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La espiral del silencio en Cataluña

Alejandro Muñoz-Alonso
lunes 17 de agosto de 2015, 19:55h

Hace años, escribí un artículo en la revista Cuenta y Razón -presidida por el inolvidable Julián Marías y dirigida entonces por Javier Tusell, prematuramente fallecido- en el que me refería a “la espiral del silencio” que imperaba en el País Vasco: un amplio sector de la población, acogotado por el miedo, no se atrevía a expresar ideas que fueran en contra del dogma nacionalista, imperativamente impuesto, con todos los instrumentos del totalitarismo excluyente. Por aquellos tiempos aludí también a los dos terrorismos que existían por entonces en aquella región española, el brutal, salvaje y sangriento que eliminaba la vida de los excluidos por “españolistas” y el más sutil, pero no menos efectivo, que obligaba a callarse a tantos otros discrepantes por el justificado temor de perder posiciones o sufrir la marginación, a manos del poder establecido, algo así como la muerte civil, propia del derecho antiguo. O bien el exilio al que muchos tuvieron que recurrir para salvar la vida o, simplemente, para no sentirse asfixiados.

Un terrorismo este último, que no se atreve a decir su nombre pero al que bien se podrían aplicar las sabias palabras de Tocqueville, cuando se refiere a la violencia totalitaria que se da en situaciones supuestamente democráticas: “El amo ya no dice: ‘O pensáis como yo, o moriréis’ sino que dice: ‘Sois libres de no pensar como yo; vuestra vida, vuestros bienes, todo lo conservaréis; pero desde hoy, sois un extraño entre nosotros…Seguiréis viviendo entre los hombres, pero perderéis vuestros derechos de humanidad. Cuando os acerquéis a vuestros semejantes, huirán de vosotros como de un ser impuro, e incluso los que crean en vuestra inocencia os abandonarán, para que no se huya asimismo de ellos”. Una increíble situación que se ha vivido y se sigue viviendo en ciertas regiones de España.

Desde entonces he pensado muchas veces que si hay una región española donde la tesis de la espiral del silencio se aplica y funciona de una manera más plena y absoluta, mucho más, incluso, que en el País Vasco, no es otra que Cataluña. En ningún otro sitio se ha creado un artificial clima de opinión –que es el caldo de cultivo de la espiral del silencio- utilizando todos los resortes imaginables: educación en todos los niveles, utilizando incluso a los más niños, envenenándolos al servicio de sus fantasías políticas; falseamiento sistemático de la realidad histórica y actual; puesta a punto de la todas las instituciones al servicio de “la causa”; subvenciones sin límite a las instituciones y asociaciones privadas con el mismo objetivo; control bochornoso de todos los medios públicos y condicionamiento/chantaje de los privados; amenaza constante a cualquier sector de la sociedad civil que se desvíe mínimamente del dogma nacionalista. Los discrepantes, muchos o pocos –se tarda siempre en conocer su número exacto- se callan como recurso obligado para sobrevivir. El resultado es que cómo solo se oyen las “verdades oficiales”, la impresión es que son unánimes. Solo los apestados se atreven a contradecirlas. Y esos no cuentan porque, además, no tienen acceso a los medios rígidamente controlados. Los discrepantes se creen que son menos de lo realmente significan: una minoría silenciosa que, quizás, es mayoría sin saberlo. Como sucedía en la Unión Soviética, en una situación de este tipo no hace falta esa cosa tan fea que es la censura: basta poner a personas de toda confianza en los lugares adecuados y todo irá como la seda. Las listas negras son muy efectivas, pero nunca se exhiben, por supuesto.

En el límite, es la situación que algunos sociólogos norteamericanos han llamado la “ignorancia pluralista” que se ilustra con el famoso cuento del rey desnudo. Todos elogian el inexistente vestido hasta que un inocente (un niño o un negro, según las diversas versiones medievales) grita el engaño. La supuesta minoría, era mayoría. Este “silencio de los corderos”, de los que cobardemente no osan cantar las excelencias del sistema, es un fenómeno tan viejo como la sociedad humana. Esta tesis de la espiral del silencio parte de una patente observación psicológica: El ser humano teme el aislamiento y la marginación y tiene una natural inclinación a acomodarse, en cada momento, a lo que percibe –acertadamente o no, esa es otra cuestión- como tendencias predominantes en la sociedad en la que se mueve. Cuando se siente en línea con “lo que se lleva”, con las ideas compartidas mayoritariamente, el ser humano se siente confortable y eso le impulsa a hablar: que quede claro que forma parte de esa deseada mayoría que, además es la que manda. Por el contrario cuando sus personales ideas no coinciden con esa corriente mayoritaria, tiende al silencio, aunque en ocasiones, por la presión del ambiente, exprese “actos de fe “en los que no cree, aunque eso le produzca una insoportable incomodidad interior. Una sociedad de este tipo fomenta la autocensura y la degradación personal. Y genera minoría que, sin saberlo, puede que sean mayoría.

Este silencio miedoso se refleja, por supuesto, en los medios (¡Y de qué manera!), pero también en las encuestas, que por ello deben tratarse con un inmenso cuidado. Decía un gran periodista americano que lo primero que hace un colega por la mañana es leer u oír lo que otros han dicho acerca de un tema concreto: Porque solo muy excepcionalmente se pondrá en contra de la corriente predominante. He visto a periodistas que elogiaban por la noche con entusiasmo, tras un debate, a un determinado político, pero que a la mañana siguiente se situaban entre sus más acerbos críticos, una vez que habían comprobado que esa era la tendencia mayoritaria. Ya decía Locke que “no hay uno entre diez mil lo bastante terco e insensible como para enfrentarse al disgusto y la condena constantes de su propio club”.

Cataluña podrá pasar a la historia como el ejemplo más cumplido de una férrea espiral del silencio en una sociedad supuestamente democrática. Aquella “laguna dorada” en la que nunca pasaba nada bajo la égida nacionalista, hemos sabido después que ocultaba la más hedionda y sistemática corrupción, animada desde el poder. Pero no solo eso: Se ha falseado desvergonzadamente la historia en una fenomenal estafa a las jóvenes generaciones catalanas, que algún día exigirán reparación por ese repugnante delito; se ha combatido ferozmente el natural y secular bilingüismo de la sociedad catalana; se han utilizado los dineros públicos, al menos desde 1992, para propagar esa solemne estupidez según la cual “Catalonia is not Spain”; se han incumplido leyes y sentencias de los más altos tribunales hasta hacer de la clase gobernante catalana un grupo patentemente “fuera de la ley”, ante cuyos desafueros ciertos tribunales competentes tienen una evidente tendencia a mirar para otro lado. Se aprueban referendos en los que no ha participado ni la mitad del censo y se dan por buenos por una legislación que no tiene encaje en ninguna democracia moderna. Y se aprueba un inexistente derecho a decidir y se monta un “proceso” hacia la independencia que es el más grave desafío que ha recibido la Constitución desde su aprobación: En eso coinciden con los populistas que quieren un nuevo proceso constituyente.

Ahora, reaparece el racismo, siempre latente en todas las posiciones nacionalistas, como muestra la colección de mamarrachadas del líder del ERC sobre el ADN de los catalanes. No es nada nuevo, ya en el siglo XIX el Dr. Robert, que fue alcalde de Barcelona se ocupó de “la raza catalana” -como ha recordado recientemente Francisco Caja- con una serie de estúpidas cavilaciones sobre el cráneo de los catalanes. ¡Apañados van los separatistas con estas eminencias grises, inadmisibles en cualquier universidad que se precie!

Cataluña es la entidad territorial europea más descentralizada de toda Europa. Y todavía hay quien cree que hay que ir más lejos…en el camino de la independencia. El PSOE, incapaz de liberarse de la manifiesta incompetencia de sus dirigentes lanzó esa idea del federalismo que supone que ni saben qué es eso del federalismo ni conocen la naturaleza del nacionalismo catalán. Ahora parece que han puesto sordina en la reivindicación federalista y se sacan de la manga la vieja idea del concierto económico, que saben muy bien que no es factible. ¿Acaso ignoran que en la misma esencia del nacionalismo separatista está pedir siempre algo más? ¿Creen que van a apaciguar a los separatistas rompiendo el principio de que todos los españoles son libres e iguales en derechos? Alguien ha escrito recientemente que a ciertos políticos españoles les faltan horas de biblioteca: ¿No serán más bien años? Con esos harapos ideológicos pretenden ser alternativa de gobierno. Si no fuera patético sería desternillante.

Alejandro Muñoz-Alonso

Catedrático de la UCM

ALEJANDRO MUÑOZ-ALONSO es senador del Partido Popular

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