El día 8 de septiembre se conmemora el Día Internacional de la Alfabetización, y los datos indican que alrededor del 65 % son mujeres en España de un total de 730.000, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. Si comparamos estos datos con los de la UNESCO, la organización internacional declara que 793 millones de personas son analfabetas en todo el mundo, siendo también en su mayoría niñas y mujeres. Estas cifras tan alarmantes conectan necesariamente con previsibles situaciones de pobreza y de discriminación de la mujer.
Lejos queda el objetivo de conseguir una educación primaria universal cuando hay zonas en África subsahariana o en Asia en las que los niños no tienen acceso a la escuela. Es cierto que hay muchas ONG como UNICEF implicadas en programas de desarrollo para conseguir dar virtualidad práctica al derecho fundamental a la educación, reconocido en términos normativos en numerosos textos internacionales como la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, pero hace falta mucho más compromiso político.
Si se quiere luchar contra la pobreza y la exclusión social es necesario que los políticos garanticen el derecho a recibir una educación y formación para que, con el tiempo, se consiga un desarrollo económico sostenible dentro de la sociedad.
Si solo en España hay 730.000 personas analfabetas de más de 16 años, ello indica que algo falla cuando el 1,7 por ciento de la población se encuentran en esta situación de desamparo y desprotección. Según Antonio Viñao, autor de La alfabetización en España: Un proceso cambiante en un mundo multiforme, “el perfil de la persona analfabeta en España responde a dos fenómenos. Uno residual, que es el de mayores de 65 años que tuvieron que ponerse a trabajar muy jóvenes o a cuidar a familiares. Y otro fenómeno marginal vinculado a las minorías étnicas o inmigrantes”.
Interesa recordar que España tiene la tasa de abandono escolar más alta de la Unión Europea con un 23,5%, estando vinculado estrechamente este fenómeno al nivel de estudios del padre o de la madre, de tal manera que cuando los padres no tienen estudios los hijos se encuentran avocados generalmente a una falta de escolarización. Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Canarias o Murcia son las comunidades que tradicionalmente han registrado las tasas más altas de analfabetismo.
Creo que a la vista de todas estas estadísticas en el plano educativo no cabe hacer un uso partidista de la educación y, por tanto, habría que tratar de llegar a un pacto consensuado con el que todas las posiciones implicadas políticamente se sintieran cómodas, y que además se adaptara a las necesidades sociales de la España del siglo XXI, que en nada se parece a la de los siglos pasados.
Resulta prioritario, a mi juicio, luchar por la igualdad de oportunidades en el ámbito educativo para que todos los ciudadanos tengan derecho a formarse y desarrollar un plan de vida con ciertas garantías de éxito. Ello exige que la escolarización esté al alcance de todos y se controle mejor el absentismo en la escuela, lo que me consta está haciendo, entre otras, la policía local de Sevilla.
Si bien es cierto que, en sintonía con muchos otros países de la UE, España asumió una reforma significativa en el sistema de educación superior en 2007, tras adherirse al Plan Bolonia. Las reformas que entonces propuso el plan de estudios de Bolonia estaban dirigidas a mejorar la preparación de los alumnos a través, entre otros, de mecanismos que forzaran la innovación en la metodología de la enseñanza. Los arquitectos de este Plan sentían, con razón, que la mera instrucción debía ser transformada en el desarrollo de habilidades (skills). Los profesores debían comprometerse a fomentar el razonamiento y la capacidad argumentativa de los alumnos, familiarizarse con el uso de las nuevas tecnologías y además animar al trabajo en equipo.
Los alumnos dejaban de ser con ello agentes pasivos para pasar a convertirse en sujetos activos dentro de este nuevo modelo educativo. El objetivo estribaba en conseguir que el alumno lograra tomar por sí solo las decisiones en aras de lograr una formación especializada acorde con sus intereses personales; de tal manera que Bolonia no solo exigía un compromiso activo al profesor sino también al alumno, al tenerse que involucrar éste en el proceso de aprendizaje a través de su participación en clase y acometiendo proyectos durante el curso. En este tipo de aprendizaje a través del desarrollo de habilidades el alumno llegaba a ser el verdadero protagonista de un aprendizaje virtual, interactivo, compartido y equilibrado, que consistía no solo en acumular conocimientos teóricos.
Intentemos que desde los primeros años de vida el derecho a la educación no quede en papel mojado, velando por una escolarización con garantías en las etapas obligatorias de la enseñanza que pueda permitir el libre acceso a la educación superior. Es en esta etapa en la que el alumno podrá desarrollar su capacidad para el análisis y el pensamiento independiente en aras de crecer en su personal proceso de madurez.