El Papa Francisco está llevando a cabo una labor extraordinaria en lo que se refiere a la política de integración de los refugiados en Europa. En una entrevista publicada por el semanario “Scarp de’ tenis”, hecho por y para personas en situación de exclusión social en Milán (Italia), el Santo Padre instaba a que se recibieran todos los refugiados que, en sus palabras, “se puedan acoger”.
El Papa no ha dejado de insistir en sus últimos mensajes que los refugiados “que llegan a Europa escapan de la guerra o del hambre”, reconociendo que “nosotros somos de alguna manera culpables” de la situación en que viven estas personas a quienes se les empuja a huir de sus hogares. El Santo Padre afirmaba: “Nos beneficiamos de sus tierras pero no hacemos ningún tipo de inversión de la que puedan obtener algún beneficio. Tienen derecho a emigrar y tienen derecho a ser acogidos y ayudados”. Ahora bien, el Papa Francisco advierte que hay que llevar a cabo esta tarea de acogimiento y ayuda apoyándose en la virtud cristiana, que debería ser propia de los gobernantes, a saber, “la prudencia”.
Ahora bien, la pregunta que nos surge es ¿qué hay que entender por prudencia? Pues bien, ello implicaría “acoger a todos los que se puede acoger” sin perder de vista que la forma en que se acoja al refugiado no es una cuestión de menor importancia. Hay que integrar evitando siempre la formación de guetos. Con palabras del Santo Padre: “Integrar significa entrar en la vida del país, respetar la ley del país, respetar la cultura del país, pero también respetar la propia cultura y las propias riquezas culturales. La integración es un trabajo muy difícil”.
No cabe duda de que en esta labor de integración resulta fundamental la enseñanza del idioma, el acceso a la educación y, por supuesto, al mercado laboral. Por ello hay que desechar esa concepción simplista y reduccionista de la migración como un mero peligro, para apostar por la que la concibe como “un desafío para crecer”. De hecho, el Santo Padre ha recordado en numerosas ocasiones que él también es hijo de inmigrantes. “En Argentina todos somos migrantes. Nunca me he sentido desarraigado”.
Quizás lo más interesante del discurso del Papa sea su mensaje de que hay que “usar la religión para servir al ser humano”. De ello ha dado testimonio no solo con la palabra sino con su ejemplo, entre otros, como cuando decidió visitar en abril de 2016 la isla de Lesbos, que es actualmente la principal puerta de entrada a Europa para los que huyen de la guerra cruzando el Mar Egeo.
Según informó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en el año 2016 llegaron hasta allí 362.376 personas por el mar y en lo que va de año han llegado ya 12.355. Lo interesante es que el Papa Francisco cuando decidió visitar esta isla tuvo siempre claro que era para encontrarse con los refugiados de Medio Oriente, que en su mayoría eran musulmanes en el campo de Moria donde, a día de hoy, viven unos 2.500 refugiados. Por si esto fuera poco, al regresar a Roma se llevó en el avión papal a doce refugiados sirios, entre los cuales había tres familias musulmanas con seis menores de edad.
Está claro que mientras otros, como Donald Trump, solo piensan en levantar muros y dividir en función de la religión que se profese, el Papa Francisco se centra en construir puentes entre los pueblos a partir de una sólida base de diálogo y colaboración entre culturas y religiones.
No podemos pasar por alto que la orden ejecutiva firmada por Trump el pasado 27 de enero suspendía en Estados Unidos el Programa de Admisión de Refugiados durante 120 días, la entrada de refugiados sirios de manera indefinida, el ingreso durante 90 días de ciudadanos de Irak, Siria, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen –calificados como “áreas de preocupación”–; y priorizaba las solicitudes de refugiados “en base a su persecución religiosa” si la persona pertenece a una minoría religiosa en su país de origen.
No estoy del todo segura sobre si Donald Trump es tan ingenuo como para no ser consciente de que la orden ejecutiva firmada por él, en realidad, construye una trampa para los cristianos de Oriente Medio. De lo que no hay duda es que separar a los refugiados por razones religiosas discrimina, creando “tensiones con nuestros conciudadanos musulmanes”. Como expresó el propio Papa Francisco, “las personas que piden ayuda no necesitan ser divididos de acuerdo a etiquetas religiosas. Y nosotros no queremos privilegios”. No puede haber un tratamiento más descabellado para la política de integración de los refugiados en la Unión Europea que dividirlos en virtud de su religión, esto es, en virtud de si son cristianos o musulmanes. No solo porque hacerlo resulta ser una medida anticristiana sino también porque alimenta políticas discriminatorias que, a la postre, producen un efecto boomerang.