Tras más de cien días de pantomimas y supercherías queda claro que no será necesario tomar a Pedro Sánchez por la fuerza para hacerle Presidente. Con toda probabilidad, él se prestará a ello sin oponer resistencia. Es más, quiere serlo como sea. Pablo Iglesias lo sabe y como jefe del Partido de los aros, hará pasar al socialista por el aro del derecho a decidir y de la complicidad con los separatistas. Podemos, con una actitud paradójica y sorprendente, propia del Kremlin, ha logrado desalojar a Ciudadanos del pacto de investidura de los 130 más 1 de CC, instalándose como okupa en el lugar de aquéllos. A Sánchez le está costando disimular su regocijo ante el desahucio, ya que respira mejor con los 69 diputados de Podemos y 2 de IU que con los 40 de Rivera, a quien Iglesias ha tildado de “cuñao” del PP.
Desde que desapareció la URSS, con sus corresponsales de la agencia Tass, ya no se injuria como antes. En materia de insultos el comunismo llegó a desarrollar una técnica propia. En la Unión Soviética el acopio de insultos siempre era muy superior al del pan. Los de Podemos insultan suavemente porque pretenden parecer una forma atenuada de comunismo o, si se quiere mejor, un ejemplar acabado de criptocomunismo democrático con un sistema de financiación a base de donaciones que beneficia fiscalmente a los donantes, o sea, a la casta, como ocurre en los paraísos fiscales: Panamá. El paraíso siempre ejerció sobre los bolcheviques una aparatosa fascinación. Llegaron a creerse lo del paraíso socialista como si fuera una religión. Para Iglesias, como fulgurante jefe comunista, sus aros vienen a ser en el siglo XXI lo que fueron los cristianos en el siglo I de nuestra era: revoltosos para el Imperio romano. Y él mismo se erige en deus ex machina también de aires subversivos contra el régimen de 1978. Prueba de ello es su coleta por llevar la contraria a aquella melena de Camilo Sesto en Jesucristo Superstar. Pura dicotomía, diría Errejón, entre lo viejo y lo nuevo. La casta y la casta.
Sánchez, que trata las cuestiones de la gobernación con tanto más ardor y desenfado cuanto mayor es su incompetencia, persigue a toda costa un pacto para su investidura. No le interesa tanto un pacto de gobierno. A él le sobra con ser presidente un día, dos días, tres a lo sumo. Sabe que una heterogénea coalición gubernamental, que si coincide en algo es en oponerse al PP, traería como consecuencia un Consejo de Ministros integrado a la vez por amigos y adversarios, o sea, contrahecho por recelos y sospechas; y con una política sin vuelos por llevar en las alas el plomo de tantos prejuicios caducos. Lo que alentaría un clima de inestabilidad sin otro norte ni salida aparentes que unas elecciones inmediatas. Si Sánchez excluye al PP e Iglesias a Ciudadanos, la monserga de lo nuevo frente a lo viejo ya no se sostiene. Además el bipartidismo no queda raquítico, como está Cataluña, sino que engorda. Raquítica quedaría España.