Hemos asistido al primer debate presidencial entre los dos candidatos a la Casa Blanca en la Universidad de Hofstra, en Long Island (Nueva York), posiblemente, el más visto de la historia de Estados Unidos con más de 100 millones de telespectadores. El debate no sólo puso de relieve las grandes distancias ideológicas entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, sino que dejó claro la superioridad de la primera no sólo en términos políticos sino morales.
Atrás quedan las dudas en torno a la débil salud de la candidata demócrata, tras el desfallecimiento que sufrió en la ceremonia del homenaje del 11-S y tras hacerse público el diagnóstico de que padecía neumonía. Para sorpresa de muchos, se pudo ver a una Hillary segura de sí misma, perfectamente preparada para la ocasión y contundente en las respuestas frente a los ataques de su contrincante, quien seguramente no esperaba encontrar a un adversario con tanta determinación y firmeza.
La ex secretaria de Estado fue la gran triunfadora de la noche. Hillary tuvo el acierto de no limitarse en sus declaraciones a desprestigiar a su enemigo político sino que además puso sobre la mesa propuestas claras con la que afrontar los problemas más acuciantes para el país en el ámbito de la economía, del empleo, de la política racial o de la política exterior.
Aunque Trump intentó desautorizar a la candidata demócrata en no pocas ocasiones, sus superficiales acusaciones terminaron volviéndose contra sí mismo. Recordemos, por ejemplo, el momento en el que trató de echar por tierra las tres décadas de Hillary en cargos públicos, en realidad, dejando en evidencia frente a todo el mundo su consabida inexperiencia en política, o el instante en el que Hillary le recordó que no había pagado impuestos a hacienda, a lo que Trump alegremente contestaría: “Eso significa que soy más listo”. Con este tipo de reacciones excesivamente espontáneas, triviales y poco meditadas, el candidato republicano dejaba en evidencia no solo su desmesura sino su exceso de vanidad. En definitiva, alimentaba la imagen de que no es un hombre de Estado y de que el puesto de presidente de Estados Unidos le viene grande.
Pensemos también en lo desacertado que fue para el candidato republicano entrar a criticar el acuerdo de libre comercio con Canadá y México (TLCAN o NAFTA), firmado en la década de 1990 bajo la presidencia de Bill Clinton, llegándolo a calificar como el “más desastroso de la historia” y, según dijo, responsable de la fuga “de miles” de puestos de trabajo de Estados Unidos. Si nos fijamos en el valor que obtuvo el peso mexicano tras el debate, en realidad, el hecho de que aumentara hace pensar que no tuvieron demasiado impacto socio-político sus declaraciones deliberadamente alarmistas y poco consistentes.
Trump parecía disfrutar en el debate con su ya usual tono frívolo y amenazante, insistiendo en su propuesta de gravar con impuestos a las compañías que se trasladen desde Estados Unidos a otros países como China o México, y luego pretendan vender sus productos en territorio estadounidense. Ya sabemos por ocasiones anteriores que el candidato republicano juega en los debates con el uso de amenazas dirigidas siempre a los más débiles, sin darse cuenta de que, lejos de parecer un ser omnipotente, lo que consigue con este tipo de afirmaciones es presentarse débil ante los más fuertes en Estados Unidos,perdiendo carisma y liderazgo.
En el ámbito económico, el candidato republicano insistió en sus advertencias sobre el riesgo que están generando los bajos tipos de interés mantenidos por la Reserva Federal (Fed) desde el estallido de la crisis en 2008 para estimular la economía, aludiendo sin disimulos a la burbuja financiera. Desgraciadamente, se echaron en falta también en este ámbito soluciones para atacar este problema, puesto que no basta con su mera denuncia pública.
El asunto de las tensiones raciales y abusos policiales en numerosas ciudades del país, como Charlotte, Baltimore o Ferguson fue otro de los temas claves en el debate. La candidata demócrata insistió en la necesidad aumentar el control sobre la venta de armas militares y de asalto, reconociendo abiertamente la existencia de racismo en el sistema criminal judicial norteamericano. Con astucia, aprovechó la ocasión para criticar a Trump de que apoyara la denominada estrategia de “detener y cachear” a las personas utilizada en Nueva York, a la que los defensores de derechos civiles se han opuesto por poder abrir una nueva puerta a la discriminación racial.
Uno de los momentos más favorables para la candidata demócrata fue cuando se refirió a la polémica sobre las dudas por parte de Trump sobre el certificado de nacimiento de Barack Obama, a quien el candidato republicano acusaba de haber nacido en Kenia y, por tanto, no ser apto para asumir la Presidencia. Si recordamos el actual presidente de Estados Unidos se vio obligado a probar que había nacido en Hawaii, al exhibir su propia partida de nacimiento.
Este primer debate ante las cámaras da el pistoletazo de salida para entrar en la recta final de la campaña electoral estadounidense, con solo mes y medio por delante. Durante esta última etapa de campaña serán muchos los actos en los que los dos candidatos tendrán que demostrar su valía para ganar la presidencia, incluyendo dos nuevas confrontaciones en televisión, primero, en San Luis (Misuri) y, más tarde, en Las Vegas (Nevada), decisivas ambas para un porcentaje alto de votantes todavía indecisos.
Es cierto que los dos líderes tienen puntos flacos que cuestionan la confianza de un sector alto de la población norteamericana, lo que polariza aún más al electorado y a los propios medios de comunicación. Recordemos el asunto relacionado con el uso por parte de Hillary Clinton de un servidor privado de correo electrónico cuando era Secretaria de Estado y el lamentable hecho de que borrara multitud de mensajes, dejando de estar accesibles éstos para toda la opinión pública estadounidense. A pesar de que haya luces y sombras en ambos candidatos, lo que no resulta del todo comprensible es cómo puede llegar un sujeto tan insustancial y banal como Trump a candidato para la presidencia de Estados Unidos y cómo logra que los debates no terminen perjudicándole, a pesar de las sandeces y de los comentarios inoportunos con lo que no termina de agradar a nadie. Esperemos que los norteamericanos sepan poner en la balanza los puntos fuertes y débiles de Clinton y Trump, apostando por el que trata de encarar el futuro con un talante, actitud y talla de estadista, comprometiéndose de forma sincera con los diversos problemas que atraviesa el país.