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TRIBUNA

Viva Cuba libre

Alejandro Muñoz-Alonso
lunes 22 de diciembre de 2014, 19:36h

“Necesito el embargo para esta generación y la siguiente”. Así se expresaba Fidel Castro el 20 de octubre de 1998 en La Moncloa, ante el Presidente Aznar, en respuesta a la crítica que éste hacía del embargo, porque sólo producía perjuicios y sufrimientos al pueblo cubano. Aquella última visita del dictador cubano a Madrid, se había fraguado dos días antes, respondiendo a su propia insistencia, al final de la Cumbre Iberoamericana que se había celebrado en Oporto. Aznar, que lo relata en uno de sus libros de Memorias, puso, a través de sus servicios de protocolo, algunas condiciones (que la entrevista durase sólo dos horas y que Castro fuese con atuendo civil) y escribe que “me pareció asombrosa la crueldad y la hipocresía de ese doble discurso…Es evidente –continúa- que el embargo es una de las bazas para continuar en el poder y para perpetuar el régimen en el futuro”.

En contra de la posición oficial de los Estados Unidos, especialmente del Partido Republicano y del lobby cubano de Florida, todos los gobiernos y los partidos políticos españoles se han manifestado, siempre, consecuentemente, contra el embargo que, en definitiva, alimenta el victimismo de la dictadura castrista y su discurso contra el imperialismo norteamericano. Además de imponer unas duras condiciones de vida a los cubanos. Yo mismo, en mi condición de diputado, tuve, allá por los años noventa, diversas intervenciones en la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso, denunciando el embargo y las leyes Torricelli y Helms-Burton que, cayendo en flagrante extraterritorialidad, intentaban impedir que empresas de terceros países hicieran negocios o invirtieran en la gran isla caribeña.

Todo había empezado al poco del acceso al poder en Cuba de Fidel Castro y sus jóvenes “barbudos”, en 1959. Recibidos primero con una cierta expectación, pronto se vio que el nuevo régimen cubano apostaba decididamente por convertirse en una avanzadilla de la Unión Soviética en el Caribe. Castro había hecho suya la máxima de José Martí, allá por el 98, según la cual “cambiar de amo no es ser libre”, que quería decir que librarse de los españoles para caer bajo el dominio de los norteamericanos no era un buen negocio. Pero es lo que sucedió, porque Cuba no fue nunca plenamente independiente. La “Enmienda Platt” –que estuvo vigente hasta 1934- permitía la intervención de los Estados Unidos en Cuba siempre que lo estimasen conveniente, pero después de esa fecha, como escribe un escritor norteamericano, George C. Herring (From Colony to Superpower. Pg. 687), “su esencia, en términos de dominación de los Estados Unidos –lo que Castro denominaba “Plattismo”- sobrevivió”. Antes que comunista, Castro había sido antiamericano y se abrazó a Moscú porque sólo allí podía encontrar ayuda contra el coloso vecino. Una grave y errónea decisión estratégica que le ha costado mucho al pueblo cubano.

En los Estados Unidos, tan pronto como comprobaron que Castro no iba a ser manejable, como Batista y sus predecesores lo habían sido, se planteó con agudeza el problema cubano. Corría el último tramo de la presidencia de Eisenhower y la Guerra Fría pasaba por uno de sus más gélidos momentos y era impensable aceptar a un satélite de la URSS a 90 millas de Florida. Sobre todo si, además, recordamos que en pleno siglo XIX y ya antes de la Guerra de Secesión, los americanos del sur habían mostrado reiteradamente su interés por Cuba, donde se podrían abastecer de esclavos negros. En más de una ocasión intentaron comprar la isla, pero los Gobiernos españoles siempre se negaron, aunque tampoco estuvieron muy hábiles en la gobernación de Cuba, pues los planes de autonomía fueron insuficientes y llegaron tarde. Eso sería el prólogo de lo que fue, primero, el engañoso desenlace del Desastre, en 1898, y luego, con Castro, la no menos engañosa “liberación” de la férula americana, para caer en el opresivo y retrógrado “paraíso” comunista.

La tensión entre los Estados Unidos y Cuba alcanzó su punto álgido con Kennedy que -en contra de la visión oficial de entonces, que hoy día desmontan los propios autores norteamericanos- no fue precisamente inteligente. La desdichada aventura de la bahía de Cochinos, en abril de 1961, no fue compensada con el supuesto éxito de la crisis de los misiles en octubre de aquel mismo año ya que Kruschev retiró los misiles que había instalado en la isla sólo a cambio de que los Estados Unidos retirasen, en secreto, los “Júpiter” instalados contra la URSS, en nombre de la OTAN, en Turquía, aunque ni la Alianza ni este último país fueron consultados. Otro autor americano, Stephen Graubard (The Presidents. Pgs. 422 y sigs.) dice que todo aquello fue “una historia en absoluto edificante” y culpa al hermano del Presidente, Robert, que “con sus habituales maneras arrogantes y dogmáticas”, insistía en potenciar la llamada “Operación Mangoose”, cuyo objetivo era “ayudar a Cuba a derribar el régimen comunista” y, según algunos autores, encomendar a la CIA la eliminación personal de Castro.

Este complejo proceso del desencuentro cubano-americano, prolongado en su última fase a lo largo de más de medio siglo de dictadura castrista, parece que se encamina ahora hacia el definitivo desenlace con la histórica decisión de restablecer las relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana. Pero todo esto se viene madurando desde hace años. Además de los dieciocho meses de negociación en Canadá y con activa y eficaz participación de la diplomacia del Vaticano, hay que recordar que Obama, desde 2009 –año en que se inició su primer mandato- tomó medidas que suavizaban ya el embargo, permitiendo a los cubano-americanos visitar a sus parientes en la isla y enviarles dinero. En abril de aquel año, Obama, en una reunión de dirigentes de Estados americanos, afirmó que los Estados Unidos buscaban “un nuevo comienzo con Cuba”. Y Hillary Clinton, como secretaria de Estado, trabajó en la misma dirección y, cuando abandonó el cargo, envió un memorándum al Presidente urgiéndole a que reconsiderase el embargo a Cuba.

El apretón de manos entre Obama y Raúl Castro, hace ahora un año, en el funeral por Mandela, aparece a la luz de los recientes acontecimientos cargado de hondo significado. Poco después, cuando Obama visitó al Papa Francisco el pasado mes de marzo, y le pidió ayuda en las secretas negociaciones, se dio otro decisivo paso. Una carta del Papa a Raúl Castro, enviada días después, ha sido determinante para facilitar el acuerdo, según reconoce la diplomacia de los Estados Unidos. En aquella visita hubo otro encuentro entre Kerry, secretario de Estado americano y su homólogo vaticano, el cardenal Parolin. Nada de la cuestión cubana transcendió y es curioso releer ahora las informaciones sobre aquella visita; nadie sospechó nada. Y es que todo se llevó con el máximo secreto, clave para que algo tan importante y rompedor tuviera éxito. Hace pocos meses, ante unos miembros del Congreso que le decían que no se estaba haciendo demasiado para liberar a Gross, Kerry les dijo, “Confiad en mí, muchachos (guys). Puede que tengamos un canal secreto para traer a casa a Gross y hacer algo atrevido, pero no deberías saberlo y no podéis saberlo”. Pero nadie sospechó lo que se estaba “cocinando” (Kerry utilizó la palabra “cooking”).

En un espléndido trabajo periodístico, The New York Times ha relatado los aspectos más relevantes de este proceso de negociaciones en el que, tras una etapa previa de tanteo, para comprobar qué querían de verdad los de enfrente, se pusieron todas las cartas sobre la mesa. Estados Unidos estaba interesado en la liberación de Alan P. Gross, encarcelado en Cuba desde diciembre de 2009 y acusado de “crímenes contra el Estado cubano”. Este incidente supuso un parón en la aproximación cubano-americana, que ya estaba cautamente en marcha y la liberación de Gross ha sido una de las principales bazas de la negociación. Después aparece también la necesidad de pedir la liberación del espía al servicio de la CIA, Rolando Sarraf Trujillo, cuyo nombre se ha mentido en secreto hasta el último momento. Por su parte, Castro estaba interesado en la liberación de los llamados Cinco Cubanos, considerados como héroes nacionales y encarcelados en los Estados Unidos. Pero los Cinco ya sólo eras tres, pues los dos primeros habían sido liberados por los americanos, uno en 2011 y el otro a principios de este año. Nada de esto era, desde luego, casual. Pero en el fondo de todo estaba el órdago mayor del restablecimiento de las relaciones diplomáticas.

Sería una enorme ingenuidad pensar que la dictadura castrista ha llegado a su fin y que la transición a la democracia ha empezado en Cuba ya. Pero sería también una enorme ceguera –como la que muestran dirigentes del Partido Republicano, incluidos Marco Rubio o Ted Cruz, de origen cubano- no percibir que se ha dado un paso de gran transcendencia para Cuba y, quizás también, para todo el continente, pues el modelo bolivariano de “socialismo del siglo XXI” que tenía en Cuba su referencia, se puede apostar que ha entrado en su tramo final. Aunque quizás haya que esperar a que los hermanos Castro desaparezcan de la escena. Lo que parece evidente es que la suerte cotidiana de los cubanos va a mejorar, en el aspecto de la prosperidad, pero también en el de la libertad. Y eso ya es mucho, a pesar de que a los fundamentalistas no les guste. A Obama le toca ahora la lucha contra un Congreso cuyas dos Cámaras están en manos mayoritarias de los republicanos, que no se lo van a poner fácil.

El grito de “¡Viva Cuba Libre!” se acuñó a finales del siglo XIX por los cubanos exiliados –ya los había- en los Estados Unidos, sobre todo en Florida y Nueva York. Era el grito de guerra contra los españoles y expresaba también el propósito de obtener la ayuda norteamericana para su pretendida libertad. Consiguieron la ayuda, pero la libertad les fue esquiva. Este acuerdo entre Obama y Raúl Castro puede ser el pórtico para que, más pronto que tarde, la libertad llegue a aquella isla, que sigue estando tan cerca del corazón de los españoles.

Alejandro Muñoz-Alonso

Catedrático de la UCM

ALEJANDRO MUÑOZ-ALONSO es senador del Partido Popular

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