Salir de una crisis global no es fácil y la experiencia más cercana que tenemos, la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado, así lo demuestra. Muchos economistas se fijan en el largo proceso que va del fin de la Primera Guerra Mundial hasta el principio de la Segunda y llegan a la descorazonadora conclusión de que solo el dinamismo que imprimió esta última a la economía mundial logró un atisbo de normalidad. Por fortuna –aparte de las guerras de Oriente Medio y el norte de África- nada amenaza ahora, tan gravemente, a la paz mundial, aunque una y otra vez se perciban atisbos que, inevitablemente, recuerdan a algunos episodios de la guerra fría. Y que obligan a Europa a hacer un profundo examen de conciencia.
Se insiste menos, sin embargo, en que una crisis global como esta de principios del siglo XXI produce, inevitablemente, unos cambios sociales de enorme entidad que tardan en ser encajados en el funcionamiento normal de las sociedades. La Gran Depresión trajo las primeras manifestaciones del populismo en su aspecto menos aceptable, esto es el de los totalitarismos que, abandonados a su dinámica, produjeron inevitablemente la guerra. Por fortuna, todo eso parece hoy muy lejos y nadie cree que en una solución bélica. Pero lo que es una evidencia es la gran transformación social que ha llevado al proscenio político a nuevas generaciones que, ni en Europa ni en España, han asumido plenamente el coste y los sacrificios que han sido necesarios para llegar hasta aquí. Su falta de compromiso con lo que hasta ahora han sido soluciones clásicas hace mucho más difícil que nunca predecir cómo se decantará, al final, su voto, lo que introduce un elemento de incertidumbre, que podría alterar las más cautas previsiones. Es verdad que las previsiones más recientes parecen indicar una vuelta a una cierta normalidad. Pero inevitablemente habrá que esperar hasta ver cuál el veredicto de los españoles el próximo 20 de diciembre.
Es España, además, todo aparece envuelto en la nebulosa catalana, otra creadora de incertidumbres, ante la que parece evidente que el Gobierno tiene las ideas claras: Dispone de instrumentos jurídicos y ha demostrado una prudencia que son la mejor garantía de que Rajoy habla con convicción cuando afirma categóricamente que España no se romperá. Ni tendría sentido histórico ni razonamientos de ningún tipo para avanzar por esa vía. España se ha hecho históricamente con Cataluña y cualquier historiador medieval sabe que Cataluña no tenía otro horizonte histórico que España. Los catalanes eran considerados españoles prácticamente a todos los efectos y así se denominaban ellos mismos. Se puede discutir si el primer Estado moderno europeo fue la Francia de Luis XI-Carlos VIII o la Inglaterra recién salida de la Guerra de las Rosas, pero, en cualquier caso España estaba a la cabeza de aquel grupo de territorios que apostaron por la modernidad, que no era el feudalismo catalán.
Antes de que se unieran las Coronas de Castilla y Aragón, este territorio nuestro era considerado ya como “España”, por el resto de los europeos, pese a las tergiversaciones de la falsa historiografía nacionalista. Lo que están haciendo ahora los separatistas desconoce por completo, no ya la historia, sino los fundamentos del derecho internacional vigente. Hay que repetirlo insistentemente: Ni Cataluña ha sido nunca una nación reconocida como tal ni ha figurado entre los Estados europeos. Y en ningún texto se alude ni directa ni indirectamente a una hipotética soberanía catalana. Nunca se ha dudado que el titular de la soberanía española –primero la Corona, después el pueblo español en su conjunto- ha sido su único titular.
Como en todos estos embrollos no deja de haber aspectos irónicos. Resulta hasta divertida la reacción de Pablo Iglesias a la respuesta oficial de su fichaje “estrella”, el ex -general Rodríguez. Se trata, desde luego de un caso único. En la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, formada por parlamentarios se los Estados miembros he coincidido durante varios años con una delegación italiana en la que el líder del sector de centro-derecha era un ex-general de carabineros, por supuesto en la reserva, mientras que el líder del sector de centro-izquierda era otro general, también en la reserva. Pero, por supuesto eran unos militares normales, plenamente identificados con los principios y valores de la OTAN y sin ninguna veleidad anti-sistema. Hubiera sido inconcebible un personaje con un perfil como el que ahora anda –hablando confusamente, por cierto- en los medios informativos. Es imposible entender cómo se fraguan determinadas carreras. ¿Es en esto también España diferente?
La semana que empieza el lunes día 9 va a ser, en todo caso, decisiva. No tiene ningún sentido que los separatistas insistan en argumentos si base sólida como esa estupidez del derecho a decidir, que no tiene ningún fundamento en el derecho internacional vigente y, desde luego tampoco en la Carta de Naciones Unidas que se ve a la legua que estos llamados soberanistas ni siquiera se han leído. El espectáculo que estamos dando a Europa no tiene nada de ejemplar y es preciso que termine inmediatamente. El pueblo español apostó por el Estado de Derecho y ahora quiere que se cumpla en su integridad y sin dilaciones. Y que esa colección de tuercebotas que se han encaramado al poder en las instituciones catalanas desaparezcan, asumiendo además las correspondientes sanciones. No tendría sentido que este vergonzoso espectáculo quedara impune.