera, Adaya Salvá y Sara Vizán
Lugar de representación: Festival Surge. Sala Réplika

Por RAFAEL FUENTES

Esta obra maestra se nos presenta como una auténtica “matroska”, esas célebres muñecas rusas que esconden en su interior otra muñeca, dentro de la cual se encuentra otra muñeca… La versión de Jaroslaw Bielski trabaja sobre el texto que en la década de los noventa escribió José Luis Alonso de Santos, que a su vez era una adaptación muy libre y creativa de “La cocina”, escrita en 1957 por Arnold Wesker, aquel joven airado que expresaba su rebeldía contra la falsa y encorsetada sociedad británica de la postguerra. Solo que aquí las muñecas encerradas en otras no son idénticas, sino que van experimentando una mutación de una a la siguiente hasta hacerlas marcadamente distintas entre sí. Wesker, socialista y trabajador manual antes que dramaturgo, daba un martillazo ideológico contra el conservadurismo específico del Reino Unido. Alonso de Santos mantenía cuestiones esenciales, pero las ampliaba, les otorgaba una mayor complejidad en los matices humanos , y, sobre todo, la amoldaba a la circunstancia española. Algo que le permitía legítimamente cambiar el título original de “La cocina” por el nuevo de: “Nuestra cocina”. La versión recién estrenada de Jaroslaw Bielski da un paso más. “Nuestra cocina” trata de captar la situación española en el momento concreto de la actual crisis económica e institucional vivida a pie de calle.

Las tres muñecas disímiles se ofrecen al mismo tiempo en el escenario. De Arnold Wesker -autor muy admirado por Alonso de Santos y por Bielski-, se conserva el hecho fundamental remarcado por el dramaturgo londinense: una gran cocina que reproduce a escala de microcosmos el macrocosmos del país, de la Humanidad , donde los distintos cocineros trabajan frenéticamente entrando y saliendo sin que ninguno permanezca el tiempo suficiente como para comprenderse mutuamente. En Wesker, este planteamiento poseía un carácter inequívocamente socialista. El proletariado trabajador está tan atrapado por el esfuerzo que no llega a entenderse con su compañero y de ese modo le resulta imposible realizar una rebelión colectiva. En 1957, este hecho podía denominarse todavía “alienación de la clase obrera” para facilitar su explotación.


Creo que en Wesker había un eco del existencialismo de Jean-Paul Sartre transfigurado en creencias marxistas. Si en “A puerta cerrada”, Sartre había lanzado aquella celebérrima afirmación según la cual “el infierno son los otros”, Arnold Wesker parece apostillar que el infierno son los otros porque no se comprenden y no colaboran entre sí para afrontar la injusticia. El fogón de la pieza original, cuyo rugido va en aumento, recalca el carácter infernal de la “cocina” donde serán guisados finalmente todos. Esto le posibilitó a Wesker afirmar: “El mundo podrá ser un escenario para Shakespeare, pero para mí es una cocina.” No una representación, sino un esfuerzo gratuito destinado al fuego. Los manjares de la comida son un símbolo arraigado entre nosotros del placer y del hedonismo -Vázquez Montalbán subrayó este símbolo que ahora llega a la telerrealidad de nuestros televisores-, pero Wesker matiza: es el placer de los poderosos , y, a la vez, el infierno de los sometidos. En un revelador diálogo de la obra, un personaje asegura a otro que en la cadena de montaje de una fábrica, el obrero pasa de ser una persona a convertirse en una pieza más del mecanismo, evocando los “Tiempos modernos” de Chaplin. Siguiendo la misma lógica, los cocineros del gran restaurante pasan a ser un trozo de comida más idéntico a los que guisan. En ese sentido, bajo la obra subyace una simbólica antropofagia donde el poder devora al que ocupa un escalón más bajo.

La obra ha interesado de muchas maneras, teóricas y prácticas, a José Luis Alonso de Santos. En su primera pieza, “¡Viva el Duque, nuestro dueño!”, el mundo todavía es un shakespereano escenario, mientras que en uno de sus últimos éxitos: “La cena de los generales”, España ya aparece como una antropofágica cocina. Bajo su pluma, “La cocina” de Wesker experimenta múltiples transfiguraciones. Ante todo, se nacionaliza. Ahora, entre los cocineros, vemos a vascos, andaluces, gallegos, castellanos, en un convivencia llena de rivalidad. La disparidad actúa en otros órdenes, están los nuevos frente a los veteranos, los heterosexuales frente a los homosexuales, los casados frente a los solteros, los amantes y los que se odian, los hombres frente a las mujeres, los concienciados frente a los escapistas. Todo un universo de discordias nacionales servido con una genial recreación del habla coloquial, poblada de acentos regionales, modismos precisos y tonos cuya cadencia interna lo dice todo sin palabras grandilocuentes. Esta nacionalización de la cocina está acompasada con una mirada mucho más caleidoscópica que la de Wesker, y, por tanto, mucho más humana. Los trece cocineros están sometidos al poder omnímodo y tiránico del dueño del restaurante, el señor Morango, el personaje número catorce. Pero en realidad -como ya ocurriera en “¡Viva el Duque…!”-, cada protagonista de la cocina actúa con sus compañeros con el mismo desprecio, prepotencia y actitud autoritaria que el poder que está por encima de ellos. La antropofagia simbólica no es solo vertical, del poder hacia los de abajo, sino horizontal: una antropofagia de todos contra todos donde las dentelladas inclementes se dan a ciegas en todas direcciones.



Jaroslaw Bielski, director de origen polaco afincado en nuestro país, opera sobre este microcosmos con una mirada cosmopolita y a la vez empática, realizando una puesta en escena de una excepcional destreza. Los camareros entran y salen de la cocina de una forma crecientemente caótica y frenética, gritando las peticiones a un ritmo que se vuelve endiablado. Uno de los grandes aciertos de Bielski es conservar ese frenesí enloquecedor de apariencia anárquica, y mantener bajo esa fachada un perfecto mecanismo de relojería que en los momentos más crispantes llega a sonar como una partitura en la que late un impecable ritmo. ¡Brillante! El elenco de jóvenes actores tiene la oportunidad de demostrar sus excelentes cualidades y apuntar hacia futuras trayectorias profesionales de éxito.

El torbellino de conflictos se desliza hacia una explosión de violencia final. En su imprescindible “Manual de teoría y práctica teatral”, José Luis Alonso de Santos ya se detenía a meditar sobre ese desenlace como prototípico. Para el autor de “Bajarse al moro”, solo caben dos modelos de finales: uno en el que se da algún tipo de reconciliación o pacto entre los conflictos, y otro donde el final representa una ruptura. “La cocina” sería un ejemplo de esta segunda posibilidad. Uno de los cocineros, rebasado por los enfrentamientos con sus compañeros, su amante, sus jefes, empuñará un cuchillo fuera de sí. Pero recurriendo a la terminología de Camus, este es un acto de rebelión -y de rebelión individual-, no un acto revolucionario. Alonso de Santos ha tenido la inteligencia de sacar del escenario el vértice último del escalafón del poder, el dueño, Morango, de modo que se perciba su enorme autoridad sin que veamos su rostro. Una ausencia que refuerza su dominio -recordemos a Pepe el Romano de García Lorca- mediante el miedo a lo desconocido y las proporciones gigantescas que nuestra imaginación puede proporcionar a lo que nuestros ojos no ven, pero presienten. Cuando la expectación de todos alcanza su clímax hipnóticamente atentos a ese poder que se manifestará a través de una pantalla de plasma, percibimos con claridad la sintonía de la obra con el más inmediato presente.

En ese instante en el que el frenesí se paraliza con una tensión, podemos contemplar en cada personaje sus sueños de felicidad perseguidos con ahínco y frustrados en cada minuto. El deseo de felicidad roto es el eje de todos y cada uno de ellos, y es entonces cuando sentimos de manera diáfana esa afirmación rotunda de José Luis Alonso de Santos: “¡Qué condenadamente difícil es ser feliz!”. Sobre todo en los tiempos donde la antropofagia domina.

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