Desde que comenzaron hace cerca de tres años las conversaciones en La Habana entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el proceso negociador ha sufrido no pocos avatares, llegando incluso en algunos momentos a temer por su continuidad. Ahora, el presidente Juan Manuel Santos y el actual jefe de la guerrerilla, Rodrigo Londoño, alías “Timochenko”, han lanzado una foto que ha dado la vuelta al mundo. Si observamos la fotografía se aprecia que ha sido cuidadosamente preparada para trasmitir un mensaje positivo y de confianza. Un Juan Manuel Santos sonriente, que acudía por vez primera a La Habana, estrecha la mano de un no menos sonriente “Timochenko” en presencia de un todavía más sonriente Raúl Castro que, ejerciendo de maestro de ceremonias, pone sus manos encima del fuerte apretón entre el presidente colombiano y el líder de las FARC. No es casual ni baladí que los tres vistieran una guayabera blanca, algo inusual en “Timochenko” que aparcó el habitual uniforme militar que viene luciendo en la mesa negociadora.
La foto se ha acompañado del anuncio de que, ahora sí, las conversaciones están en su recta final, pues se han dado un plazo de seis meses para firmar la paz definitivamente. Anunciaron también que ya han llegado a un acuerdo sobre justicia transicional, sin duda uno de los puntos más espinosos y polémicos de las conversaciones. El apretón de manos entre Santos y Timochenko ha generado reacciones de optimismo y ha sido calificado como un decisivo paso adelante. Está claro que lo es y que reafirma la esperanza de los colombianos de acabar con un conflicto que en sus cincuenta años de existencia tanto dolor y muerte ha traído a Colombia. Parece que el presidente Santos está decidido a que las conversaciones de La Habana no terminen en fracaso como ocurrió con tres anteriores intentos realizados por otros mandatarios.
Sin embargo, y sin restarle a Santos buena fe y buena voluntad, no debe olvidarse que, dejando aparte que el proceso haya puesto en pie de igualdad a un Estado de Derecho con un sanguinario grupo terrorista, los colombianos no quieren la paz a cualquier precio. Sobre las conversaciones ha planeado siempre la decisiva cuestión de la impunidad. Y no parece que este acuerdo de justicia transicional la zanje cuando el Estado se ha comprometido a conceder la amnistía más amplia posible y se ha acordado que no habrá prácticamente en ningún caso penas de cárcel. Tampoco, más allá de la sonrisa de la foto, son precisamente tranquilizadoras las palabras de “Timochenko” cuando ha dicho que los miembros de las FARC están “dispuestos a asumir responsabilidades por lo hecho a lo largo de la resistencia, pero nunca por lo que interesadamente nos imputan nuestros adversarios sin ningún fundamento”.
No es extraño que el anuncio de este acuerdo de justicia especial haya despertado también recelos, y no solo del expresidente colombiano Álvaro Uribe, contrario a la negociación, que ha dicho que promueve la impunidad y que no es aceptable que se descarte, incluso para los cabecillas de las FARC, la prisión. En esta línea también se han expresado organizaciones como Human Rights Watch (“Observatorio de Derechos Humanos”) o Amnistía Internacional que, sin dejar de ver un rayo de esperanza para la consecución de la paz en Colombia, ha impelido al país a perseguir los crímenes, pese al acuerdo de paz, pues “las vagas definiciones y las potenciales amnistías hacen temer que no todos los que han abusado de los Derechos Humanos se enfrentarán a la justicia”.