Curiosa cuestión me ha parecido siempre la relativa a las prioridades de cada uno. En principio, podría pensarse que, en todo caso, el asunto nunca debería de ser tan aleatorio como el que se refiere a los gustos de cada individuo y sus correspondientes colores para todos, pero lo cierto es que, en ocasiones, lo que uno coloca como principal punto de acción en determinado momento confieso que logra sorprenderme. Y eso, que dicen que con los años uno cada vez se sorprende muchísimo menos con lo que le rodea. Advierto, sin embargo, y a lo mejor con mi propia prioridad les sorprendo yo a ustedes, que no me dispongo a opinar de las pasadas elecciones. Ni siquiera, aunque parezca imposible, de las constantes elucubraciones acerca de pactos, dimisiones o posibles estrategias de cara a la formación de gobierno. Porque, además, ya habrá tiempo más que de sobra para ello. Pase lo que pase, lo de ocupar La Moncloa tiene pinta de ir para largo.
Lo que me tiene alto perpleja es que la alcaldesa de Madrid siga en apariencia despreocupada por el penoso estado de las calles de la capital, pero ahora haya urgido - una vez pasado el 20D, eso sí, porque las elecciones generales fueron la única razón para dejar en suspenso la acción que el PSOE pretendía aprobar hace un mes -, a borrar del mapa literalmente aquellas calles que aún puedan hacer referencia a cualquier personaje o hecho que tenga que ver, en su interpretación y su particular Memoria Histórica, con la Guerra Civil y la dictadura. Quizás, solo quizás, después de colocar cada nueva placa, se ponga en serio el consistorio a recoger la basura y la ingente cantidad de hojas caducas que tienen a las calles de Madrid, se llamen como se llamen, convertidas en un inusual estercolero. Y, de paso, fulmine – como ha dicho Manuela Carmena que quiere hacer con cualquier vestigio que recuerde al pasado histórico que cualquiera repudia aunque a algunos nos pase a estas alturas casi inadvertido - los nidos de cucarachas y ratas que han ido surgiendo en un capítulo más que inesperado de lo que algún día será también pasado histórico.
Hago constar que, en principio, salvo las muy comentadas meteduras de pata debidas a la poca profundidad de los análisis y el triste sectarismo que quiere imbuirlo todo, a la medida de darle la vuelta al callejero lo único que pretendo criticarle es que se tome sin haber solucionado antes el grave problema de la limpieza. Y si la famosa boina está dando tanto que hablar, modificando en ocasiones la movilidad de los ciudadanos para “satisfacción” de quien nunca ha ocultado su aversión por los coches, al anticiclón habría que “agradecerle” que las hojas caídas no hayan hecho de las aceras pistas de un peligroso patinaje nada artístico. En todo caso, y como es indudable que para los temas grandes somos un pueblo que se deja llevar por la pasión y los entresijos, pero para los pequeños y cotidianos somos tremendamente prácticos, ya no resulta raro contemplar a porteros de inmuebles o dependientes de comercios barrer a primera hora de la mañana su trocito de vía pública convertida, por supuesto solo a efectos de adecentarla un poco, en vía privada. Se llame como se llame.
A Manuela Carmena, sin embargo, de momento parece venirle mejor que se hable de índices de contaminación, restricciones de tráfico, suciedad, plagas o cambio de nombres en calles y plazas de Madrid. Porque fuera de esos pacíficos temas, amenaza tormenta para la alcaldesa. Una oscura tormenta que ella, por descontado, se ha apresurado a calificar de persecución política. A estas alturas, deberíamos saber que los chanchullos feos, de mayor o menor enjundia, son cosa únicamente de los otros, de los malos. A ver, a quién demonios tiene que importarle, se quejaba ayer mismo la líder de Ahora Madrid, si ha comprado 33 metros cuadrados a su amiga y vecina Cristina Almeida para anexionarlos a su chalet del exclusivo barrio del Parque Conde de Orgaz, que se le había quedado pequeño. Y menos aún, a quién narices le incumbe si pagó los correspondientes 120.000 euros a toca teja, en metálico, con talones al portador o a través de transferencias. ¡Menuda desfachatez! Tampoco ha querido Carmena entrar en el presunto alzamiento de bienes que podría haber cometido su marido cuando su estudio de arquitectura se fue a pique y dejó, al parecer, de pagar sueldos, indemnizaciones y cuotas a la Seguridad Social. Los malos son siempre los otros. Aun así, ¿no debería cada palo aguantar su vela, sople de donde sople el viento? Prioridades aparte, claro.