En las recientes elecciones locales de Berlín Brandenburgo hemos asistido a la derrota de la Unión Cristianodemócrata (CDU) de Angela Merkel, que queda en segundo lugar con cerca de un 18 %, tras el partido socialdemócrata (SPD) que, por su parte, logra el 22,2% de los votos. A pesar de la victoria de Michael Müller, éste no disimulaba su desazón al saber que aunque se mantiene en la Alcaldía de la ciudad, tendrá que pactar con otras fuerzas para conseguir formar gobierno. Se sospecha que el acuerdo se celebre con el partido Die Linke (La Izquierda) y Los Verdes, descartándose de antemano que pueda llevarse a cabo con la CDU, sin duda alguna, la gran derrotada en estos comicios. Recordemos que la CDU ya había padecido un duro revés en el rico Land de Baden-Württemberg, al perder su liderazgo como partido más votado desde la Segunda Guerra Mundial. En todo caso, el SPD tampoco tiene mucho que celebrar estos días, al haber perdido como la CDU en los comicios en Berlín más de un 5% de votos con respecto a las elecciones anteriores de 2011.
Como contrapartida, frente a la contundente pérdida de confianza en los partidos mayoritarios, ha quedado en evidencia el claro ascenso de Alternativa para Alemania (AfD) que ha conseguido un 13,7 % de los votos. El populismo de derechas vuelve a demostrar en las urnas que son muchos los que secundan esta fuerza política liderada por Georg Pazderski, antiguo oficial del ejército con experiencia en misiones de la OTAN en Afganistán y Kosovo y ex jefe de planificación en el mando estadounidense de Florida. Tengamos en cuenta que la AfD tiene ya presencia en diez de los dieciséis parlamentos regionales alemanes, lo que no es baladí.
El acto de generosidad y solidaridad de Angela Merkel abriendo las puertas a los refugiados parece estarle pasando factura puesto que los votantes de AfD se aglutinan en barrios donde hay pobreza, desempleo y se echa en falta la vivienda social. Ahí está el caldo de cultivo para que broten focos de descontento, ira y rebeldía ante la amenaza de la llegada de nuevos inmigrantes como consecuencia de la crisis de los refugiados. No olvidemos que hace un par de semanas –el 4 de septiembre- AfD había conseguido un 21,1 % de los votos en el Estado federado de Mecklemburgo-Antepomerania por lo que no hay duda de que la formación populista de derechas, antieuropea y antiinmigrantes sigue ganando paulatinamente adeptos por todo el país. De hecho, los analistas pronostican que el resultado es un presagio de lo que ocurrirá en los comicios generales de 2017.
De aquí a esa fecha no tan lejana, creo que merece la pena reflexionar sobre cómo poner freno a esta joven fuerza ultra, fundada en 2013, que persigue objetivos peligrosos no solo para Alemania sino también para la Unión Europea. Creo que no es suficiente la actitud de la canciller alemana, Angela Merkel, de no dejarse impresionar por la debacle electoral y coherente con su programa seguir apostando fuerte por su política migratoria, pidiendo unidad ante el populismo. Es imprescindible que el resto de fuerzas políticas se posicionen unidas frente al avance de AfD en Alemania. En este asunto la coalición debería ser de socialdemócratas, democristianos, verdes y poscomunistas. Uno de los grandes peligros para el auge de esta fuerza eurófoba de ultra derecha es la dispersión del voto y por eso hay que permanecer unidos haciendo un frente común.
No deja de resultar chocante que los que emigraron a Alemania en la década de los noventa desde países como Turquía sean los que se oponen ahora a que entren refugiados en el país por miedo a poder perder su empleo. El apoyo de los ciudadanos alemanes a un partido xenófobo puede tener graves consecuencias a corto plazo. Quien se encarga de sembrar odio y racismo solo puede cosechar grandes males, como dejó caer el propio presidente de la conferencia episcopal, Reinhard Marx.
No hay duda de que la AfD utiliza como método de seducción el discurso del miedo al alarmar a los ciudadanos sobre la entrada de 1,1 millones de solicitantes de asilo en 2015, pero también se sirve del discurso del odio al inmigrante lo que alienta al racismo, levantando los fantasmas de un pasado imperdonable para Alemania. Tanto Frauke Petry, calificada por el Semanario Der Spiegel como “La predicadora del odio”, como el líder regional Björn Höcke parecen ser carismáticos representantes de este auge del populismo que atenta contra niveles mínimos éticos blindados a nivel internacional tras la Segunda Guerra Mundial para evitar que una situación similar como la entonces ocurrida en Alemania pudiera volver a producirse. Al discurso provocador y xenófobo se ha de contestar con firmeza, recordando que solo desde la apuesta por los valores que predica el Tratado de Lisboa y desde una legitimidad legal-racional, que diría Max Weber, podemos conquistar un futuro mejor.