La forma tan moderna de hacer la política hoy en día lo admite todo; es como un generoso panaché de verduras. Esto permite que la verdulería a granel, ahora mismo, sea la cosa más importante en ese lugar conocido como Congreso de los Diputados.
En estos tiempos, si hay un lugar más solariego en lo que a pedir se refiere, ese es el susodicho Palacio de las Cortes. En él se menudea con el género humano –permitan que elogie al contribuyente, dado que sus señorías no tienen por costumbre el hacerlo en la Cámara- y uno piensa en poner orden en la mendicidad, porque estamos en horas de hacerlo y porque ya ha llegado el momento del transformismo en la nueva política, según la emulsión que preconizan los que así lo desean.
Ustedes y yo, contribuyentes en amor y compañía que con tanto fervor tomamos a los políticos en adopción, les damos cobijo en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo, al igual que les damos de comer y de beber a diario, por aquello de cumplir con la Constitución Española; bueno, pues eso, que nosotros los pagadores del fielato al portador a todos y cada uno de estos integrantes de nuestros desvelos, estamos en la hora de pedir sin remilgos. Acabamos de presenciar la puesta en escena de la nueva temporada legislativa. No ha faltado casi de nada: orquestas, pasarelas, madonna con niño, sonrisas y lágrimas, cicloturismo, trompeterías, ambages de unos y otros; en definitiva, lo que se conoce como antesala del mejor espectáculo carnavalesco nunca visto en un parlamento de buen culto o país de mejor rango.
Y claro, visto lo visto, me pongo a ordenar ideas y me doy cuenta de lo que aún nos queda por hacer respecto de este elenco de figurantes que entran y salen como si el Parlamento fuera el sambódromo, de Rio de Janeiro. La señora Bescansa proclama la maternidad de apego, pues claro que sí, faltaría más, pero es lo que cualquier madre o padre, dedicados, por ejemplo, al servicio de limpieza urbana, harían en plena calle con nieve, lluvia, frío o calor y además recogiendo basuras. El apego es precisamente eso, cuando una cirujana está en el quirófano operando a corazón abierto, un bombero sobre la escalinata apagando un fuego o un minero haciendo su trabajo en la profundidad de la mina rodeado de grisú, pero claro, haciéndolo con su bebé en brazos, porque el apego, la estima, el afecto, el cariño, el amor, la devoción la adoración, el vínculo que nos une a nuestros hijos al parecer, si no contamos con un escaño en el Palacio de las Cortes, carecemos del don de dar a nuestros hijos la parte más afectiva que ellos necesitan.
Pues mire usted Doña Carolina y resto de nominados salva patrias, yo también necesito apego, mucho apego, diría que toneladas de apego, porque al igual que yo millones de ciudadanos estamos esperando esa Ley de Reforma del Congreso para que el diputado o diputada sea un asalariado más y sólo durante su mandato. Que su jubilación sea proveniente únicamente por el ejercicio realizado. Que el diputado contribuya al Régimen General de la Seguridad Social como el resto de ciudadanos, o sea, que su seguro médico esté sujeto al mismo sistema de salud que se rige por la sanidad pública. Que cualquier aumento de salario que pretendan sus señorías sea sometido a referéndum popular y deje de ser convenido por la propia Cámara. Que el diputado o diputada pague de su propio bolsillo sus aportaciones al plan de jubilación, en caso de tenerlo contratado. Que cuando acaben su trabajo como diputados se reincorporen a la vida laboral si la tuvieran. Y si no, al paro. Que, en definitiva, servir a los ciudadanos en el Congreso es un trabajo, no una carrera con derecho de pernada para toda la vida.
Y por no dejar de pedir en lo que doy en llamar ciudadanía de apego, pues que sus señorías renuncien a tanto fuero, tantas canonjías y demás reverencias, que a la postre estigmatizan los principios fundamentales de la igualdad que a gala traen ustedes cuando media el photoshop de la algarada popular. Y me quedo corto, porque tengo sobre mis brazos a un bebé que me han dejado al cuidado, y la mendicidad con niños está prohibida en este país, según el artículo 232 del Código Penal, y con ello no pretendo implorar la caridad pública de sus señorías ni tampoco provocar la generosidad de los demás. Por cierto, los papás del bebé que custodio me lo han dejado, pero con la cara pixelada. A buen seguro que ha sido para que el pequeño no pueda ver el contenido de este artículo. Son las cosas de la privacidad y del apego por los hijos.