TRIBUNA
Emilio Lledó
Juan José Laborda
x
1718lamartingmailcom/12/12/18
jueves 21 de mayo de 2015, 22:38h
Emilio Lledó (Sevilla, 1927) ha recibido el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2015. Esos premios, hoy concedidos en nombre de la Princesa doña Leonor, tienen un gran prestigio en el mundo, sobre todo por la calidad y relieve de los premiados, alguno de los cuales recibieron después el Nobel.
Los grandes premios tienen frecuentemente una dimensión simbólica, y los jurados que los otorgan son plenamente conscientes de esa dimensión, y de los mensajes sociales y políticos que proyectan su concesión. Hace muchos años presidí uno de los jurados, concretamente el de Cooperación Internacional (que fue concedido a la entonces presidenta de ACNUR), y durante dos días estuvimos deliberando y votando en sesiones no exentas de una educada tensión; como se utiliza el método de las “rondas del prix Goncourt” para declarar al premiado, las votaciones pueden prolongarse más allá de toda cortesía, como sucedió en la ocasión que cito.
Es lo que yo creo adivinar con el premio a Emilio Lledó. En un ambiente de enojo ciudadano con los representantes institucionales, aquejados de una cierta desmoralización social, la obra y el ejemplo de Emilio Lledó, como pensador filosófico -pero comprometido con su tiempo y con sus problemas históricos-, tendrá su impacto por su carácter crítico, a veces muy crítico -con la actual política educativa, por ejemplo-, aunque Emilio Lledó sea la expresión misma de un maestro sabio, sereno y cordial. He ahí el símbolo benéfico para estos malos tiempos.
Emilio Lledó, aunque nacido en Andalucía, desde niño vivió en Madrid, y se educó en un colegio público en Vicálvaro, todavía un pueblo cercano a la Capital. En Vicálvaro, Emilio Lledó recibe las enseñanzas de un maestro, don Francisco, que será la influencia más esencial de su existencia (el maestro les pedía a los niños “sugerencias” de la lectura del Quijote). Aquella experiencia infantil estará presente en sus reflexiones sobre la enseñanza y la educación. Firme partidario de que la educación sea un derecho que debe satisfacer el Estado, el sector público, Emilio Lledó defiende la vocación del docente para “crear libertad intelectual y capacidad de pensar” de los alumnos; está convencido del error de someter al estudiante a los métodos, que él llama, “asignaturescos”, los que confunden el saber con los exámenes.
Apoyado por Julián Marías, Emilio Lledó encuentra en Alemania la oportunidad de formarse en filosofía, y lo hace, nada menos, con Hans Georg Gadamer, un discípulo de Martin Heidegger, y uno de los intelectuales más reputados de la Alemania de la posguerra, a la altura de Jaspers o de Habermas. Emilio Lledó se inserta en la corriente analítica “hermenéutica”, es decir, la que se enfrenta a los textos de los autores para extraerles su significado, que será diferente al leerlo en cada época. Equipado con un conocimiento en idiomas clásicos, griego y latín, el joven Lledó descubre en sus lecturas de Platón, Aristóteles, Epicuro, Kant y Nietzsche los conceptos con los que analiza moralmente nuestra época.
Emilio Lledó es un clásico por sus gustos y por la forma de acercarse a la cultura. Su obra puede situarse en la corriente a la que pertenecen grandes críticos literarios y filosóficos, como el norteamericano Harold Bloom, o el europeo Georg Steiner. Como ellos, Lledó se acerca al saber, a los textos de los grandes escritores, sabiendo que el lenguaje de una obra, aunque sea un libro escrito 2500 años atrás, siempre cobrará distinto significado en cada tiempo que se lea, lo que quiere decir que los seres humanos cambian con la Historia. Pero para él, el cambio puede ser a mejor; si el hombre era un ser para la muerte, como expresó Heidegger, Lledó sostiene que es un ser para la vida.
Ahora bien, la buena vida no se logra teniendo cada vez más cosas, como martillea el consumismo capitalista; la buena vida, como escribieron los clásicos de Atenas, Roma y del Humanismo europeo, se consigue siendo una persona feliz, y la felicidad se obtiene cuando la persona se sabe “decente” y no se avergüenza de sí mismo, sintiéndose digno de su vida.
La “eudaimonia”, esa felicidad plena de los clásicos (incluyendo a Epicuro), tiene relaciones con la educación, la clave para que los ciudadanos sean decentes y felices.
Son palabras de Emilio Lledó: “deseo de que se practique en la educación una verdadera libertad: la libertad de entender, de pensar, de interpretar, de desfanatizar, de sentir.(…)Una libertad que enseñase algo más que la obsesión por el dinero y por el solapado cultivo de la avaricia. A lo mejor, esa educación les obligaba a dimitir a algunos personajes de la vida pública, por vergüenza del engaño que arrastran y contaminan. Mejor dicho: haría imposible que se dieran semejantes individuos.(…) Kant comenta así esa doble faz de los políticos: " Los políticos que sostienen que la naturaleza humana no es capaz de realizar el bien prescrito por el ideal de la razón son los que, en realidad, perpetúan la injuria a la justicia y hacen imposible toda mejora y progreso. Estos hábiles políticos se ufanan de poseer una ciencia práctica; pero lo que tienen es la técnica de los negocios, y teniendo en sus manos el poder que por ahora domina, están dispuestos a no olvidar su propio provecho y a sacrificar al pueblo y, si es posible, al mundo entero.”
Es verdad que el premio a Emilio Lledó es un símbolo de nuestros días.
Consejero de Estado-Historiador.
JUAN JOSÉ LABORDA MARTIN es senador constituyente por Burgos y fue presidente del Senado.
|
1718lamartingmailcom/12/12/18
|