Dicen algunas informaciones que fue Hollande quien convenció a Merkel de que obligar a Grecia a salir del euro –como ha estado a punto de suceder entre el jueves y el viernes pasados- daría alas a los populismos europeos (esto es desde el Frente Nacional francés al Podemos español) a los que aportaría argumentos contra el odioso capitalismo alemán acogotando a la pobre Grecia. Puede que sea cierto, porque Hollande ya ha demostrado que no es, precisamente, un lince, pero me parece que somos muchos más los que pensamos que son gestos como esta cesión, parcial y temporal, desde luego, ante Tsipras, Varufakis y compañía, lo que lleva agua al molino populista, aumentando su convicción de que con una buena dosis de chulería, trapacería y cara dura se puede sacar tajada de los, supuestamente, acomplejados líderes europeos.
Nadie quiere cargar con la responsabilidad de condenar a Grecia a la miseria con dracmas, que eso supondría su salida del euro, el Grexit, pero nadie quiere ser tampoco responsable del naufragio definitivo de la moneda única y, ya de paso, del propio proyecto europeo, que esa podría ser la consecuencia inevitable de ceder al permanente chantaje helénico, que ha llegado al esperpento de pedir indemnizaciones por la ocupación nazi, hace ya casi tres cuartos de siglo que, según los alemanes, fueron satisfechas en tiempo y forma. Esa es la situación actual que explica que nada esté resuelto hasta que todo esté resuelto, según una acreditada práctica internacional. Y nada va a estar resuelto hasta que en junio se sepa si Grecia ha cumplido, realmente y sin subterfugios, los compromisos de reformas, cifradas y sin retórica, que deberá haber presentado este lunes 23. Porque lo que ha sucedido este último agitado fin de semana es que a Grecia se le ha dado un respiro (que no “un puente”) de cuatro meses a cambio de una ratificación de su voluntad de que aceptará plenamente y en los plazos acordados, cumplir con los compromisos firmados por los gobiernos anteriores griegos. Sin “quitas” ni “esperas”, como Tsipras había prometido, con todo el rostro, en la campaña electoral, sin encomendarse a ninguno de los dioses del Olimpo.
La mayor parte de los economistas (gremio donde se pueden encontrar especímenes de toda clase, condición y opinión) estiman que dada la escasa participación de Grecia en el total del PIB europeo, una hipotética salida de Grecia de la moneda única no tendría las consecuencias que se temían, todavía en el 2012, cuando parecía peligrar el conjunto de la unión monetaria. Ahora predominan las razones apuntadas más arriba, más políticas y morales que económicas, pero se adivina, de todos modos, un cierto temor a que, a pesar de esas seguridades, el Grexit provoque inesperados terremotos, porque la conducta de los mercados tiene siempre un cierto grado de imprevisibilidad. Con eso juegan los de Syriza, pero ese juego no se puede alargar indefinidamente porque nos jugamos no ya el futuro del euro sino el de toda la Unión Europea.
Ahora el nuevo primer ministro tendrá que explicar a los electores griegos que “de lo dicho no hay nada”. Un país es responsable de lo que hacen sus gobiernos, presentes y pasados, votados por los electores, embaucados o no, que, en todo caso, ya es hora de que sepan que el voto no es un artilugio para divertirse o para dar aire a sus cabreos, más o menos justificados, sino para contribuir a arreglar las cosas, sin fiarse de quienes practican el viejo juego de la demagogia para incautos. En Grecia habían empezado las cosas a enderezarse un poco con el último Gobierno, pero los griegos han preferido darse el gustazo de echar las patas por alto y ponerlo todo mucho peor. ¿Le echamos ahora la culpa a Merkel, al odiado capitalismo y a los mercados? Pues eso, “se va a fastidiar el capitán, pero no como rancho”.
Por muchas buenas palabras que se hayan prodigado por una y otra parte, lo cierto es que la confianza está rota. Nadie –o muy pocos- se fían de Grecia, que tiene una larga trayectoria de trampas e incumplimientos, que resta credibilidad a lo que ahora puedan decir o prometer sus actuales gobernantes. Tsipras, además, está al frente de un conglomerado de grupos, algunos de un radicalismo extremo, que difícilmente le van a perdonar que ahora se avenga a cumplir las reglas y los compromisos, que hasta ahora ha denostado, de la manera más radical, haciendo de esa descalificación su más notoria seña de identidad. La fronda interna ya se ha desatado y los grupos más extremos de Syriza ya hablan de cesión. En definitiva se trata de algo tan simple como que el neo-comunismo -en todas sus imaginables versiones, caribeñas, del Peloponeso o de Majadahonda- no tiene cabida en la Unión Europea, que está construida sobre otros supuestos radicalmente distintos e incompatibles. Aparte de una norma elemental que va más allá de cualquier ideología: La de que no se pueden hacer promesas con la voluntad de pagarlas con el dinero ajeno. Sobre todo sin que el legítimo propietario de éste te haya dado la luz verde. Que eso es lo que pretenden Syriza y los de Tsipras.
Una parte importante para nosotros de esta tragicomedia griega se ha representado en nuestras televisiones donde hemos visto gentes “avergonzadas de ser españoles” porque el Gobierno español ha mantenido la tesis de que las reglas y los compromisos se cumplen, como las hemos cumplido nosotros. Todo vale con tal de atacar a Rajoy y a sus ministros. ¿Admitirían quienes así piensan que Rajoy nos dijera que hay que volver a subir los impuestos y apretarse un poco más el cinturón porque les vamos a perdonar a los griegos los casi 30.000 millones de euros que nos deben? El buenismo hispano, tan comprensivo siempre con la izquierda, ya sabemos que es implacable con la derecha, tanto si reclama lo que se nos debe como si no lo hace.
Hay quienes quieren meter la geopolítica por medio y advierten del “peligro” de una Grecia pasada a las filas de Rusia o de China. Los chinos se han precipitado a Atenas pero no para apoyarles, aparte de algunas palabras protocolarias, sino para comprobar “como va lo suyo”, pues están interesados en la privatización del puerto del Pireo, que ahora Tsipras quiere, o quería, echar para atrás. Y en cuanto a Rusia, está clara su voluntad de recuperar la hegemonía sobre los países del antiguo bloque soviético y, sobre todo, de la desaparecida URSS, pero Grecia, miembro de la OTAN y de la UE, no entra en ese proyecto. Salvo que Rusia se atreviera a romper un status quo que hace de Grecia parte del mundo occidental, desde que Churchill se lo arrancó a Stalin. Y si diera ese paso, las potencias occidentales, esto es EE UU y la UE, tendrían el mismo derecho a reclamar ya, abiertamente, la inclusión de Ucrania en las instituciones occidentales. Ucrania por Grecia. ¿Quién saldría ganando? Putin es demasiado astuto para atreverse a dar semejante paso, sobre todo ahora con el rublo y el precio del petróleo por los suelos. Seguro que ni se le pasa por la cabeza cargar sobre sus ya cargados hombros con el embrollo griego.
En síntesis, como ha dicho alguien en Bruselas, “los griegos están jugando con fuego”. Quizás aquel famoso y temido “fuego griego” de la antigüedad que tenía efectos deletéreos. Una especie de napalm cuya fórmula mantenían los griegos en secreto y que sembraba el horror entre sus enemigos. Ahora son los mismos griegos los que pueden acabar abrasados en su propio “invento”, el de intentar chulear a sus socios.