MACGUFFIN
La "suerte" de Osama
Laura Crespo
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lauracrespoelimparciales/12/5/12/24
viernes 18 de septiembre de 2015, 22:20h
Está de sobra demostrado el impacto y la efectividad de la personalización, del enfoque concreto de una realidad más o menos amplia en un individuo o grupo de individuos. Es lo que hace el cine, por ejemplo, para que sus historias lleguen al público. La posibilidad de identificación y empatía se multiplica cuando existe un rostro con nombre y apellidos, cuando la masa anónima se resume en un único cuerpo. Hasta hace unas semanas, Osama Abdul Mohsen –con perdón de los millones de matices que se pierden en un esquema simplificado- no existía. Al menos en este mundo de la comunicación global en el que habitamos quien escribe y quienes leen. Fue una cámara de televisión la que le dio la posibilidad de ser y, según él mismo declaró este miércoles a su llegada a España, ahora está “caminando por el cielo”. Y la conclusión de un viaje de miles de kilómetros y una historia dantesca de huída de la propia patria es, a pesar del final feliz de Osama, triste. Muy triste. Demasiado circunstancial para tratarse de miles de vidas.
A pesar del bombardeo de imágenes brutales al que estamos expuestos hoy por hoy, la secuencia de Osama cayendo al suelo tras recibir una zancadilla de una periodista húngara mientras corría para atravesar la frontera resulta especialmente punzante e hiriente. Él, con la desorientación de las situaciones caóticas, el instinto de avanzar como único motor, su hijo en brazos y una bolsa, asida casi por inercia, con las únicas pertenencias con las que han cargado desde Turquía. Ella, una representación inintencionadamente perfecta de lo peor del ser humano. Y claro, la triste, tristísima, escena corrió como la pólvora por los informativos y las redes sociales. No creo que una ficción cinematográfica hubiera podido condensar el drama que viven los desplazados de las actuales zonas de conflicto con mayor certeza, crudeza y sencillez.
Ahora, Osama se encuentra en España junto a dos de sus hijos. Cuando los medios internacionales se apresuraron a dibujar el perfil de ese hombre que se había convertido en la cara de los refugiados, el Centro Nacional de Formación de Entrenadores (Cenafe) se interesó por su trayectoria como entrenador de fútbol en Siria y le financió el viaje desde Munich, donde habían terminado su periplo, hasta Madrid. Desde el pasado miércoles, Osama y sus hijos han atendido a una nube de medios que les preguntan por su historia, por cómo vivieron aquel atropello en la frontera de Hungría. Han abierto a la cámaras las puertas de su nueva casa, un piso en Getafe que Cenafe se ha comprometido a costear hasta que el cabeza de familia se instale y encuentre trabajo, y han pasado junto a los periodistas la primera jornada de su nueva vida, con visita al Santiago Bernabéu y recepción de Florentino Pérez incluidas. La expresión de pánico que aquel día invadió el rostro de Zaid, el menor de diez años que cayó al suelo en brazos de su padre, se torna hoy en una sonrisa permanente de la que también se han hecho eco los informadores. El antes y el después de una historia que lo tiene todo para conmover y llenar de esperanza los corazones de los lectores-espectadores de Occidente.
Y sin embargo, en el fondo el final feliz de Osama y sus hijos no es más que la ratificación de la aleatoriedad de la existencia: nacer en un lugar o en otro del mundo. Zafarse o no de una zancadilla. ¿Dónde estarían Osama, Zaid y Mohammed si hubieran sorteado esa pierna que se cruzó en su camino? ¿Si un acto reflejo de última hora le hubiera hecho saltar y seguir su carrera hacia la incertidumbre? Seguirían en la masa informe, sin rostro, dentro de una cuota a debatir. 120.000 y subiendo. Demasiado circunstancial.
Redactora jefe de El Imparcial
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