Simeone volvió a tumbar a Ancelotti y se medirá al Barça en cuartos de Copa. Por Diego García
Concha Espina condujo en rojo furor a los protagonistas del duelo de enemigos íntimos con la Copa como excusa hasta un Bernabéu disfrazado del estadio ferviente, el traje de las grandes ocasiones. Ya en el césped, los futbolistas comprobaron como la atmósfera se tornó amarilla, con el homenaje mútuo -Ronaldo y tribuna- a costa del Balón de Oro recién adquirido. Los fantasmas de la remontada buscaban tomar cuerpo con el 2-0 como primer peldaño a escalar ante el cerrojo venenoso del Atlético.
Ancelotti actuó con la coherencia que marca su elegancia y no tiró el torneo sobre el papel. La opción de relativizar la relevancia de este duelo contemplando en perspectiva el desgaste de la temporada, con la gloria continental y doméstica por reconquistar, quedó a la espera de comprobar la intensidad de su once de gala. Porque el pintor de títulos italiano apostó, sin miramientos, por entregar a sus puntas de lanza la opción de gustarse en este exigente escenario. Es más,
ahondó en el suicidio ofensivo al mantener la ausencia de obreros en un centro de campo de tres piezas, de las que dos son Isco y James, ante un rival que ha pulido y afinado la estrategia de repliegue y salida hasta lo absoluto. Posesión con laterales largos -esta vez jugó Carvajal- y control de la pelota para tratar de buscar las cosquillas entre líneas, elemento que sentenció, en horizontalidad, la ida en el Manzanares.
Simeone recuperó la hoja de ruta marcada en el primer envite. Moyá y Arda y Gabi -responsables del coqueteo con la pelota colchonera- empezaron desde el banquillo para afianzar la vertiente física, con el marcador a favor desde el inicio. La medular gozaba del colchón defensivo Mario Suárez, flanqueado por el trabajo de lanzadores como Tiago y Koke, con el regreso de Raúl García a la línea de cuatro. Torres fijaría a los centrales y Griezmann se movería al espacio y entre líneas para desestabilizar.
Orden y salida como ingredientes en un esquema que marcaba el trabajo de repliegue como dogma.
Sin embargo, Diego Pablo, que en la actualidad juguetea a su antojo con el prisma táctico y de situación de los derbis, obligó al Madrid a carraspear desde el inicio adelantando al extremo la línea e intensidad de presión. Amortiguar el ardor del arranque local para sacar del asiento al rival robándole espacio, iniciativa y mando.
Forzar el cambio de roles. Así, en plena posesión horizontal de asentamiento del Madrid, la zaga adelantada y un robo catapultaron la sentencia colchonera en el primer minuto. El fallo de cálculo de Pepe y la salida en velocidad profunda de
Griezmann confluyeron en el
remate al segundo poste de Torres. Un minuto para demostrar la jerarquía rojiblanca.
El Madrid reaccionó con una tormenta de testarazos desviados y a las manos de Oblak -Pepe, lo primero en el 4 y Bale, lo segundo en el 5- al tiempo que el
Atlético se relamía retrasando posiciones para limitando su intensidad defensiva a su terreno de juego, cerrar líneas de pase y obligar al Madrid a entrar por banda. El estudiado sistema de ayudas a Siqueira, con hasta tres jugadores extra -Godín, Mario y Koke-, limitaba la influencia de Bale, que sentía como el Atlético le entregaba protagonismo
colapsando el espacio por el centro.Isco reclamaba la pelota y el brillo en la medular, descolgándose hacia la frontal colchonera, sin resultados por la eficacia en la red de ayudas, salidas y cruces de la retaguardia oponente. Oblak calentó sus guantes deteniendo los remates, siempre tras centro bombeado en banda, de Bale y Ronaldo.
El bloque de la Castellana no encontraba, de nuevo, el camino central.Tuvo, entonces, que abrirse la opción del
balón parado y Ramos encontró la red tras una falta lateral botada por Kroos. Se llegaba al minuto 20 con un patinazo clamoroso en la salida del meta rojiblanco, que se topó con la espalda de Godín, facilitando las tablas y la entrada, de nuevo, en la eliminatoria del Madrid. Con 70 minutos para propulsar su efectividad ofensiva.
La inercia energética y de confianza del empate sembró una
explosión de desarrollo atacante, pegada a la cal con Marcelo y Carvajal surtiendo centros y por el carril del
8 con James e Isco tratando de encontrar olas orillas de la red rojiblanca. El Madrid elevó la intensidad como reacción, ganando la batalla por cada centímetro, los balones sueltos y rechazados.
Suárez salvó el disparo a portería semi vacía de Ronaldo tras el despeje a centro de James de Godín, en el 23, antes de que el duelo entrara en una locura transitoria que desnudó en transición a ambos equipos. Los locales encontraban a
James e Isco lanzando las contras y
Koke, Griezmann y Torres se bastaban para doblegar el equilibrio madridista, con Kroos, corriendo hacia atrás al verse superado por la velocidad de la jugada, superado en su soledad del rol para repeler el avance puntiagudo colchonero.
La serie de saques de esquina reflejaba el
empuje local, desatado tras las tablas. Un 6-0 con 10-1 en opciones de peligro generadas en la primera media hora de derbi mostraba el ardor local. Llegados al último tercio de primer acto, el Madrid aflojó el nivel de decibelios de su verticalidad, tomando un
respiro a su despliegue y calculando los caminos a recorrer en el carril central, porque la amalgama de centros no había dado un resultado diverso al ejercicio de la jerarquía de Godín y Miranda por alto.
El control sensacional y remate en escorzo de Benzema que atajó
Oblak sin despeinarse en el 39 adelantó la primera posesión larga del Atlético, que sirvió al visitante para respirar, contemporizar y ganar el descanso tras el ingente esfuerzo para reforzar la granítica apuesta defensiva. Marcelo y Torres cerraron con sendos intentos infructuosos. El Atlético había noqueado a un Madrid que, sacudido el golpe, recuperó el guión inicial con más pujanza que lógica fluida. Quedaba registrado con luz y taquígrafos que la nueva dimensión del derbi -desde el advenimiento de Simeone- convertía este partido en un partido capital,
sin espacio espiritual o material para la especulación. Sin cambios sobre el césped, el
Cholo subrayó la ausencia de modificaciones en el planteamiento. No obstante, en
35 segundos de segunda parte, un robo tras el
pase horrible de Ramos cuando los suyos adelantaban posiciones, salida de
Griezmann que divide y cesión a
Torres volvió a robar el previsible mando local inicial. El delantero español recortó, sentando a Pepe y batió a Navas en el primer palo. La tempestuosa saludaba como telón de fondo el equilibrio anímico del evento. Griezmann
rozó el tercero tras otra contra que sangraba la ruptura total del Madrid. Torres ganó la partida a los centrales, argumentando los riesgos del suicidio ofensivo y el galo rozó el poste. Cinco minutos de cambio de roles.
Los de
Ancelotti, de nuevo amaestrado ante Simeone, recuperaron su sino de posesión
relegado a los envíos laterales. Ronaldo cabeceó a las manos de Oblak segundos antes de encontrar la red en el primer centro desde la banda con aroma rentable del bloque merengue en la eliminatoria. Bale puso un balón impecable y el
luso dibujó un testarazo cruzado, alejado de la posición de Oblak, para recolocar el orgullo colectivo y las
tablas en el 9 de segundo acto.
El ecuador de la segunda mitad acogió la representación exacta de las potencialidades de ambos bloques cuando entran en colisión:
robo y salida muy indigesta del Atlético con chut desviado de Griezmann y balón parado a las nubes de Godín y
erosión por posesión exterior y centros o desborde diagonal del Madrid, que encontró en Marcelo y Benzema a sus principales lanzadores. Oblak, pasado el borrón del 1-1, siguió afianzando su estatus de suplente digno. Por el camino,
Arda entró en juego para potenciar la calma y medir el tempo y control que interesaba en este punto al club rojiblanco y Varane entró por
Pepe, lesionado, que constituyó la peor consecuencia de arriesgar todo a la Copa.
Con el sistema visitante ganando peso en el manejo de la pelota y la retaguardia merengue sufriendo por la inapetencia solidaria de los medios y atacantes, el Madrid buscaba transiciones que seguían estampando la verticalidad contra el muro rival, que desviaba, de manera intencionada, el peligro madridista hacia el juego aéreo.
Jesé tuvo sus 20 minutos de rodaje -todavía intrascendente- y
Griezmann su respeto en el coliseo enemigo.
Entendió el vestuario del Real Madrid que el envite por la autoestima en la confrontación capitalina no exigía más desgaste del necesario a estas alturas de calendario en el último cuarto de hora. La exigencia autoimpuesta cedió cuando el fuelle y la eliminatoria estaban ya hundidos y el Atlético disfrutó de espacio para gustarse con y sin balón. Escaramuzas, imprecisiones y conducciones deslavazadas sucumbían en el brillo del orden y la salida límpia de pelota visitante antes de afrontar el cierre de duelo. Quedó hueco para la representación de la impotencia: Isco, artista y finura en la ejecución, asestó una
anacrónica patada a destiempo a Gabi. Propia del desenlace grisáceo de rivalidad.
Con este empate a dos,
Simeone volvió a mostrar su superioridad en la creación de situaciones específicas y el diseño y aplicación de variantes en su apuesta con respecto a Ancelotti. Sin espacio, superioridad en la medular ni equilibrio, el Madrid sigue sufriendo cuando se mide a la rojiblanca. Y la goleada del bloque sureño en el Bernabéu no hizo tierra a través de la ruptura de líneas local para suspiro de
Carletto, por muy poco. La eliminatoria arrancó con dos onces que relativizaban la importancia del duelo y terminó con el Atlético imponiendo su estilo en una batalla de poderes sin respiro en la entrega. Un doble partido contra el Barça aparece en el calendario colchonero y el Madrid se saca, a estas alturas se puede asegurar que a su pesar, la carga de exigencia de un "Clásico". En lo metafísico,
los merengues han de aferrarse a la Décima para sonreir en este péndulo de protagonismo en los últimos derbis.